Cierto, muchos no pueden quedarse y se la tienen que jugar, pero los que podemos no lo hicimos, ni por nosotros ni mucho menos por ellos.
En este difícil entorno, hay que reconocer el valor y el tesón de la jefa de Gobierno de la Ciudad de México para lograr que regresemos a Rojo. Lo hizo, a pesar de constantes rechazos presidenciales y “subsecretariales” que sólo estaban preocupados por la afectación que tendrían en imagen pública.
Lo que en muchos frentes ha parecido un gobierno capitalino tibio y desorientado, en lo que se refiere a la pandemia ha probado ser un gobierno firme y genuinamente preocupado, que ha actuado decididamente dentro de los restringidos márgenes que le da ser tan cercana al líder 4Tista.
Este 2020 que todos quisiéramos olvidar y superar, debe ser un año para aprender y, ojalá, para cambiar; aunque cada vez se antoja menos posible.
Un año para aprender que no importa la tendencia o corriente política de quien gobierne, los discursos siguen siendo deshonestos, y sólo sirven a propósitos de poder y permanencia, pero no a las aspiraciones de cambio para bien.
Un año para aprender que nuestra clase política está rota, y que si no empiezan a corregir el rumbo y a replantearse de fondo sus modelos y paradigmas, seguirán cayendo en la irrelevancia, con los riesgos democráticos que eso implica.
Un año para aprender que en la medida que sigamos promoviendo, gobierno y todos los actores sociales, confrontación social, división, choque de clases y polarización, el país seguirá en una espiral descendiente cada vez menos controlable.