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No es transformación, es travestismo

Lo de Álvarez-Buylla y Gertz Manero contra los científicos no se trata, en el fondo, de combatir corrupción ni de procurar justicia. Se trata de avivar agravios e infundir miedo.
mié 29 septiembre 2021 12:06 AM
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La titular de Conacyt y el fiscal general de la República a cargo del proceso contra investigadores.

Un juez ya dijo que no, dos veces. Los hechos consignados en la carpeta de investigación no configuran ningún delito. Las autoridades no acreditaron los cargos que imputan, tampoco pudieron argumentar la necesidad de la prisión preventiva contra los acusados en un penal de máxima seguridad. Ni la denuncia ni la solicitud de orden de aprehensión tienen materia ni mérito. Además, mucha prensa ha denunciado la arbitrariedad del caso, la mayoría de la comunidad científica ha cerrado filas para condenarlo, hasta figuras de peso dentro de la propia coalición lopezobradorista se han deslindado en explícito desacuerdo. Pero nada importa, porque Álvarez-Buylla y Gertz Manero no se desisten. ¿Por qué? Porque el asunto no se trata de combatir la corrupción ni de procurar justicia.

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Se trata, por un lado, de avivar agravios. De dar la impresión de que se persigue a una “mafia” para castigar sus “abusos”, de darle al presidente un nuevo motivo para movilizar el resentimiento contra las “élites”, de aparentar un ajuste de cuentas con el “pasado neoliberal”. Da igual cuál sea el desenlace jurídico del proceso, lo fundamental es la óptica política del espectáculo: representar a la mal llamada “4T” como un proyecto en marcha que ya “cambió” a México, y a cualquiera que no milite en sus filas como un “conservador” que, al defender sus derechos o denunciar atropellos o exhibir las mentiras del oficialismo, en realidad solo busca “mantener sus privilegios”. Que López Obrador alegue que “el que nada debe nada teme” en un país donde hay, al mismo tiempo, tantos inocentes tras las rejas y tanta impunidad, no es una ocurrencia: es una emboscada.

Pero también se trata, por el otro lado, de infundir miedo. De advertirle a quienes no comulgan con la directora del Conacyt, a quienes le han opuesto resistencia o criticado sus decisiones, que sus represalias no conocen la austeridad. De dar un amenazante golpe sobre la mesa en el contexto de la mala recepción que entre la comunidad científica ha tenido el anteproyecto de la nueva “Ley General de Humanidades, Ciencias, Tecnologías e Innovación”, y de lo que promete convertirse en una muy complicada negociación en el Congreso (incluso al interior de la propia bancada de Morena). Y, además, con los atentos saludos del fiscal de la república, flamante nivel III del Sistema Nacional de Investigadores, que al sumarse al acoso paga con intereses el favor de su repudiado nombramiento. Así se está haciendo la política científica en este gobierno: con amenazas y vendettas.

Nadie, literalmente nadie está pidiendo que no se audite el ejercicio de recursos públicos durante administraciones anteriores, que se excluya al sector científico de la rendición de cuentas a la que deben estar sometidas todas las instituciones públicas, ni que por tratarse de personas con destacadas trayectorias académicas no se les aplique la ley. Lo que se pide es precisamente lo contrario: certidumbre jurídica, respeto al debido proceso, transparencia. No que las autoridades no hagan su trabajo, sino que lo hagan bien. Es decir, apegado a derecho. Si la “transformación” no es más que una coartada que sirve para abusar del poder, un pretexto para violar garantías o una excusa para perseguir “adversarios”, no es una transformación sino una forma de travestismo.

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“Si los hombres fueran ángeles”, decía James Madison, “ningún gobierno sería necesario. Y si los ángeles gobernaran a los hombres, ningún control externo ni interno sobre el gobierno sería necesario. Pero dado que son otros hombres y no ángeles quienes gobiernan a los hombres, he aquí la gran dificultad: primero, tener un gobierno que sea capaz de gobernar a los gobernados; y segundo, que sea capaz de gobernarse a sí mismo”. Porque un gobierno que no sabe gobernarse, que ni en términos institucionales ni de liderazgo logra practicar la autocontención, es un gobierno condenado a perder autoridad ante sus gobernados. Que les pone un ejemplo que, tarde o temprano, se vuelca en su contra. Y que menoscaba, por lo mismo, su propia capacidad de gobernar.

En esas estamos…

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Nota del editor:

Las opiniones de este artículo son responsabilidad única del autor.

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