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#ColumnaInvitada | Las mascotas como sujetos de derecho

Las marcas que integran criterios de bienestar animal en su cadena de valor (desde el diseño de productos hasta su publicidad) están alineándose con una sociedad más consciente y exigente.
mié 06 agosto 2025 05:59 AM
Varios perros con correa de paseo en Paseo de la Reforma.
Invertir en servicios, tecnologías o productos que promuevan una relación más respetuosa con los animales no es sólo una cuestión de responsabilidad social, sino es una estrategia de posicionamiento en un mercado que valora la ética tanto como la innovación, señala Alba Yaneli Bello.

La Ciudad de México ha dado un paso significativo en la evolución del vínculo humano-animal con la implementación del Registro Único de Animales de Compañía (RUAC). Más allá de un trámite burocrático, este sistema representa una inflexión ética, jurídica y económica que revela un nuevo paradigma: las mascotas ya no son sólo bienes muebles, sino seres sintientes con derechos reconocidos en la legislación local. Esta transformación exige un análisis desde múltiples ángulos, especialmente para quienes trabajan en sectores como tecnología, finanzas, innovación y desarrollo urbano.

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La implementación del RUAC, a cargo de la Agencia de Atención Animal (AGATAN), parte de una lógica que combina control sanitario, trazabilidad y bienestar animal. Es, en el fondo, un instrumento que institucionaliza la corresponsabilidad ciudadana frente a los animales de compañía. Pero también es un reflejo del cambio cultural que impulsa la economía del bienestar animal.

Detrás del RUAC hay una visión sistémica. Desde una perspectiva de políticas públicas, el registro permite identificar a los tutores responsables, establecer protocolos de atención médica y fomentar prácticas de tenencia responsable. Desde el ángulo económico, abre la puerta a servicios personalizados basados en datos (seguros, salud preventiva, entrenamiento, alimentación, productos especializados) que dependen de una infraestructura tecnológica aún incipiente, pero con potencial de crecimiento exponencial.

Y aquí es donde la tecnología entra en escena de forma más clara. El RUAC no es sólo una base de datos. Si se estructura adecuadamente (con interoperabilidad, protección de datos personales y conectividad) puede convertirse en el catalizador de un ecosistema digital de servicios inteligentes para animales de compañía, desde productos basados en tecnología para el bienestar de las mascotas (startups de pet-tech) hasta plataformas de cuidado veterinario remoto o sistemas de identificación cuyo registro puede alimentar una red de innovación que beneficia a animales, personas y empresas por igual.

No se trata simplemente de etiquetar perros y gatos, sino de reconocer que, en la ciudad contemporánea, los vínculos interespecie son parte del tejido económico y social, ya que ignorar esta realidad equivale a subestimar un mercado y, más aún, una dimensión de la ciudadanía que ya exige derechos, representación y servicios.

Además, el RUAC no opera en el vacío. Su implementación coincide con una tendencia internacional de reconocimiento a los animales como sujetos de derecho. México ha dado un paso más audaz pues, en 2022, la Constitución de la Ciudad de México fue modificada para reconocer a los animales como “seres sintientes”, no objetos. Esto cambia la lógica legal: ya no se trata únicamente de protegerlos por su valor instrumental, sino por su valor intrínseco.

Desde la óptica empresarial, esto representa una obligación y una oportunidad. Las marcas que integran criterios de bienestar animal en su cadena de valor (desde el diseño de productos hasta su publicidad) están alineándose con una sociedad más consciente y exigente. Invertir en servicios, tecnologías o productos que promuevan una relación más respetuosa con los animales no es sólo una cuestión de responsabilidad social, sino es una estrategia de posicionamiento en un mercado que valora la ética tanto como la innovación.

Pero también hay desafíos. La implementación del RUAC debe sortear obstáculos técnicos, presupuestales y sociales. El registro debe ser accesible, confiable y útil para la ciudadanía, evitando caer en el simple control estatal. La clave está en construir confianza a través de beneficios tangibles, como atención médica, recuperación de animales extraviados, trazabilidad en casos de maltrato, acceso a servicios preferenciales, entre otros.

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Finalmente, hay una dimensión filosófica ineludible, ya que reconocer a los animales como seres sintientes nos obliga a redefinir nuestra relación con el entorno. En un contexto global marcado por la crisis climática y la pérdida de biodiversidad, el respeto hacia otras formas de vida es más que una postura moral.

El RUAC es sólo una pieza de un rompecabezas mayor, pero su valor simbólico y práctico no debe subestimarse. Nos obliga a pensar no sólo en el futuro de nuestras mascotas, sino en el tipo de sociedad que queremos construir, es decir, una más empática, más inteligente y, sobre todo, más justa para todos los seres que la habitan.

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Nota del eitor: Alba Yaneli Bello es jueza de distrito. Síguela en Instagram como @Lalicbello Las opiniones publicadas en esta columna corresponden exclusivamente a la autora.

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