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#ColumnaInvitada | Las mujeres, ¿la kryptonita contra la corrupción?

¿Somos las mujeres menos corruptas que los hombres? La respuesta es sí, y no por nacer con menor predisposición, sino porque las mujeres somos más precavidas.
lun 12 julio 2021 06:40 AM

Frente a una gran amenaza, como lo es el actual fenómeno desmedido de corrupción que ha logrado anular la adecuada administración pública a nivel global, siempre es recomendable y ventajoso para quienes están dando la batalla, identificar si la fuente de la amenaza tiene un factor de vulnerabilidad. Identificar ese “talón de Aquiles” que puede hacer la diferencia en el resultado del enfrentamiento. Así, como la kryptonita, el mineral ficticio que se menciona en la serie cinematográfica de Superman, es el único material capaz de debilitar a Superman, en tiempos actuales, es muy probable que la respuesta a la lucha anticorrupción esté en manos del género femenino.

El estudio "The time is now", realizado por la oficina de UNODC, comienza planteando una pregunta interesante: ¿somos las mujeres menos corruptas que los hombres? La respuesta es sí, por lo menos en un plano fáctico, sin embargo, les adelantamos que la publicación es enfática al establecer que esto en ningún sentido se debe a un factor genético o intrínseco del género, sino que se debe a factores sociales que históricamente nos han hecho más vulnerables frente a los efectos de la corrupción. Pero ojo, cuando decimos “vulnerables” no solo nos referimos a que somos más propensas a ser víctimas de la corrupción, o a sufrir un mayor daño de los efectos de la corrupción, esto aun y cuando cierto, es solo una cara de la moneda. La otra cara de la moneda se refiere a que las mujeres también somos el género menos beneficiado de los actos de corrupción y, en consecuencia, estas dos caras de la moneda se traducen en que, en efecto, hasta ahora, sí participamos menos en hechos de corrupción que los hombres.

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El estudio demuestra que somos más vulnerables frente a la corrupción principalmente porque existen factores sociales y biológicos que nos exponen más a una situación de riesgo donde, por ejemplo, nos piden soborno para poder acceder a servicios públicos básicos. ¿A qué se debe que seamos carnada para los corruptos? Básicamente a los siguientes tres factores:

1. Generalmente somos el principal cuidador del hogar, lo que hace que directamente necesitemos acceder a servicios públicos básicos, como lo es la salud y la educación (para nosotras y para miembros de la familia) con más frecuencia que los hombres.

2. Biológicamente tenemos necesidades adicionales a las de un hombre derivado de nuestro aparato reproductivo, lo cual aumenta nuestro contacto con el sistema de salud.

3. Con mayor frecuencia las mujeres son víctimas de la solicitud de favores sexuales a cambio de la ejecución de servicios públicos. Aún más grave es que no existen datos certeros pues dadas la connotación de vergüenza en los temas de violencia de género, las mujeres no reportan este tipo de delitos de corrupción.

Por el otro lado, como mencionamos al inicio de este artículo, no nacemos con menor predisposición a la corrupción, sino que como bien refiere el estudio de UNODC, el género femenino comete menos delitos de corrupción por factores que se atribuyen a las formas de configuración social como es el estereotipo de que las mujeres desempeñamos actividades menos peligrosas y más enfocadas al cuidado, lo que genera que las mujeres desde pequeñas seamos más adversas al riesgo. Es decir, por lo general, somos más precavidas que los hombres lo que se traduce en una menor probabilidad de que asumamos el riesgo implícito de delinquir.

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Además, de la aversión al riesgo, otro factor que influye en que seamos menos corruptas es la discriminación histórica hacia el género femenino, la cual incluye la exclusión de las mujeres de las redes de corrupción organizadas por hombres. Es decir, ya sea por falta de confianza en nuestras capacidades, o por la concepción social de que las mujeres no son corruptas, no se nos ha permitido participar en la planeación o ejecución de hechos de corrupción. Esto aunado a que porcentualmente las mujeres ocupamos menos puestos de decisión (tanto iniciativa privada, como pública) y eso, evidentemente, disminuye nuestra posibilidad de participar en estos tipos de delitos.

Adicionalmente, la construcción social de que las mujeres debemos ser confiables genera que cuando una mujer comete un delito, la sociedad tiende a reprocharle más que a un hombre, lo que en automático se traduce en una mayor probabilidad de que las mujeres, en contraste con los hombres, sean sancionadas y se les impongan mayores penas si rompen la ley. Ilustremos el ejemplo con el caso de Rosario Robles, quien es la única persona en prisión preventiva por el caso de gran corrupción conocido como La Estafa Maestra, en este supuesto si bien es adecuado y apegado a la ley que una persona que tiene peligro de fuga y riesgo de obstaculizar la investigación esté en prisión preventiva, llama la atención que otros funcionarios tan vinculados como Rosario Robles tal como su oficial mayor, los secretarios de todas las demás dependencias, rectores de universidades y socios empresas se encuentran libres y sin enfrentar ningún proceso penal ante un Juez. Por lo que un gran tema a analizar hacia el futuro es sí ¿las redes de impunidad que van aparejadas de corrupción no son tan protectoras cuando se trata de mujeres?

Pese a este icónico caso, lo cierto es que en la mayoría de los casos existen pocos incentivos para que las mujeres quieran involucrarse en conductas de corrupción, pues son pocas las mujeres a quienes el propio sistema patriarcal les ha permitido formar parte activa de las redes de corrupción y aún menos las que han disfrutado de primera mano los beneficios del fruto prohibido de la corrupción. Por otro lado, en definitiva, la mayor reprochabilidad hacia el género femenino se traduce en mayor grado de disuasión hacia las mujeres con relación a involucrarse en hechos de corrupción.

Esta menor participación actual de las mujeres en redes de corrupción, aunada al hecho de que las mujeres somos quienes resentimos con mayor dureza los efectos negativos de la corrupción, han dado como resultado que hoy las mujeres están cometiendo menos actos de corrupción. Paradójicamente, la propia inequidad de género ha creado una suerte de escudo en la participación de las mujeres en actos de corrupción y esto ha generado un espacio importante de oportunidad de encontrar en las mujeres un aliado natural ante la lucha anticorrupción.

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Por ejemplo, en países africanos con Congresos con mayor participación femenina se demostró que la corrupción política se reduce significativamente, esto debido a que las estructuras de poder “niegan a las mujeres el acceso a la política”, en el sector privado tiene la misma dinámica en donde se comprueba que el liderazgo femenino da mayores resultados en el combate a la corrupción; el Banco Mundial detalló que en empresas de 105 países encuestados en donde su administración está al mando de mujeres-especialmente en el sector manufacturero- estas ahorraron al año US$6,785 en sobornos, esto se refuerza con un estudio publicado por la University of California, Berkeley en donde las empresas con mujeres en cargos de toma de decisiones eran más propensas a tener estructuras con un mayor nivel de transparencia

Hablar de corrupción es como hablar de Superman, de algo que parece invencible con fuerzas ilimitadas, habilidades superiores a los de cualquier hombre, sin embargo, tal como la exposición prolongada de kryptonita podía matar al superhéroe, un futuro feminista, donde mujeres ocupen prolongadamente puestos de liderazgo y decisión en el ámbito privado y públicos y que esas mujeres asuman liderazgos verdaderamente femeninos, es posiblemente el ingrediente que falta para lograr la desarticulación de las grandes redes de corrupción.

Así, hoy más que nunca cobra vigencia comprender que el futuro anticorrupción será feminista, o no será.

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Nota del editor:

Las opiniones de este artículo son responsabilidad única de las autoras.

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