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La Ciudad de México, una metrópoli con 16 culpables y un solo mando

Cuando todo depende del centro, nadie es responsable. Sin autonomía real para las alcaldías, la inseguridad seguirá siendo una tragedia compartida y una culpa difusa.
mar 04 noviembre 2025 06:03 AM
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La falta de autonomía real de las alcaldías en materia de seguridad produce una doble irresponsabilidad: la del gobierno central que monopoliza el control, y la de los gobiernos locales que se excusan en su falta de facultades, apunta Alberto Guerrero Baena. (Gobierno de la Ciudad de México)

Diagnóstico del modelo actual de seguridad

La Ciudad de México padece una crisis silenciosa de gobernabilidad en materia de seguridad pública. A pesar de contar con una de las estructuras más robustas del país, la centralización absoluta del mando policial en la Secretaría de Seguridad Ciudadana (SSC) ha convertido a las alcaldías en actores políticamente responsables pero jurídicamente impotentes. Son señaladas por los ciudadanos cuando los delitos aumentan, pero carecen de instrumentos legales, presupuestales y operativos para incidir realmente en la seguridad de sus territorios.

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Este diseño institucional, heredero de un modelo verticalista, impide que la proximidad policial y la inteligencia territorial funcionen con eficacia. Las alcaldías —más cercanas a la ciudadanía y con mejor conocimiento del territorio— dependen de una estructura central que prioriza el control administrativo por encima de la adaptación local. El resultado es una policía reactiva, desconectada y, en muchos casos, sin legitimidad social.

Limitaciones estructurales y operativas

El problema no radica solo en la gestión operativa, sino en el diseño político. La falta de autonomía real de las alcaldías en materia de seguridad produce una doble irresponsabilidad: la del gobierno central que monopoliza el control, y la de los gobiernos locales que se excusan en su falta de facultades. Ninguno puede ser plenamente exigido porque el marco jurídico diluye las obligaciones.

En la práctica, las alcaldías dependen de la voluntad política de la SSC para desplegar patrullas, implementar operativos o instalar cámaras de videovigilancia. Mientras tanto, los cuerpos auxiliares y bancarios son utilizados como sustitutos en tareas de proximidad, sin la debida certificación, capacitación ni control de confianza. Esa práctica, sostenida por años, ha normalizado una precarización institucional que debilita la autoridad del Estado ante la ciudadanía.

El vacío de coordinación institucional

La relación entre la SSC, la Fiscalía General de Justicia, la Guardia Nacional y las alcaldías se asemeja a una telaraña sin centro. Los protocolos de cooperación son más declarativos que funcionales. No existe una cadena de mando claramente definida para la gestión de crisis ni una arquitectura de información que garantice la interoperabilidad de los sistemas locales y federales.

Pero detrás de esa descoordinación técnica se esconde una raíz política: las alcaldías no son reconocidas como verdaderas autoridades en materia de seguridad pública. Se les exige rendición de cuentas, pero no se les confieren instrumentos legales para ejercer mando ni presupuesto etiquetado para profesionalizar cuadros. Esta contradicción institucional genera una simulación operativa que erosiona la confianza ciudadana y fragmenta la autoridad.

Reforma política: descentralizar con responsabilidad

Superar este modelo exige algo más que ajustes administrativos. Requiere una reforma política integral que reconozca a las alcaldías como entidades corresponsables de la seguridad pública, dotándolas de derechos, obligaciones y capacidades claramente delimitadas.

Dicha reforma debería establecer, en la Constitución local y en la Ley del Sistema de Seguridad Ciudadana, un nuevo esquema de gobernanza metropolitana basado en tres principios: autonomía operativa local, estandarización de la profesionalización y rendición de cuentas compartida.

1) Autonomía operativa local: las alcaldías deben poder diseñar e implementar estrategias de seguridad acordes a sus contextos territoriales, con mando operativo sobre unidades de proximidad y policía preventiva asignada a su demarcación.

2) Estandarización profesional: la certificación, control de confianza y formación policial deben permanecer centralizados en un organismo técnico autónomo —el Instituto de Profesionalización y Ética Policial de la Ciudad de México— que garantice estándares homogéneos en toda la capital.

3) Rendición de cuentas compartida: los alcaldes deben asumir responsabilidad directa sobre los resultados de seguridad en su territorio, con indicadores públicos y evaluación anual ante el Congreso local y la ciudadanía.

Viabilidad y beneficios del nuevo modelo

Esta reforma no busca fragmentar el mando, sino reordenar las competencias para equilibrar poder y responsabilidad. La descentralización con controles cruzados permitiría crear un sistema más eficiente y legítimo. Las alcaldías tendrían capacidad para coordinar acciones preventivas, atender conflictos comunitarios y canalizar denuncias, mientras la SSC mantendría el control táctico de las unidades de respuesta inmediata, inteligencia metropolitana y coordinación con la federación.

La redistribución de facultades también fomentaría la innovación local: programas de prevención social, mediación comunitaria y uso de tecnología aplicada al análisis delictivo podrían diseñarse según las necesidades de cada territorio. Con ello, la política de seguridad dejaría de ser uniforme y se convertiría en una política pública de precisión.

Riesgos de mantener la centralización actual

La continuidad del modelo vigente implica la persistencia de una burocracia policial insensible al territorio. El monopolio del mando no solo limita la eficacia operativa, sino que anula la responsabilidad política de los gobiernos locales. Mientras las alcaldías no tengan atribuciones plenas, seguirán siendo un eslabón débil en la cadena de seguridad, atrapadas entre la demanda ciudadana y la indiferencia institucional.

Además, mantener policías auxiliares y bancarios en labores de proximidad sin la debida certificación agrava el riesgo de corrupción, abuso de autoridad y pérdida de confianza social. La seguridad no puede seguir delegándose a personal subcontratado ni sosteniéndose sobre modelos obsoletos de control jerárquico.

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Hacia una gobernanza local de la seguridad

La Ciudad de México necesita una reforma política del modelo de seguridad, no solo una reorganización administrativa. Si cada alcaldía tuviera derechos y obligaciones claros, con presupuesto etiquetado, certificación profesional y evaluación pública, el sistema podría transitar hacia una gobernanza cooperativa donde la seguridad deje de ser un monopolio y se convierta en una corresponsabilidad institucional.

La seguridad local debe ser un asunto de Estado, pero también de territorio. La capital del país no puede aspirar a una policía moderna sin una arquitectura política que reconozca la pluralidad de sus comunidades y distribuya el poder de manera inteligente. Centralizar el control es cómodo; descentralizar con responsabilidad es el verdadero desafío de una ciudad que busca seguridad con democracia.

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Nota del editor: Alberto Guerrero Baena es consultor especializado en Política de Seguridad, Policía y Movimientos Sociales, además de titular de la Escuela de Seguridad Pública y Política Criminal del Instituto Latinoamericano de Estudios Estratégicos, así como exfuncionario de Seguridad Municipal y Estatal. Escríbele a albertobaenamx@gmail.com Las opiniones publicadas en esta columna corresponden exclusivamente al autor.

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