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Del criadero al abandono; anatomía de la crueldad animal en México

O damos pasos firmes para terminar con la crueldad o quedaremos registrados en la historia como el país que normalizó el abandono y convirtió a los animales en desechables.
vie 19 septiembre 2025 05:59 AM
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El sueño dorado es que México deje de vender animales vivos como si fueran mercancía. Mientras eso ocurre, lo mínimo exigible es garantizar su bienestar en cada espacio, con reglas claras y supervisión efectiva, apunta Carmela Rivero.

En México, los criaderos clandestinos son la primera estación de una cadena de violencia que rara vez se mira de frente. Son casas, bodegas o patios improvisados donde las hembras son usadas como “pie de cría”, forzadas a reproducirse sin descanso hasta que sus cuerpos se agotan. Allí no hay sombra en verano ni cobijo en invierno. El agua es racionada, la comida escasa y el hacinamiento constante. Los cachorros sobreviven como mercancías en tránsito: se venden rápido o se desechan.

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De esos lugares llegó Pichi, una perra tipo bóxer usada durante años para parir camada tras camada. Cuando dejó de ser “útil”, fue abandonada. Al inicio no toleraba la cercanía de otros perros: había aprendido a defender su espacio de la monta forzada. Con atención médica y un entorno controlado, logró estabilizar su salud y poco a poco volvió a socializar. Hoy, a sus 10 años, con un cáncer bajo tratamiento, espera algo tan básico como envejecer en paz.

La historia de Chems muestra otra cara del mismo problema. Fue rescatado junto con 50 perros de un patio donde permanecían encadenados, bajo el sol y entre sus propios desechos. Llegó con heridas en la piel y un miedo profundo al contacto humano. Tras recibir tratamiento y rehabilitación, aprendió a caminar tranquilo, a convivir con otros y a acercarse a las personas sin temblar. Aún espera un hogar, pero lo hace con la confianza recuperada.

Estas historias no son anecdóticas: son la norma de un sistema sostenido en la negligencia y la impunidad. Según datos oficiales, en la Ciudad de México se han presentado 2,936 denuncias por maltrato animal en lo que va de este año (PAOT, 2025). Sin embargo, solo el 19.4% de las carpetas de investigación abiertas entre 2018 y 2024 fueron judicializadas (FGJ-CDMX, 2024). La consecuencia es un círculo vicioso: el delito existe en el papel, pero casi nunca en la práctica.

La violencia tampoco se limita a los criaderos clandestinos. Existen “refugios” que en realidad son bodegas de hacinamiento disfrazadas de altruismo: piden donaciones, pero mantienen a los animales sin espacio ni atención veterinaria. La impunidad también se alimenta del comercio digital: desde que existe internet, los criadores ilegales han sabido adaptarse. Citan a los compradores en esquinas o estaciones de metro, siempre lejos de los lugares donde crían. Plataformas de compraventa funcionan como escaparates de un mercado negro que sigue creciendo, con impunidad tanto para vendedores como para compradores.

El marco legal existe. La Ciudad de México cuenta con una Ley de Protección y Bienestar Animal y un artículo constitucional que reconoce a los animales como seres sintientes. Pero la aplicación es mínima, las inspecciones casi inexistentes y las sanciones excepcionales. Más grave aún: algunas iniciativas legislativas buscan flexibilizar la crianza y la venta, lo que equivaldría a renunciar a cualquier control sanitario, fiscal o de bienestar. Es, como se ha dicho, tratar de curar un enfermo terminal con una aspirina.

Mientras tanto, las cifras del abandono no dejan lugar a dudas. En México se estima que más de 1,300 animales de compañía son abandonados cada día, lo que nos convierte en el país con mayor abandono animal en América Latina y, de no actuar pronto, en el tercero a nivel mundial (Inegi, 2024; OMS, 2023). Esto no es un problema marginal: es un indicador de país que habla de nuestra cultura de cuidado y de los límites de nuestra empatía social.

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El plan de acción no requiere inventar nada nuevo, sino aplicar con seriedad lo que ya existe. Primero, los 5 Dominios del Bienestar Animal en todos los espacios donde haya animales: albergues, clínicas, pensiones o criaderos, con inspecciones periódicas y sanciones ejemplares. Segundo, prohibir la venta de animales vivos tanto en espacios físicos como en plataformas digitales, cerrando de una vez por todas la puerta al mercado negro. Tercero, transformar la esterilización gratuita y masiva en política pública permanente, no en campañas aisladas. Y cuarto, incorporar la educación en vínculo interespecie desde las escuelas, para formar generaciones que comprendan el cuidado como un valor cívico, no como un lujo.

El sueño dorado es que México deje de vender animales vivos como si fueran mercancía. Mientras eso ocurre, lo mínimo exigible es garantizar su bienestar en cada espacio, con reglas claras y supervisión efectiva. La decisión está frente a nosotros: o damos pasos firmes para terminar con la crueldad, o quedaremos registrados en la historia como el país que normalizó el abandono y convirtió a los animales en desechables.

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Nota del editor: Carmela Rivero es presidenta de la Fundación Antonio Haghenbeck y de la Lama, IAP. Las opiniones publicadas en esta columna corresponden exclusivamente a la autora.

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