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Michoacán, entre las velas encendidas y las instituciones apagadas

El Festival de Velas, testigo del asesinato de su propio alcalde, se convirtió en metáfora de un Estado que ya no alumbra el camino de la justicia ni de la esperanza.
dom 02 noviembre 2025 09:31 AM
U.S. restarting avocado inspections in Mexico
El asesinato del alcalde Carlos Manzo de Uruapan, perpetrado en la noche inaugural del Festival de Velas, representa mucho más que la muerte de un funcionario público, apunta Alberto Guerrero Baena. (Ivan Arias/REUTERS)

El asesinato de Carlos Manzo: radiografía de un Estado fallido

El asesinato del alcalde Carlos Manzo de Uruapan, perpetrado en la noche inaugural del Festival de Velas, representa mucho más que la muerte de un funcionario público. Es la manifestación más reciente de una crisis estructural que ha convertido a Michoacán en un laboratorio del fracaso estatal frente al crimen organizado. Mientras las velas se encendían para celebrar una tradición cultural que debía proyectar normalidad, las balas recordaban una verdad incómoda: en Michoacán, el Estado ha perdido el monopolio de la violencia legítima, y las estrategias gubernamentales oscilan entre la simulación mediática y la negligencia calculada.

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La normalización de lo intolerable

La muerte de Manzo se inscribe en una secuencia macabra que incluye los asesinatos de Homero Gómez, defensor de la mariposa monarca; Bernardo Bravo, líder de un sector de limoneros en Apatzingán; y una lista cada vez más extensa de alcaldes y alcaldesas ejecutados durante la administración de Alfredo Ramírez Bedolla.

Esta acumulación de homicidios no es accidental ni refleja episodios aislados de violencia: evidencia un patrón sistemático de colapso institucional donde las organizaciones criminales disputan territorios, rutas y recursos con mayor efectividad que el propio gobierno.

Lo más preocupante no es solo la frecuencia de estos crímenes, sino la progresiva normalización social y política que los acompaña. Cada asesinato genera un ciclo predecible: condena retórica, promesas de investigación, anuncios de estrategias renovadas y, finalmente, impunidad. La repetición de este patrón ha erosionado la confianza ciudadana y ha enviado un mensaje inequívoco a los grupos criminales: el costo de asesinar autoridades es prácticamente nulo.

Estrategias mediáticas versus resultados reales

El caso de Carlos Manzo ilustra otro problema recurrente en la gestión de seguridad michoacana: la sustitución de estrategias efectivas por ejercicios de comunicación política. Manzo construyó una narrativa pública basada en golpes mediáticos y declaraciones contundentes, pero Uruapan no experimentó mejoras tangibles en sus indicadores de seguridad. Este enfoque, centrado en la proyección de autoridad más que en su ejercicio efectivo, refleja una comprensión superficial del fenómeno criminal.

La experiencia previa de Uruapan con la Policía Federal como fuerza de vigilancia municipal constituye un antecedente revelador. A pesar de la presencia de elementos federales, la ciudad continuó siendo escenario de violencia y extorsión sistemática. Esta intervención fracasó porque respondió a una lógica política de "mostrar presencia" sin atacar las causas estructurales: la infiltración institucional, la corrupción de corporaciones locales, la falta de inteligencia criminal operativa y la ausencia de coordinación efectiva entre niveles de gobierno.

La paradoja de la acción diferenciada

Una pregunta central permanece sin respuesta satisfactoria: ¿por qué el gobierno federal despliega estrategias cualitativamente distintas en Michoacán comparadas con otros estados afectados por la violencia?

Mientras en el Estado de México se implementan operativos coordinados con resultados documentables, Michoacán parece operar bajo una lógica de contención más que de confrontación. Esta diferenciación sugiere cálculos políticos complejos que incluyen posibles acuerdos tácitos, capacidad organizacional de los grupos criminales para generar crisis inmanejables, o simplemente la percepción de que Michoacán es un territorio perdido.

La consolidación de cárteles en la región, particularmente el Cártel Jalisco Nueva Generación y Los Viagras, ha creado economías criminales profundamente arraigadas en sectores como el aguacate, la minería ilegal y el tráfico de drogas sintéticas. Estas organizaciones no solo ejercen violencia: administran territorios, cobran impuestos paralelos y ofrecen servicios de "seguridad" que el Estado no provee. Desmantelar estas estructuras requiere voluntad política sostenida, recursos considerables y, sobre todo, romper con la lógica de administración de la violencia que ha prevalecido.

Causas estructurales y círculos viciosos

La crisis michoacana no se explica únicamente por la fortaleza de los cárteles, sino por la debilidad institucional acumulada durante décadas. La captura de gobiernos municipales por parte del crimen organizado, la desconfianza ciudadana hacia corporaciones policiales infiltradas, la precariedad de los sistemas de justicia locales y la fragmentación política han creado un ecosistema donde la violencia se reproduce orgánicamente.

Además, la economía criminal se ha integrado a dinámicas legales de manera que dificulta su separación. El sector aguacatero, por ejemplo, enfrenta extorsión sistemática, pero también genera flujos financieros que los grupos criminales lavan y reinvierten. Esta simbiosis entre economía legal e ilegal complica cualquier estrategia que no considere alternativas económicas viables para comunidades atrapadas en estas dinámicas.

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Propuestas para romper el ciclo

Frenar la escalada de violencia en Michoacán requiere abandonar el pensamiento mágico y asumir la complejidad del desafío.

1) Es indispensable construir una estrategia de inteligencia criminal que permita desarticular estructuras financieras y logísticas de los cárteles, no solo capturar operadores reemplazables.

2) Se necesita una depuración institucional profunda de corporaciones policiales municipales y estatales, acompañada de esquemas de profesionalización y mejora salarial que reduzcan incentivos a la corrupción.

3) Resulta fundamental implementar mecanismos de protección efectiva para autoridades municipales, incluyendo esquemas de inteligencia anticipatoria que identifiquen amenazas antes de que se materialicen.

4) Urge construir un sistema de justicia local funcional, con ministerios públicos especializados, protección a testigos y capacidad de investigación forense moderna y certificada.

5) Cualquier una estrategia sostenible debe incluir desarrollo económico alternativo para regiones dependientes de economías criminales, programas de prevención de violencia con base territorial y mecanismos de rendición de cuentas que rompan los ciclos de impunidad.

El asesinato de Carlos Manzo no será el último si Michoacán continúa siendo tratado como un problema contenible en lugar de una crisis que demanda soluciones estructurales.

La pregunta ya no es si el Estado puede recuperar el control, sino si existe la voluntad política para intentarlo seriamente.

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Nota del editor: Alberto Guerrero Baena es consultor especializado en Política de Seguridad, Policía y Movimientos Sociales, además de titular de la Escuela de Seguridad Pública y Política Criminal del Instituto Latinoamericano de Estudios Estratégicos, así como exfuncionario de Seguridad Municipal y Estatal. Escríbele a albertobaenamx@gmail.com Las opiniones publicadas en esta columna corresponden exclusivamente al autor.

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