El Mundial de Futbol de 2026 no será, para la Ciudad de México, un evento deportivo más. Será una prueba de estrés institucional.
#ColumnaInvitada | 2026, el desafío mundialista
Durante semanas, la capital deberá gestionar millones de desplazamientos adicionales, concentraciones humanas masivas, picos inéditos de movilidad y una atención internacional permanente.
En ese contexto, la videovigilancia del C5 será una de sus columnas vertebrales. La magnitud del desafío obliga a pensar más allá de la instalación de cámaras o del despliegue de más pantallas. El reto es tanto tecnológico como organizacional, y está en la capacidad de alinear incentivos, información y tiempos de respuesta.
La Ciudad de México parte de una ventaja. El C5 es uno de los sistemas de videovigilancia más robustos de América, con capacidad de monitoreo continuo, botones de auxilio, analítica básica y coordinación con cuerpos policiales y de emergencia. Este 2025 cierra con la instalación de 30,400 nuevas cámaras para conformar una red de 113,814.
Sin embargo, las multitudes internacionales, los flujos turísticos simultáneos, la coexistencia de eventos deportivos, culturales y comerciales, así como la presencia de delegaciones oficiales y aficionados de alto perfil, generan escenarios que desbordan la lógica cotidiana de la seguridad urbana.
Las experiencias internacionales ofrecen lecciones claras. Londres 2012 consolidó un modelo de videovigilancia intensiva, pero su éxito no radicó únicamente en la densidad de cámaras, sino en la integración de sistemas y la claridad de protocolos. La policía metropolitana británica apostó por centros de mando con capacidad de análisis en tiempo real y líneas de decisión cortas.
Río de Janeiro 2014 y 2016 ofrece otra lección. El Centro de Operaciones Río fue presentado como una innovación de clase mundial, pero su eficacia estuvo limitada por la fragmentación institucional y desigualdades territoriales profundas. La tecnología no logró compensar la falta de confianza social ni la debilidad de la coordinación policial en zonas de alta conflictividad.
Qatar 2022 llevó la videovigilancia a un extremo tecnocrático. Reconocimiento facial, sensores biométricos y analítica avanzada permitieron un control casi absoluto de los espacios públicos. En una perspectiva operativa, el modelo fue eficaz; desde lo político, abrió cuestionamientos severos sobre privacidad, derechos y autoritarismo digital.
Rumbo al 2026 y en la lógica de la política pública, el Mundial exige interoperabilidad en un ecosistema que incluya movilidad, protección civil, salud, transporte público, aeropuertos y alcaldías.
El desafío no es salir bien en la foto internacional, sino demostrar un sistema de videovigilancia que puede operar con eficacia, proporcionalidad y legitimidad democrática.
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Nota del editor: Salvador Guerrero Chiprés es Coordinador General del Centro de Comando, Control, Cómputo, Comunicaciones y Contacto Ciudadano de la Ciudad de México (C5). Síguelo en X como @guerrerochipres Las opiniones publicadas en esta columna corresponden exclusivamente al autor.