Para quienes nos forjamos en la vida partidista, particularmente con una escuela tradicional priista, los partidos dejaron de ser opción. Se alejaron de la realidad, se desconectaron de la sociedad, se enfocaron en sus intereses perversos.
Los partidos, que fueran camino para la representación social y factor de estabilidad institucional y política, estaban derruidos. Olvidaron sus principios y se llenaron de obscuridad y mezquindad.
Las élites estaban instaladas en una nube de abuso y privilegios, cada vez más lejanos de la ciudadanía, cómodos en la división y la discriminación.
Hoy, a dos años de la 4T, todos estos problemas no sólo siguen, sino que se están profundizando. A pesar del atinado discurso social del Presidente, sus acciones van en contra de todo lo que ha enarbolado y prometido. Se ha confirmado como otro más en esa cadena de los peores gobiernos.
Hoy, no son pocas las personas que a quienes votamos por él nos cuestionan: ¿estás satisfecho y contento con tu voto?, ¿ya te arrepientes de haber votado por él?, ¿volverías a votar sabiendo lo que hoy sabes?, ¿votarías por la revocación de mandato?
En el caso de este columnista, las respuestas son sencillas. No hay arrepentimiento porque voté por consciencia, seguro de que se requería una sacudida para ver si como sociedad éramos capaces de entender que el problema no estaba en los gobernantes, sino en toda la sociedad en su conjunto.
De poder regresar a 2018, sí volvería a votar por él, porque la alternativa era la desestabilización inmediata del país. Porque urgía cortar de tajo con los dos sexenios anteriores. Sabía desde entonces que este gobierno sería un desastre, pero al menos habría país. Era necesario el experimento.
Y, de darse la revocación de mandato, no votaría por que se vaya antes de tiempo. Así no funciona la democracia. Y su salida intempestiva generaría un conflicto social insalvable. Debe quedarse a terminar su mandato, a asumir sus responsabilidades y a pagar las consecuencias de sus actos.