Pero la negación como mecanismo de defensa puede volverse patológica. Por ejemplo, cuando en lugar de servir para administrar la aceptación paulatina de una realidad dolorosa o desequilibrante, sirve para evadirla por completo. Cuando su utilidad no está en ayudarnos a ir lidiando con ella sino en habilitarnos a rechazar su existencia. Cuando su papel, en suma, no es dosificar la realidad sino sustituirla. Y es que la negación, tarde o temprano, caduca. Y lejos de fungir como un antídoto temporal contra las dificultades que pudieron haberla motivado en primera instancia, se va convirtiendo en una fuente inagotable de dificultades en sí misma. Al final, no beneficia ni a quien se empeña en creerla a toda costa. Mientras que la realidad, como escribió Philip K. Dick, “es eso que, aunque dejes de creer en ello, no desaparece”.
El lopezobradorismo está optando por lo que podría denominarse una política de la negación. Por un lado, por la pobreza de sus logros en casi cualquier rubro o indicador. Y, por el otro, porque su ambición transformadora se muestra cada vez más reducida a una necia labor de demoler sin construir. Siendo como es un gobierno incompetente hasta para disimular su propia incompetencia, y desprovisto de cualquier disposición ya no digamos para corregir o innovar sino para siquiera reconocerse a sí mismo, para hacerse cargo de las consecuencias de sus decisiones, niega sus resultados y niega su responsabilidad.
La desgastante batalla que el presidente encabeza no tanto contra los medios sino contra el periodismo es sintomática de esa doble negación en la que se ha atrincherado su gobierno. Cuando se publica alguna información que lo compromete o lo exhibe, no la rebate puntualmente, no contrargumenta ni explica por qué dicha información es imprecisa o errónea. Su réplica suele concentrarse, en todo caso, en cuestionar a quien la difunde, en poner en entredicho su credibilidad, ya se sabe, en dispararle al mensajero en vez de contestar al mensaje. Sin ir más lejos ayer, cuando Jorge Ramos lo confrontó con datos oficiales, con sus propios dichos y hechos respecto a la pandemia y a la seguridad pública, López Obrador lo acusó de estar desinformando, de calumniar, de bajar el nivel del debate.