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Van tres

Conmemorando su triunfo, López Obrador inadvertidamente listó sus derrotas.
jue 08 julio 2021 12:05 AM
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López Obrador en la presentación de su informe por el Tercer Año del Triunfo electoral.

Ser buen político dificulta ser un buen gobernante porque los políticos prometen y los gobernantes decepcionan. Parafraseando a Mario Cuomo, las campañas políticas se hacen en poesía, pero los gobiernos en prosa.

Esa prosa es la que se le dificulta a López Obrador. Lo de él es la poesía.

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A tres años de su gobierno, su mensaje para conmemorar el triunfo de su coalición en la urnas mostró a un presidente que quiere continuar haciendo poesía, que ansía el calor de la plaza pública, pero que ya vive incómodamente en el pleno corazón de su prosa. Un López Obrador que inadvertidamente mancilla su propia poesía. Y que en esa prosa atropellada, penosa y enrevesada que es gobernar, se mira expuesto. Vulnerable.

Su discurso fue difícil porque al darlo se le observó inadvertidamente listando sus tres principales derrotas.

La primera y la más evidente es no haber podido hacer mucho por contener el dolor de la pandemia. O en sus propias palabras el haber hecho “todo lo humanamente posible” para enfrentarla. El que escogiera estas palabras habla de que él mismo sabe que no fue suficiente. No dijo que lo hizo bien. No dio las cifras. Simplemente dijo la verdad: hizo lo que pudo.

Y lo que pudo, hoy sabemos y lo sabrá la historia, fue muy poco. La campaña de vacunación solo lleva al 35% de la población y todo parece indicar que la razón por la cual tantos estados están en verde es porque la infección fue tan avasallante, tan ensordecedora, tan mortal, que se pudo crear cierta inmunidad de rebaño en las grandes urbes.

López Obrador salió a ver a los ojos al pueblo que lo eligió, y ante lo que bien puede ser la crisis de salud más grave que ha enfrentado México en su historia moderna, nos dijo la cruda verdad: que mucho quedó pendiente.

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La segunda derrota que se dejó entrever en su discurso fue en materia de desarrollo social. En una prosa solemne que casi costaba trabajo escuchar celebró que “no ha habido asaltos a comercios ni actos de vandalismo o desesperación por hambre”. Por hambre.

En un México en el que el hambre debió haber sido erradicada hace medio siglo, nuestro presidente se atrevió en su discurso (que para entonces ya parecía un mal sueño) a celebrar que ésta no tocó a la puerta. Que la revuelta no pasó.

La vara tan baja del discurso de López Obrador me da tristeza pero, sobre todo da pena por este país que lo eligió porque soñó con ser más igualitario, más justo y con poner a los pobres primero.

Es decir, en su prosa de gobernante, el presidente no nos dijo que el pobre había sido puesto primero, como decía en su poesía. Nos dijo simplemente que al pobre no le había ido tan mal.

Y finalmente, en seguridad pública, quizá el fracaso más fuerte de su gobierno, vimos a un López Obrador que simplemente se negó a usar prosa. Volvió al a poesía. Se centró en reconocer que él no creía que se hubieran creado grupos delictivos nuevos, cual poeta, cual externo, cual novato. No como alguien que recibe un informe de seguridad todos los días. Sino como alguien que pretende no saber.

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Se abandonó entonces en cuerpo completo a la lírica. Habló de que su gobierno era más humano, de que la paz debía ser el fruto de la justicia, de que la violencia no se enfrenta con violencia, y tantas más frases que en una campaña son excelentes deseos, pero que en un gobierno son una afrenta. Una afrenta para quien no ve cómo se van a lograr esos objetivos en los tres años que quedan.

Nada dijo de cómo se llegaría a la tranquilidad. O de su estrategia. O de qué haría distinto. No dijo más. El país quedó hambriento de prosa. Ya no queremos más poesía.

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Nota del editor:

Las opiniones de este artículo son responsabilidad única de la autora.

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