Pero más allá de una frase debatible, el hecho es que no se ha logrado concretar una estrategia para acabar con la violencia en este ensangrentado país. Tampoco, ningún esfuerzo de la llamada 4T ha logrado que los jóvenes se retiren del negocio de la droga. Todo lo contrario, las organizaciones criminales siguen creciendo de manera exponencial, a tal grado que se estima que más de 30 de ellas se disputan todos los rincones de la nación.
Y a pesar del visible fiasco de la estrategia contra la violencia, y a pesar de los años que ya lleva en el poder, López Obrador insiste en que pacificar al país “no va a ser fácil, ahí vamos poco a poco, pero a lo seguro”, palabras muy distintas cuando en campaña prometía pacificar al país en un año.
La oscura visita de AMLO a Badiraguato es una pésima señal hacia el exterior, principalmente a Estados Unidos, donde la relación sigue siendo distante, pues no se explican, en la Casa Blanca de Washington, por qué el presidente mexicano insiste en mostrarse como amigo de los delincuentes más peligrosos y que causan tanta desgracia por el país entero.
No, nadie puede aplaudir que el presidente acuda a la cuna del narco, a la tierra donde ser mafioso es un honor.
A todas luces, es una nueva provocación del presidente a sus opositores. Pero este tipo de conductas, de clasificar como privada una actividad presidencial y luego corregir son una afrenta a todos los mexicanos, es uno más de los errores, de las decisiones tomadas sin estrategia.
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