El terremoto de 1985 no solo sacudió una buena parte del país, también dejó al descubierto una verdad incómoda: que frente a una emergencia de esa magnitud, el país no estaba preparado para responder de manera rápida, organizada y digna a quienes más lo necesitaban. Ese vacío lo llenaron, en gran medida, la impresionante solidaridad ciudadana y los equipos médicos que llegaron desde otras partes del país y desde otras partes del mundo para apoyar en aquel momento crítico.
Permanencia solidaria. La lección 40 años después del sismo del 85

Esa presencia y apoyo global mostró lo valioso que resulta contar con experiencia local y nacional, y también con apoyo para la respuesta humanitaria desde más allá de nuestras fronteras. Además, aquel primer esfuerzo marcó un antes y un después en la manera de entender la ayuda médico-humanitaria en México.
Lee más
Y aquí conviene ser claros. El sismo fue un parteaguas, pero la emergencia no terminó con la reconstrucción que, de hecho, duró varios años. Lo que comenzó como una respuesta inmediata reveló otra realidad: que en México, como en otras partes del mundo, las crisis sacan a la luz otras carencias y necesidades desatendidas. Detrás de cada desastre natural o episodio de violencia, hay vidas que siguen marcadas mucho tiempo después de que las cámaras se van. Por eso, la acción humanitaria debe ir más allá y contribuir a que las comunidades puedan nuevamente ponerse en pie.
En estas cuatro décadas se ha hecho evidente que las emergencias en México son recurrentes. Y también es necesario destacar que el país ha dado pasos gigantescos -y podría decir, ejemplares- en su capacidad de respuesta. Sin embargo, las situaciones de crisis han seguido ocurriendo: huracanes que devastaron comunidades enteras, inundaciones en el sureste que dejaron a miles de familias expuestas a enfermedades, epidemias que golpearon a quienes menos acceso tienen a servicios médicos, desplazamientos forzados y episodios de violencia que dejaron heridas físicas y psicológicas profundas. Incluso la pandemia nos recordó que la urgencia no termina cuando baja la curva de contagios, sino cuando las comunidades logran recuperar sus capacidades de autogestion y de bienestar.
Cada uno de estos fenómenos demuestra que una emergencia se atiende en horas o días, pero sus consecuencias permanecen durante años. Y si no hay continuidad y reconstrucción de capacidades, lo urgente se convierte en olvido.
Ese es quizá el mayor reto que enfrentamos como sociedad. Aprender que la ayuda humanitaria no debe medirse solo en función de la magnitud de la tragedia, sino del valor de cada vida. Significa poner al paciente y a las comunidades afectadas en el centro de las respuestas. Cuando la atención se concentra únicamente en el momento del colapso de capacidades, pero desaparece en la lenta recuperación, se corre el riesgo de perpetuar las carencias.
Cuarenta años después del 85, la lección sigue siendo vigente. No basta con reaccionar, hay que permanecer y acompañar. El compromiso verdadero con la salud y la dignidad de las personas implica escuchar, atender, adaptar las respuestas y cuidar más allá de la inmediatez.
Y esa permanencia no puede depender solo de quienes están en primera línea. Requiere del respaldo de una sociedad que no se olvide de los hechos cuando pase la emergencia, de instituciones que garanticen continuidad y de ciudadanos dispuestos a mantener viva la solidaridad. También de organizaciones cuya vocación es estar presentes en los momentos más críticos y, sobre todo, cuando la urgencia parece haber terminado, pero las necesidades siguen ahí.
Atender vidas no es un esfuerzo aislado. Es la suma de voluntades que, al unirse, hacen posible que ninguna crisis deje a las personas más vulnerables en el abandono.
Porque una crisis se puede acabar, pero muchas necesidades permanecen. Y si algo hemos aprendido en estas décadas, es que más que emergencias, debemos atender vidas.
_____
Nota del editor: José Luis Michelena es director ejecutivo de Médicos Sin Fronteras México y Centroamérica. Ha dedicado más de dos décadas a la comunicación y dirección de proyectos humanitarios y culturales en organismos internacionales. Síguelo en LinkedIn . Las opiniones publicadas en esta columna corresponden exclusivamente al autor.