La prioridad máxima del documento es China. La estrategia se puede entender como una serie de acciones para contener a Beijing en distintos frentes para así mantener la hegemonía estadounidense. No obstante, un aspecto sorprendente del documento es su énfasis en lo económico. A la administración Trump parece importarle la diplomacia sólo en tanto sirva como instrumento para mantener la supremacía de Washington en el sistema capitalista global. El viejo universalismo estadounidense, que postulaba que moldear a la mayor cantidad de gobiernos en el mundo a la imagen y semejanza de la democracia de EU sería benéfico para los intereses geopolíticos de Washington, parece haber quedado en el olvido.
Eso diferencia al momento geopolítico actual de la Guerra Fría. En ese período, como ha demostrado el historiador Odd Arne Westad , ambas superpotencias ofrecían un paradigma de modernidad diferente que consideraban universalmente aplicable y que incluía dimensiones políticas, ideológicas y materiales. En contraste, hoy la Casa Blanca declara abiertamente estar exclusivamente interesada en mantener la preeminencia económica global y asegurar un entorno propicio para el crecimiento de las empresas y el capital estadounidenses. Los medios militares y diplomáticos sirven a este fin y no algún ideal universal.
¿Qué implica la contención a China para América Latina y México? En primer lugar, el establecimiento del “Corolario Trump a la Doctrina Monroe”, el cual sostiene que: “Después de años de abandono, Estados Unidos volverá a reafirmar y hacer cumplir la Doctrina Monroe para restaurar la preeminencia estadounidense en el Hemisferio Occidental y para proteger nuestro territorio y nuestro acceso a geografías clave en toda la región. Negaremos a competidores extrahemisféricos la capacidad de desplegar fuerzas u otras capacidades amenazantes, o de poseer o controlar activos estratégicamente vitales en nuestro hemisferio”.
Además, el documento deja ver que la Unión Americana recompensará a los países de la región que muestren su alineación con la Casa Blanca y someterá a los países disidentes a presiones económicas, diplomáticas y —como lo ha dejado ver la reciente escalada con Venezuela— quizá hasta militares. Además, Washington estará dispuesto a trabajar con gobiernos “no alineados” si comparten intereses (seguridad, nearshoring, contención de China, etc). El objetivo es hacer más costoso para cualquier país latinoamericano acercarse a potencias rivales.
La estrategia también plantea desmantelar la influencia de “competidores no hemisféricos” —es decir, China— en puertos, telecomunicaciones, energía, minerales críticos e infraestructura digital. Asimismo, ordena un mapeo estratégico regional liderado por el Consejo de Seguridad Nacional para identificar puntos sensibles donde Washington debe actuar para contener activamente a Beijing.