La segunda derrota que se dejó entrever en su discurso fue en materia de desarrollo social. En una prosa solemne que casi costaba trabajo escuchar celebró que “no ha habido asaltos a comercios ni actos de vandalismo o desesperación por hambre”. Por hambre.
En un México en el que el hambre debió haber sido erradicada hace medio siglo, nuestro presidente se atrevió en su discurso (que para entonces ya parecía un mal sueño) a celebrar que ésta no tocó a la puerta. Que la revuelta no pasó.
La vara tan baja del discurso de López Obrador me da tristeza pero, sobre todo da pena por este país que lo eligió porque soñó con ser más igualitario, más justo y con poner a los pobres primero.
Es decir, en su prosa de gobernante, el presidente no nos dijo que el pobre había sido puesto primero, como decía en su poesía. Nos dijo simplemente que al pobre no le había ido tan mal.
Y finalmente, en seguridad pública, quizá el fracaso más fuerte de su gobierno, vimos a un López Obrador que simplemente se negó a usar prosa. Volvió al a poesía. Se centró en reconocer que él no creía que se hubieran creado grupos delictivos nuevos, cual poeta, cual externo, cual novato. No como alguien que recibe un informe de seguridad todos los días. Sino como alguien que pretende no saber.