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Discutir para escuchar razones, no para tener razón

El litigio por cuadrarle una definición, por encontrar el término que mejor capture la esencia del lopezobradorismo, ha sido largo, prolífico... y empieza a ser contraproducente.
mié 05 mayo 2021 06:20 AM
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La defensa del presidente en algunos grupos se ha convertido en fanatismo.

El afán por estipular el tipo de gobierno que encabeza Andrés Manuel López Obrador ha ocupado mucho espacio en la conversación pública desde hace tiempo. No han faltado conceptos para tratar de dilucidar su naturaleza, identificar sus principales rasgos, diagnosticar sus virtudes y defectos.

A veces sesudas, a veces descocadas, las caracterizaciones oscilan en un anchísimo espectro que va de la democracia a la dictadura, del conservadurismo al comunismo, de la izquierda chavista a la derecha trumpista, del nacional-populismo al proto-fascismo, de la anarquía a la autocracia, etcétera. El litigio por cuadrarle una definición, por encontrar el término que mejor capture su esencia, ha sido largo, prolífico… y empieza a ser contraproducente.

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No es que sea inútil para hacer más inteligible la forma en que se ejerce el poder político hoy en México, para señalar parecidos y diferencias entre este y otros gobiernos, para dar cuenta del estilo que distingue al presidente López Obrador. Es que, en un contexto tan crispado por la polarización, esa discusión de pronto tiende a volverse reiterativa, predecible, incluso un poco frívola. Porque la complejidad de lo sustantivo pierde terreno frente a la simpleza de lo nominal. Como si el atajo de poner esta u otra etiqueta nos ahorrara la dificultad de habérnoslas con los hechos. Como si el análisis desapasionado de las ambigüedades, los matices y las contradicciones no fuera un deber de la inteligencia sino un síntoma de pusilanimidad. Como si un juicio lapidario fuera, por definición, más honesto o meritorio que una reflexión ponderada.

Insisto: no es que el empeño taxonómico sea improductivo o irrelevante, que clasificar a un gobierno conforme a determinados atributos sea un ejercicio trivial. Lo que me interesa es subrayar la posibilidad de que, a fuerza de insistir obsesivamente en ello, la conversación pública haga como si fuera más importante fijar la categoría que dar cuenta del fenómeno. Porque en este tipo de cuestiones no es cierto aquello de que:

el nombre es arquetipo de la cosa
en las letras de “rosa” está la rosa
y todo el Nilo en la palabra “Nilo”.

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No hay que confundir el mapa o las señalizaciones con el camino. Calificar a López Obrador como un populista, un conservador o un patriota, o a su gobierno como democrático o autoritario, es siempre una hipótesis opinable, sujeta a debate, susceptible de ser puesta a prueba. Lo que importa no es ponerle éste o aquel nombre, es la evidencia que permite sustanciarlo o impugnarlo. De lo que se trata no es de recurrir a uno u otro término para ponerle fin a la discusión, es de no dejar de discutir los fundamentos y significados de dichos términos.

Hace muchos años, en una clase en la que los estudiantes nos trabamos en un debate insufrible sobre si un país latinoamericano era o no una democracia, el profesor interrumpió para pedirnos que cambiáramos la manera en que estábamos debatiendo: “no discutan cómo clasificarlo, mejor discutan lo que implicaría una u otra clasificación”. El debate se volvió, en cuestión de minutos, memorable. “Lo que vale”, dijo al terminar la sesión, “no es tanto quién tenga la razón, es que se discutan de un modo que no les impida escuchar sus razones”. Eso, justo eso.

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Notas del editor:

Las opiniones de este artículo son responsabilidad única del autor.

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