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La política de la negación

La batalla no tanto contra los medios sino contra el periodismo es sintomática de la doble negación en la que se ha atrincherado este gobierno: negar sus resultados y negar su responsabilidad.
mié 07 julio 2021 12:02 AM
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Al ser cuestionado por la violencia en su sexenio, el presidente negó los datos y reprochó bajar el nivel del debate.

La negación es un modo de relacionarse con la realidad que consiste en no reconocerla. Por lo general se le concibe como un mecanismo de defensa, es decir, como un recurso a través del cual las personas procuramos protegernos contra aquello que amenaza nuestra imagen de nosotras mismas, nuestra estabilidad, nuestra capacidad de procesar funcionalmente el conflicto.

No siempre es un “defecto”, en muchas ocasiones es más bien una necesidad: un método para regular la admisión de un hecho muy traumático o disruptivo, para amortiguar el impacto de una verdad que en principio resulta imposible de tolerar. La negación puede ser, en ese sentido, una manera de darse cierto tiempo, de prepararse o adaptarse para encajar un golpe demasiado incómodo o desagradable, con el que no se puede lidiar inmediata ni frontalmente.

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Pero la negación como mecanismo de defensa puede volverse patológica. Por ejemplo, cuando en lugar de servir para administrar la aceptación paulatina de una realidad dolorosa o desequilibrante, sirve para evadirla por completo. Cuando su utilidad no está en ayudarnos a ir lidiando con ella sino en habilitarnos a rechazar su existencia. Cuando su papel, en suma, no es dosificar la realidad sino sustituirla. Y es que la negación, tarde o temprano, caduca. Y lejos de fungir como un antídoto temporal contra las dificultades que pudieron haberla motivado en primera instancia, se va convirtiendo en una fuente inagotable de dificultades en sí misma. Al final, no beneficia ni a quien se empeña en creerla a toda costa. Mientras que la realidad, como escribió Philip K. Dick, “es eso que, aunque dejes de creer en ello, no desaparece”.

El lopezobradorismo está optando por lo que podría denominarse una política de la negación. Por un lado, por la pobreza de sus logros en casi cualquier rubro o indicador. Y, por el otro, porque su ambición transformadora se muestra cada vez más reducida a una necia labor de demoler sin construir. Siendo como es un gobierno incompetente hasta para disimular su propia incompetencia, y desprovisto de cualquier disposición ya no digamos para corregir o innovar sino para siquiera reconocerse a sí mismo, para hacerse cargo de las consecuencias de sus decisiones, niega sus resultados y niega su responsabilidad.

La desgastante batalla que el presidente encabeza no tanto contra los medios sino contra el periodismo es sintomática de esa doble negación en la que se ha atrincherado su gobierno. Cuando se publica alguna información que lo compromete o lo exhibe, no la rebate puntualmente, no contrargumenta ni explica por qué dicha información es imprecisa o errónea. Su réplica suele concentrarse, en todo caso, en cuestionar a quien la difunde, en poner en entredicho su credibilidad, ya se sabe, en dispararle al mensajero en vez de contestar al mensaje. Sin ir más lejos ayer, cuando Jorge Ramos lo confrontó con datos oficiales, con sus propios dichos y hechos respecto a la pandemia y a la seguridad pública, López Obrador lo acusó de estar desinformando, de calumniar, de bajar el nivel del debate.

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Lo mismo ha hecho, por cierto, con el desabasto de medicinas, con la violencia contra las mujeres, con los movimientos sociales que protestan contra sus megaproyectos, con el desastre de su política energética, con el aumento de la pobreza... Frente a cada uno de esos espejos imputa sesgo y mala intención, se hace la víctima y descalifica, insiste en arrogarse el papel de única fuente legítima de la verdad. Y se refugia entonces en la seguridad imaginaria de apelar a sus “otros datos”, en la aparente virtud de saber convivir en el desacuerdo –mismo que dice respetar aunque no se canse de estigmatizarlo–, en repetir que todo va bien y tiene su “conciencia tranquila”. El problema es que, a fin de cuentas, no se trata nada más de él, de su imagen de sí mismo, de lo que quiera o no quiera creer.

El problema es que ese señor es el presidente de la república. Y que negar permanentemente la realidad es una forma de renunciar a cambiarla.

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Nota del editor:

Las opiniones de este artículo son responsabilidad única del autor.

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