Si bien no falta razón al señalar los visos de autoritarismo de AMLO y su movimiento, resulta por lo menos irónico que sea Zedillo quien se lanza al ruedo. Un expresidente con resultados por demás controversiales, y hasta cuestionables.
Nuevamente, desde los ámbitos contrarios a la 4T, se emprende una andanada de críticas por personajes que no necesariamente son los más legitimados, con una absoluta ausencia de autorreflexión sobre los errores cometidos, y que tanto avivaron el movimiento obradorista.
Cada vez más, se aprecia un síndrome de memoria selectiva en la crítica a AMLO, la presidenta y la 4T. Pareciera que todos los problemas nacieron por generación espontánea en 2018. Que nadie de los hoy críticos, muchos de ellos parte del sistema anterior, recuerdan lo sucedido antes de ese año.
Aclaro, como en otras ocasiones, que este espacio no está para apologías del gobierno actual, pero tampoco para validar declaraciones opositoras que no consideran sus propios yerros históricos.
Zedillo, en sus dichos, tiene algo de razón. Pero si está tan ávido de “abonar” al debate público, bien podría empezar por reconocer situaciones que mucho dañaron al país durante su sexenio. Decisiones que, en su mayoría, derivaron de rencores e intereses personales de revancha.
La gran crisis de 1994, por más que sus acólitos se empeñen en decirlo, no fue generada por su antecesor, sino por la arrogancia de no querer dar continuidad al plan para evitar afectaciones inmediatas devastadoras. Los estragos que tuvimos eran prevenibles y evitables.
Y hablando sobre democracia, quienes hoy tanto celebran los dichos de Zedillo, y critican la intervención gubernamental en las elecciones, olvidan que también él intervino, por rencores con su partido, dañando de facto el sistema para erigirse como un gran demócrata, que no fue.
Además de muchos otros errores, como eliminar los controles políticos de su antecesor para regresarle fuerza a los poderes fácticos. Por supuesto, a cambio de que operaran conforme a sus intereses, como lo hizo el SNTE en la elección de 2000.
De la reforma judicial obradorista, poco o nada se puede defener. Es regresiva y mortal para el sistema judicial. Pero tampoco se puede defender mucho la omisión de los gobiernos anteriores en corregir los problemas evidentes, incluyendo la reforma de Zedillo, que poco cambió la justicia.
El episodio de Zedillo se da justo con otro evidente ejemplo de memoria selectiva, que es el número especial sobre Oportunidades Perdidas, publicado por una revista especializada, que en algún momento tuvo prestigio y legitimidad pero que lamentablemente quedó anquilosada hace años.
En esta publicación se habla de cinco grandes momentos en la historia reciente de México, discutidos en foros, que han representado oportunidades perdidas para la modernización del país.
Si bien se aluden periodos que podrían considerarse válidos, no dejan de llamar la atención los claros sesgos, respaldados en lugares comunes, mitos geniales, algunos análisis simplistas y una evidente molestia con el régimen actual, válida y justificada, pero igual sesgada.
Dos de los cinco momentos son de 2018 y la 4T. Está la crisis de 1994, vista desde la visión particular del zedillismo, por supuesto. Y el movimiento del 68 junto con la promesa petrolera de los 70.
Curiosamente, olvidan el periodo 2000-2018, tal vez porque lo ven como una época de oportunidades aprovechadas, y no la catástrofe histórica que construyó todas las condiciones para que hoy tengamos 4T para rato.
Se entiende dado que varios de los autores fueron agoreros de la alternancia (y la intervención zedillista), como el inicio de la democracia mexicana, a pesar de que está más que documentado que solo fue resultado del proceso de más de dos décadas de apertura democrática en México.
Evitan analizar que es justo a partir del 2000 que se empezaron a desaprovechar las grandes oportunidades que supuestamente traía la alternancia, empezando por la dilapidación del famoso bono democrático y por frenar en seco el proceso de reformas democratizadoras.
Se evita hablar sobre el refortalecimiento claro de los poderes fácticos a partir de la alternancia, y la pérdida de control de muchas áreas del país en lo económico, lo social y en materia de seguridad.
Es en esos 18 años omitidos que inicia el peor periodo de violencia e inseguridad de nuestra historia reciente, con las consecuencias que hasta hoy vemos. Se inaugura una etapa de 12 años (sí, 12, desde 2006 no desde 2012) de los mayores excesos y abusos de corrupción nunca vistos.