En México y Estados Unidos estamos en medio de una crisis política y social muy profunda. Una crisis que nos mantiene atrapados entre el pasado y el presente. Pero un pasado que no fue, interpretados a conveniencia, que sirve de base polarizante para un presente que es igual de fantasioso.
Anclados entre el pasado y el presente, sin pensar en el futuro

Y no se trata únicamente de lo que los gobiernos en turno comunican como parte de su estrategia electorera. Son todos los actores de interés. Los partidos de oposición, la opinocracia, los think tanks, las organizaciones sociales y la propia sociedad en su polarización.
Estamos entrampados en una lucha encarnada de interpretaciones, en su mayoría sesgadas, de un pasado ya sea glorioso o catastrófico, y de un presente absolutamente contrario.
Desde el oficialismo, hay tres pasados. Un pasado histórico de florecimiento y de conflicto. Un pasado medio que dio estabilidad y modernización después del conflicto. Y el pasado más reciente, que quitó todo lo avanzado y creó privilegios a algunos, resultando en abusos e injusticia para el resto.
Su presente, según argumentan la 4T y Trump, es uno de reivindicación. Uno de reconocer esos rencores sociales, y de redignificar a quienes perdieron contra los privilegiados. Es cambiar todo de tajo, aunque eso implique destrucción para todos.
Desde oposición y críticos, los pasados histórico y medio son similares, con matices. Pero el pasado reciente es uno de grandes logros, hechos por ellos, y de beneficios amplios. Construcción y consolidación institucional y éxito económico. Sin importar consecuencias.
Y el presente lo ven como la destrucción de todo lo alcanzado, como una estrategia basada en la desinformación. Un presente de retroceso y anacronismos.
Ambos tienen como su base argumentativa regresar a algún pasado; particularmente el pasado medio para los oficialistas, y el pasado reciente para sus críticos. Ese es su planteamiento único. No se ve en ninguno de los bandos una propuesta programática a futuro. No se aprecia un entendimiento de que el mundo es muy diferente a esos pasados, y a sus propias interpretaciones.
Los discursos de unos y otros están basados en nostalgias de supuestas eras doradas del pasado, en un presente que recupere esas etapas, independientemente de que el contexto tanto mundial como nacional sean diametralmente distintos.
Sus planteamientos de futuro tienen muy poco, o nada, de futuro. Se basan en replicar lo que, a su real saber y entender, funcionó y nunca debimos dejar de hacer. Se basa, también, en lo que en su cosmovisión resultó exitoso y debería regresar.
En México, el oficialismo busca retrotraernos a la época del desarrollo estabilizador, en su interpretación vaga de lo que fue. A una visión de mayor nacionalismo, que obedeció a una época histórica particular, muy diferente a la actual.
Los críticos, por su parte, buscan o llevarnos a la era dorada de los años noventa, o algunos incluso a los malentendidos dos miles. Sin reparar en todos los errores, particularmente de los dos miles. Y, sobre todo, sin liderazgos políticos que siquiera se asemejen al nivel que hubo en los 90.
La 4T, como grupo mayoritario en el poder, puede darse ciertas licencias de interpretación que, con el tiempo, se desgastarán. Lo mismo con el gobierno estadounidense. Pero quienes se contraponen, en ambos lados, tienen menos margen y, sobre todo, menos legitimidad social.
Oposición, think tanks, medios, opinólogos, grupos sociales, universidades, asesores no hemos entendido que no entendimos los momentos de cambio social que nos trajeron a donde estamos hoy. En todos estos grupos, se consolidaron elites de pensamiento que se convirtieron en cajas de eco, en trabajo de escritorio. En “estudiosos” con opiniones personales más que evidencia empírica.
Adicionalmente, se despreció a la política profesional, y se trató de tomar su lugar. Se dejó de entender el arte de la política, sustituyéndola por absolutismo cognitivo. Se invalidaron visiones distintas, se defendió la diversidad al tiempo que en los hechos se condenaba a la otredad.
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A todos se nos olvidó que la realidad social no solo existe, sino que es más terca y más audaz que nuestras realidades alternativas. Hoy, en nuestros sollozos, no logramos entender por qué los gobiernos en turno tienen tanto respaldo, porque seguimos cegados a esa realidad social.
Nos construimos castillos en el aire, como lo hacen ahora quienes deciden, y se nos cayeron sin darnos cuenta, como pasará a los actuales. Claro que hay un pasado que construyó y contribuyó. Pero también hay un pasado que se equivocó y destruyó, al amparo o ante la omisión de quienes hoy son afectados por el presente.
Lo que no se ve en ningún lado, es un interés genuino, y mucho menos una reflexión profunda, sobre el futuro. Estamos tan enfrascados en nuestras interpretaciones de pasado y nuestras fantasías del presente, que el futuro parece solo la reafirmación de nuestros prejuicios y preconcepciones.
Entre el pasado y el presente que tenemos, el futuro es cada vez más endeble e incierto. Más allá de las diferencias de visión, o de interpretación, un futuro medianamente mejor a donde estamos hoy requiere de miradas frescas, que sepan reconocer en qué se erró, y hacia dónde evolucionar.
Esta realidad, aplicada a la coyuntura actual de la relación bilateral, genera problemas mayúsculos. Washington, otrora capital de la política y el cabildeo, está plagada de analistas y ‘mexicanólogos’ que hace tiempo no entienden a México, y hoy tampoco entienden a Estados Unidos.
Muchos de ellos exfuncionarios, ex diplomáticos, o cercanos a los círculos anteriores de poder. En los think tanks, más vapuleados en Estados Unidos por Trump que en México por AMLO, se quedaron dormidos en una realidad alterna. Y en México, parece difícil entender que en Estados Unidos hoy hay un proceso muy parecido a lo que aquí vivimos desde hace unos años.
Hoy ni en México ni en Estados Unidos la política es como antes, es una estrategia electoral de base social. Hoy el sentido común es aprovechar los resentimientos sociales como base de voto.
Mientras no entendamos nuestra realidad, seguiremos anclados entre pasado y presente engañosos, sin posibilidad de futuro.
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Nota del editor: Las opiniones de este artículo son responsabilidad única del autor.