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Ante el presente oscuro, pensemos en el futuro

Las élites liberales lucen desconcertadas y paralizadas, añorando una época que poco a poco termina frente a sus ojos.
mar 08 abril 2025 06:04 AM
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La llegada de Donald Trump al poder y su agenda revisionista del orden internacional aceleran el proceso del fin de un ciclo en la historia global y el inicio de otro, apunta Jacques Coste.

Está terminando un ciclo en la historia global e iniciando otro, cuyos contornos son aún inciertos. La llegada de Donald Trump al poder y su agenda revisionista del orden internacional han acelerado este proceso que ya estaba en marcha. Los cuestionamientos desde arriba y desde abajo a la democracia liberal, el consecuente ascenso de gobiernos autoritarios o populistas de distinto signo en todo el mundo, el enorme descontento frente al orden económico neoliberal, el ascenso de China como superpotencia y la consolidación de potencias medias (como India) eran signos que venían anunciando este cambio de era desde hace más de una década.

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Sin embargo, parece que hasta ahora las élites políticas, económicas e intelectuales liberales están aceptando la profundidad de este proceso. Más aún, parte de estas élites sigue pensando que el cambio de época es reversible, que sólo se trata de un paréntesis histórico, pero pronto el mundo regresará al status quo ante. Otra parte, más realista, empieza a aceptar —ya con resignación, ya con miedo— la irreversibilidad de los cambios y comienza a buscar opciones para adaptarse a ellos. Sin embargo, en general, las élites liberales lucen desconcertadas y paralizadas, añorando una época que poco a poco termina frente a sus ojos.

Entretanto, en la mayor parte del mundo, salvo excepciones, las izquierdas entendieron el cambio de época primero, pero no supieron actuar en consecuencia. Es decir, leyeron y señalaron las deudas de la democracia liberal, la desigualdad ocasionada por el arreglo económico neoliberal y las injusticias de las normas y las instituciones internacionales desde hace lustros, y demandaron reformas sustantivas para construir un orden social más justo, pero no lograron traducir este descontento en movimientos políticos que construyeran grandes consensos sociales —si se quiere, nuevas hegemonías— y que se tradujeran en las urnas.

El problema de muchas izquierdas en el mundo fue que denunciaron las injusticias y las deudas del consenso liberal de la posguerra fría, pero no rompieron ese consenso. Más bien, compraron el entendimiento de la política como consenso, no como conflicto, y la noción de que sólo tirándose al centro podrían ganar más votantes, lo que terminó por diluir a muchos partidos de izquierda programática e ideológicamente, al tiempo que las derechas radicales ganaban adeptos entre la clase trabajadora.

Tras la caída del Muro de Berlín, las izquierdas quedaron desorientadas. Lejos de proponer futuros utópicos de justicia y bienestar para todos, las izquierdas proponían ligeras reformas al status quo para hacer la vida más llevadera, menos miserable. Hoy, que el cambio en el orden internacional parece latente e irreversible, las izquierdas en el mundo lucen debilitadas y con poco que ofrecer a enormes sectores sociales. Insisto, muchos intelectuales y organizaciones de izquierda fueron los primeros en señalar las injusticias del capitalismo neoliberal y los aspectos en los que la democracia liberal se quedaba corta, pero los partidos de izquierda tuvieron enormes problemas para traducir esas críticas en agendas concretas que trascendieran meras reformas al orden establecido.

Lo cierto es que hoy, en momentos en los que el cambio de ciclo histórico ocurre rápidamente, tanto los liberales como los izquierdistas parecen descolocados y sin propuestas claras sobre cómo lograr que sus países caigan bien parados en el cambio de era. Por supuesto, hay propuestas aquí y allá sobre cómo atemperar los ánimos estadounidenses de revisionismo del orden internacional liberal, sobre cómo contener los efectos económicos adversos de los aranceles y sobre cómo construir frentes comunes para responder a las afrentas de Trump, pero hay pocas propuestas que vayan más allá de lo coyuntural.

Esta falta de ideas con miras al futuro dice mucho de nuestro tiempo, de la era histórica en la que mi generación se crió: la era del capitalismo neoliberal, las tecnologías de la información, las redes sociales, el mundo de la inmediatez y, desafortunadamente, la época del antiintelectualismo, la posverdad y la falta de deliberación. La era, sobre todo, de los consensos: esos consensos tan nocivos que le hicieron creer a amplísimos sectores de la población que sólo había una modernidad posible, una vía hacia el desarrollo y un modelo político y económico correcto.

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El cambio de época que está en ciernes no luce nada alentador: quien lo está acelerando —que no conduciendo— es un tirano megalómano que gobierna un imperio en decadencia. Por ahora, hay pocos signos positivos que auguren un futuro prometedor. Sin embargo, si queremos construir horizontes de futuro, si queremos atemperar los efectos negativos de la nueva época histórica, si queremos combatir a los nuevos fascismos y si queremos aprovechar las tenues oportunidades que se vislumbran, debemos sentarnos a reflexionar colectivamente.

Por un proyecto académico de historia intelectual en el que estoy trabajando, estoy estudiando los debates que se suscitaron con la inminente caída del socialismo real a finales de los 80 y principios de los 90, y vaya que había horizontes de futuro y altura de miras en esas discusiones: los neoliberales, los liberales clásicos, los socialdemócratas y las izquierdas más duras se enfrascaban en vibrantes debates sobre cómo construir un mundo mejor tras la Guerra Fría. No solamente se centraban en cómo sortear la crisis de fin de época, sino en qué tipo de regímenes internacionales y nacionales construir al salir de ella para así erigir un futuro mejor para la humanidad. Quizá nos hace falta ese espíritu en estos aciagos tiempos.

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Nota del editor: Jacques Coste ( @jacquescoste94 ) es internacionalista, historiador, consultor político y autor del libro Derechos humanos y política en México: La reforma constitucional de 2011 en perspectiva histórica (Instituto Mora y Tirant lo Blanch, 2022). Las opiniones publicadas en esta columna corresponden exclusivamente al autor.

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