Falta menos de un año para que la Ciudad de México sea sede del Mundial 2026. Para entonces se espera que los estadios estén listos, la movilidad funcione y la hospitalidad institucional esté en marcha. Pero mientras esa cuenta regresiva avanza, en los barrios más tensionados por los cambios urbanos emerge otra conversación: la gentrificación, ese fenómeno que muchas personas viven como desplazamiento, aumento de precios y pérdida de comunidad forzados e impuestos.
#ColumnaInvitada | ¿Turistas sí, nómadas no?

Una encuesta reciente de Polister Encuestadora ofrece una fotografía reveladora: el 67% de los capitalinos cree que las protestas contra la gentrificación no afectarán el Mundial. Pero al mismo tiempo, el 56% culpa a los extranjeros por el alza en las rentas y el 62% opina que deberían hablar español durante su estancia. Aunque solo 4 de cada 10 encuestados han oído el término “gentrificación”, el malestar se expresa con claridad.
En julio se realizaron dos marchas en contra de la gentrificación. La más reciente, el 20 de julio, reunió a unas 600 personas con pancartas que decían “El barrio no se vende” y “No es desarrollo, es despojo”. Este sábado 26 se realizará una tercera movilización que partirá del Hemiciclo a Juárez rumbo a la Embajada de Estados Unidos, y que exige tres medidas: vivienda digna, congelamiento de rentas y uso de inmuebles ociosos.
Frente a esto, el gobierno capitalino respondió con el Bando 1, un plan de 14 acciones para regular rentas: limitar aumentos al índice de inflación, crear un índice de alquiler razonable, regular plataformas digitales y establecer una Defensoría del Inquilino. Además, se prevé presentar en los próximos meses una Ley de Rentas Justas que traduzca esos principios en norma legal, después de foros de participación ciudadana previstos para septiembre u octubre. La propuesta apunta a estabilizar precios, proteger a inquilinos y frenar el desplazamiento en colonias tensionadas como Roma, Juárez y Condesa.
En este contexto, aparece una distinción simbólica: los datos revelan que no se trata de rechazar a lo extranjero, sino a ciertos modos de estar en la ciudad. El turista clásico —que viene, consume y se va— deja una huella efímera. En cambio, el residente temporal —frecuentemente joven, con trabajo remoto e ingresos en otra moneda— alquila en dólares, no aprende el idioma y altera el ecosistema barrial sin integrarse. No es vecino, pero tampoco visitante. Su presencia es disruptiva.
Y esa disrupción se ve reflejada en los números. Según Propiedades.com, entre 2023 y 2024 las rentas subieron un 17.55% en promedio, y de 2024 a 2025 se incrementaron otro 6.25%. En colonias como Roma Norte, los precios prácticamente se duplicaron: un departamento pasó de 18,000 a 36,381 pesos mensuales. Además, el 63% de las unidades ofertadas en plataformas como Airbnb se concentra en Cuauhtémoc y Miguel Hidalgo (La Haus, junio 2025), donde la densidad de extranjeros residentes y la presión sobre el mercado inmobiliario son más notorias.
Estos cambios no son iguales en todos los barrios. En Polanco, la gentrificación ha sido de tipo elitista: no desplazó, sino que reforzó su perfil exclusivo. En cambio, en colonias como Juárez, la llegada de galerías, cafés y oficinas de coworking implicó la salida progresiva de poblaciones de menor ingreso (Polister, “Polanco vs Juárez”, julio 2025). No todas las gentrificaciones son iguales, pero casi todas modifican quién puede habitar el territorio.
En este marco, que más de la mitad de los capitalinos espere que los extranjeros hablen español no es una simple demanda lingüística. Es un gesto de reconocimiento. Un modo de decir: “Si vas a quedarte, demuestra que te importa”. El idioma se vuelve símbolo de implicación. No se exige por norma, sino por sentido.
Lo que se discute no es la nacionalidad, sino el tipo de vínculo. ¿Con qué derecho se habita una ciudad? ¿Con qué compromiso? ¿Desde qué lugar? Porque el problema no es el extranjero: es el modelo urbano que define quién puede quedarse y quién debe irse. No es la lengua que se habla, sino quién tiene el micrófono. No es cuánto cuesta un departamento, sino quién define ese precio.
Lo que se vive hoy en la Ciudad de México no es exclusivo. Sucedió en Barcelona, Lisboa o Medellín. Pero en este caso, el contraste es evidente: la bienvenida al turista mundialista y la incomodidad con el residente transitorio. La misma nacionalidad puede generar orgullo o rechazo según su función social. Lo que cambia no es el pasaporte: es el relato.
Y eso obliga a una reflexión más amplia. Porque el Mundial pasará. Pero las decisiones que se tomen ahora marcarán el rumbo de esta ciudad. ¿Queremos ser solo una postal para el mundo o también un hogar para quienes ya estaban?
Tal vez la respuesta no esté en endurecer fronteras ni en idealizar la resistencia. Lo urgente es abrir una discusión pública que distinga entre las lógicas de mercado y las necesidades de quienes habitan. No se trata de quién llega, sino bajo qué condiciones se redefine el acceso al espacio común. Porque lo que está en juego no es solo el perfil de los nuevos residentes, sino el modelo de ciudad que los habilita.
Ese modelo, lejos de ser neutral, establece jerarquías: entre quienes vienen por unos días y quienes se quedan sin integrarse; entre quienes son celebrados como turistas y quienes son percibidos como intrusos. La diferencia no está en el pasaporte, sino en el lugar que se ocupa en la trama urbana. En cómo se llega, con qué derechos, y a costa de quién.
La hipótesis se confirma: no es una cuestión de extranjería, sino de función social. No molesta quien viene por el Mundial, sino el que se instala sin participar. Porque el primero se va, pero el segundo se queda sin mirar demasiado a su alrededor. Y mientras tanto, quienes estaban ahí desde antes, ven desdibujarse su derecho a seguir habitando la ciudad.
Por eso, la discusión no es si los capitalinos deben recibir al mundo o cerrarse sobre ellos mismos. La pregunta real es: ¿qué tipo de ciudad quieren construir con quienes llegan, sin olvidar a quienes ya están? Porque cuando se apaguen los estadios, solo quedarán las reglas que hayan decidido sostener en todo este proceso.
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Nota del editor: Milagros Oreja es Directora de Polister.info. Comunicadora e investigadora social. Las opiniones publicadas en esta columna corresponden exclusivamente a la autora.