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El discurso se quedó en eso

A un año y medio queda claro que, aquel discurso contra la corrupción que tantas voluntades le ganó al hoy Presidente, y que tanta esperanza de justicia generó, quedó solo en eso, en discurso.
lun 17 agosto 2020 06:20 AM
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Al sacar un pañuelo blanco, el presidente López Obrador dijo que "no hay corrupción arriba, me atrevo a decirlo, a sostenerlo y quiero que me tapen la boca".

Una de las promesas que más éxito le redituó al hoy Presidente durante su campaña fue la lucha contra la corrupción. El hartazgo por los excesos de los dos últimos sexenios, particularmente el de Peña, generó tierra fértil para ese argumento.

Sin embargo, a lo largo de su campaña, y más durante la transición, matizó significativamente la promesa. De buscar justicia ante los abusos, fue modulándose hasta decir que no habría cacería de brujas. Borrón y cuenta nueva.

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Mucha gente se desanimó ante esa aseveración que, para los más críticos, confirmaba la posibilidad de un acuerdo con el gobierno saliente. Para algunos otros, era tal vez anticiparse ante lo que pudiera suceder ya en su administración.

Quedaba claro que el Presidente sería muy cuidadoso. Calculador como es, usaría sus cartas contra administraciones pasadas como distractores de problemas en su sexenio; o al aproximarse los procesos electorales de 2021.

Por eso, ya en el gobierno retomó el discurso y lo fue intensificando.

Hizo evidente que lo suyo era mero discurso, y armas mediáticas. Pero la intención de realmente hacer algo para combatir la corrupción no existía.

Y justo como se preveía, el discurso lo ha usado a la perfección. Lo que nadie sabía era que caería una pandemia que pondría en mucho mayor evidencia las grandes faltas y errores del gobierno.

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El primer año fue dosificando muy bien sus cartas. Se fue contra Rosario Robles, una de las caras más visibles del Peñismo. Pero, sobre todo, enemiga del Presidente de muchos años. Con eso logró distraer la atención pública un buen rato.

Sin embargo, a lo largo de su sexenio han surgido episodios importantes de corrupción, que sistemáticamente han sido minimizados por el Presidente.

Y en cada uno, ha habido oportunidad de distraer la atención con embates discursivos, ya sea contra sus opositores o el empresariado.

Ninguno de los casos ha sido investigado a profundidad, mostrando que la vocación de justicia que tanto quiso vender en sus diversas campañas solo era demagogia.

A medida que se fue intensificando la pandemia, que la incapacidad de su gabinete para hacerle frente se hizo cada día más evidente, y que los efectos de su falta de decisiones en materia económica fueron visibles, surgió la imperante necesidad de retomar la bandera anticorrupción.

Y así, mágicamente, se revivió el famosísimo caso de Emilio eLe, quizás el más emblemático de la administración Peñista. Además de ser el que está directamente relacionado con una agenda personalísima del Presidente: el sector energético.

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Lamentablemente, por más que el Presidente se diga distinto a los anteriores y pida no ser comparado, sus acciones han sido tan o más maquilladas en este caso que las acciones de sus antecesores para evitar castigar actos de corrupción.

Y por más que pregone que hoy las cosas son distintas, la impartición de justicia en la administración actual ha resultado altamente selectiva, como siempre lo fue.

El tratamiento mediático y sensacionalista que se le ha dado al caso de Emilio eLe recueda mucho a los distintos sucesos que marcaron al gobierno de Calderón. Sea el montaje de Cassez, o varios episodios de detenciones importantes. Lo importante era lucir, aunque no hubiera consecuencias.

Hoy es exactamente lo mismo. Y, como en aquel sexenio, el caso se pone en altísimo riesgo por la evidente falta de rigor tanto en la investigación como en las reglas de secrecía.

Lo importante es comprar tiempo para que la gente no se enfoque en la pandemia. Pero también, alargar la novela lo más posible para que el próximo año le vuelva a costar votos a la oposición.

Sin dejar de lado la selectividad por supuesto. No es lo mismo Emilio que Rosario. Una es enemiga, el otro sirve a los intereses. Como en su momento hizo Peña con Javier Duarte, mientras dejó siempre libre a Rodrigo Medina, porque servía más a sus intereses.

Y de los múltiples casos de esta administración ni hablar. Mejor simular. Como con el ya famoso hijo del Director de CFE, a quien le cancelaron un contrato, pero no solo no inhabilitaron sus empresas, sino que le dejaron los contratos más jugosos.

O los multicitados rumores sobre contratos otorgados a amigos y familiares de la Paladina de la energía, con empresas de menos de un año de existencia. De eso nada se ha hablado, ni en SFP ni de manera pública.

O, también, el despedir a un segundo mando del Deporte la semana pasada por una falta administrativa menor. Mientras se hacen oídos sordos a los señalamientos de adjudicaciones a sobreprecio que se han hecho desde la Dirección.

Casos de corrupción en la 4T no han faltado, a nivel federal y estatal. Ciertamente no hay la magnitud de excesos de los dos últimos sexenios, pero de ninguna manera ha habido un esfuerzo por erradicar las malas prácticas. Y lejos de perseguirlas, se minimizan al decir que hoy es distinto.

Por eso las adjudicaciones directas a cercanos, que antes eran un pecado en voz del entonces candidato, hoy son correctas porque están bajo el manto protector del líder moral.

A un año y medio queda claro que, aquel discurso que tantas voluntades le ganó al hoy Presidente, y que tanta esperanza de justicia generó en muchos, quedó solo en eso, en discurso.

Igual que en el pasado, la justicia es selectiva. Pero, a diferencia del pasado, hoy la corrupción ya es buena, siempre que esté avalada por el máximo líder.

#QuéPasóCon... Rosario Robles?

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Nota del editor: Las opiniones de este artículo son responsabilidad única del autor.

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