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No estamos normalizando la violencia, la estamos enalteciendo

Al principio de la guerra contra nuestra tranquilidad que arrancó Calderón sin ton ni son, no era común ver imágenes crudas de asesinatos, o escenas de restos de torturas.
lun 24 marzo 2025 06:00 AM
Rancho Izaguirre abre sus puertas: El silencio en la ‘ruidosa’ visita a Teuchitlán
Por primera vez, el Rancho Izaguirre en Teuchitlán, Jalisco, donde a principios de mes se encontraron tres hornos crematorios y restos humanos, fue abierto a medios de comunicación y colectivos de buscadores.

El descubrimiento del campo de Teuchitlán, y unos días después el de Tamaulipas, nuevamente cimbraron al país. Se suman a una larga lista de fosas clandestinas y noticias de violencia que han plagado las noticias diarias desde hace ya 18 años, al menos.

Las imágenes que se difundieron en redes y medios son desgarradoras. Como tantas imágenes que todas las semanas se difunden de diferentes situaciones o eventos de violencia a lo largo y ancho del país. No hay estado que se salve ya.

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Esto ha quitado ya la capacidad de asombro a los mexicanos. Después de tres sexenios de inseguridad no solo imparable sino creciente, y cada vez más violenta, ya no parece caber el argumento de que se está normalizando. Ya se normalizó, y hoy con tanto video e imagen corriendo en tiempo real en redes digitales y medios de comunicación, la estamos enalteciendo.

Al principio de la guerra contra nuestra tranquilidad que arrancó Calderón sin ton ni son, no era común ver imágenes crudas de asesinatos, o escenas de restos de torturas. En aquel momento, tal vez servía un propósito el mostrarlas: hacernos conscientes del deterioro de la seguridad.

Conforme avanzó el gobierno de Calderón, y sus grandes errores en esta materia, se empezó a volver más común ver en los estados de mayor problemática cuerpos colgados, descabezados, restos humanos, calcinados, y muchas otras escenas dramáticas.

Eso generó que en los medios se empezara a hacer cada vez más común la transmisión de este tipo de imágenes, retorciendo el estómago de muchos, y minimizando la capacidad de asombro. En aquel momento, las redes digitales aún no eran tan masivas, pero igual replicaban estas escenas.

El sexenio de Calderón heredó un país en franco deterioro, con grupos fortalecidos del crimen organizado, incursionando en cada vez más actividades de las originales que realizaban de narcotráfico, y con profundas riñas territoriales.

Con Peña en el gobierno, no solo no se corrigió el rumbo, sino que se siguió empeorando la estrategia. Crecieron los datos de inseguridad y, con ellos, los eventos violentos. Y se fueron expandiendo a más estados.

Si bien en un principio, en el sexenio de Peña se trató de cambiar el discurso público y enfatizar menos la violencia, y sus escenas, para buscar un ambiente menos intranquilo para la sociedad, con los malos resultados de su estrategia de seguridad fue inevitable regresar a esos episodios crudos.

El momento de inflexión que significó el caso de Ayotzinapa enardeció nuevamente a la sociedad, y dejó en descubierto que los grupos criminales fortalecidos por Calderón se fortalecieron aún más con Peña.

Ese entorno de aparente inmunidad y libre albedrío para el crimen organizado, fue evidenciando los grandes problemas de desaparición forzada, de emboscadas y de asesinatos grupales, como el sonado caso de los jóvenes de Tamaulipas ultimados por fuerzas armadas.

Así, la campaña presidencial de 2018 de López trajo un discurso de aparente cambio de rumbo. Un discurso de atención real de las problemáticas sociales que dan origen a tanta violencia, y de una visión más integral.

Todo ese discurso quedó en el olvido desde que AMLO ganó la Presidencia. No solo se evidenció que la estrategia no cambiaría de fondo, sino que incluso se empeoraría.

Los seis años del gobierno Lopezobradorista tuvieron, al menos, dos grandes logros: empeorar los problemas estructurales que generan la violencia, y abrir de par en par las puertas a que los grupos del crimen organizado, ya apapachados por Calderón y Peña, tomaran control de las partes que les faltaban del país.

La lucha encarnada entre los diferentes grupos criminales se dio en plena libertad de violar cualquier tipo de “código ético”, operando de manera cada vez más vil y burda, dando paso a niveles cada vez más inimaginables de violencia. Todo, ante la mirada inerte de las autoridades.

Esa herencia que hoy tiene que asumir la Presidenta va acompañada de una sociedad cada vez más harta y desgastada, pero también cada vez más intolerante y agresiva, en parte gracias al profundo discurso polarizante tanto de seguidores como de críticos de la 4T.

A lo largo de estos tres sexenios de dinamitar la paz en México, un componente constante ha sido la creciente necesidad, tanto en redes digitales como en medios de comunicación, de hacer cada vez más visibles las imágenes de las situaciones aterradoras de lo que pasa en nuestro país.

Si bien podría argumentarse que es importante comunicar la realidad que atravesamos, también debe reconocerse que hay diferentes maneras de comunicarla, y que cada una tiene resultados diferentes.

Comunicar la realidad es imperativo para generar consciencia. Pero hacerlo en la forma tan gráfica que se está haciendo no solo nos aleja del objetivo, sino que lleva a interiorizar la violencia y, a veces de manera inconsciente y otras muy consciente, a replicar la agresividad en nuestros ámbitos personales.

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Hoy que la Presidenta pareciera cambiar la estrategia y buscar mejores resultados, también es momento de que todos hagamos una reflexión profunda sobre cómo abordamos estos temas, y aún más importante, sobre nuestro rol en la degradación de nuestro país.

Ninguna estrategia funcionará sin un plan sólido de prevención social de la violencia, para realmente atacar el fondo del problema. Y no habrá prevención social posible mientras todo lo que veamos alrededor sea violencia gráfica y cruda. Se lo debemos a las nuevas generaciones, que están creciendo sin conocer otra realidad más que violencia por doquier.

México está en caída libre a un precipicio muy peligroso. Depende de todos nosotros parar esa caída, y empezar a trabajar juntos en cómo regresar a un mejor país. No será fácil ni rápido, y sólo es posible si cambiamos nuestros paradigmas. Nuestra niñez merece otro México, como el que muchos conocimos.

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Nota del editor: Las opiniones de este artículo son responsabilidad única del autor.

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