Teníamos la claridad de que, si bien era evidente su incapacidad para hacer un buen gobierno, cualesquiera de las alternativas potencialmente tendrían peores consecuencias.
México iba enfilado a un estallido social de una magnitud que, aunque difícil de calcular, claramente hubiera hecho palidecer las protestas que hemos visto el último año y medio en el continente, desde Chile en 2019 hasta EUA el verano pasado y esta misma semana.
Había razones de sobra para asumirlo. Razones que hoy persisten, pero que con 2018 lograron un amortiguador temporal.
Nuestros sistemas político, democrático y de partidos estaban agonizantes. Veníamos al menos de 18 años de políticas y gobiernos fallidos, cada uno por diferentes razones.
Si bien se había logrado mantener una cierta estabilidad macroeconómica a partir de los años 90, eso nunca se tradujo en mejores condiciones de vida para la familia promedio mexicana. Al contrario, cada vez eran peores las condiciones y mayor la dificultad de cubrir las necesidades.