En las elecciones de 2018, la ciudadanía envío un mensaje contundente en las urnas. Si pudiéramos poner en palabras el sentimiento que impulsó a los millones de votantes en esa jornada electoral, quizá tendríamos algo como: estamos hartos de los gobiernos que hemos tenido, de la política, de los partidos tradicionales y queremos un cambio radical, alguien que venga a hacer las cosas de forma abismalmente diferente a como se han hecho hasta ahora.
Este era un mensaje que de manera menos apabullante se había venido dando en los últimos años, pero que partidos como el PAN, PRI y PRD no supieron −o más bien, no quisieron− escuchar o atender.
La autodenominada "cuarta transformación (4T)" comenzó con el triunfo de Andrés Manuel López Obrador el 1 de julio de 2018 y el tsunami de elecciones ganadas por Morena en esas elecciones. Ganaron las mayorías en el Congreso de la Unión y en muchos de los congresos locales, y con seis gubernaturas encabezadas por personas de este muy joven partido (creado en 2014), los gobernantes y representantes electos asumieron los cargos con un gran apoyo popular y, en consecuencia, con una gran legitimidad, un fenómeno pocas veces visto en el pasado.
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El estilo propio del presidente, cuya esencia es el contraste permanente de sus acciones de gobierno con las de administraciones anteriores, la búsqueda de culpables cuando sus planes no salen como tenía previsto, la incorporación de personas indeseables a su equipo de gobierno, así como algunos caprichos en proyectos que parecen inviables o en políticas que resultan más clientelares que efectivas; ha desilusionado a muchos y muchas de quienes lo apoyaron en 2018 buscando ese cambio radical para el país.