La parte visceral, si atendemos al análisis de muchos expertos en política pública y analistas de este gobierno, se debe al temor que la reconfiguración política ponga en riesgo su mal llamada 4T y por ende su legado.
La parte racional y estratégica le apuesta a dividir y conquistar, a reconocer a sus votantes y apapachar con palabras a un grupo social que, en los hechos, no ha visto mejorar su vida.
El mapa de los resultados electorales pone en evidencia que la “clase media” –o lo que el presidente entienda con ello– que en 2018 confió en su proyecto, en 2021 se encuentra decepcionada ante la falta de resultados y por ello lo sancionó en la urnas; mientras que las clientelas creadas por los programas sociales, las poblaciones históricamente olvidadas, los sectores sociales más desfavorecidos, mantuvieron un apoyo incondicional a López y a Morena.
Para la “clase media” pesaron las peores crisis de violencia, de impunidad, sanitaria, económica y laboral de la historia; la creciente corrupción y violencia política, así como la menor capacidad institucional y los ataques del presidente a libertad de expresión.
La clase media aspiracionista ve en la ausencia de resultados una señal de alarma que impulsa a buscar un cambio.
En contraste, el pueblo “bueno y sabio” –como lo define el presidente– mantiene su respaldo a un gobierno que les otorga transferencias económicas directas. Para los electores de Morena ni la caída de un tramo de la Línea 12 del Metro en la capital, el aumento en el desempleo, la falta de medicinas e insumos médicos en hospitales, el aumento de los delitos, la falta de acceso a la justicia y la militarización de la seguridad no son factores relevantes que lleven a sancionar en urnas a López o a su proyecto.