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#ColumnaInvitada | La otra adicción de EU: la mano de obra indocumentada

Honrar la contribución de los indocumentados no significa menospreciar a los trabajadores nacidos en el país, sino exigir reformas que dignifiquen el trabajo para todos.
lun 07 abril 2025 05:01 AM
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Mientras Estados Unidos no reconozca su dependencia estructural de los trabajadores sin papeles, seguirá estancado en el mismo círculo vicioso de explotación y xenofobia, señala Raúl Lomelí-Azoubel.

En los campos de cultivo de California, las plantas procesadoras en Texas y los almacenes mercantiles de Nueva York hay un denominador común: la mano de obra indocumentada sostiene estas industrias al tiempo que lo hace con la economía estadounidense.

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Mientras algunos insisten en que sin esta fuerza laboral los empleos esenciales quedarían vacantes surge un debate necesario, ¿realmente los estadounidenses rechazarían estos trabajos o el problema radica en cómo se valora —y remuneran— las actividades pesadas que “nadie quiere hacer”?

A fin de cuentas, el capitalismo se rige por la oferta y la demanda; si un empleo no se cubre, los salarios deben subir hasta atraer a los trabajadores. Sin embargo, sectores como la agricultura pagan salarios mínimos, evaden beneficios básicos y normalizan condiciones laborales peligrosas. ¿Resultado? Sólo quienes carecen de alternativas —como los indocumentados— aceptan estos trabajos.

Más allá de los números y las leyes del mercado, Estados Unidos enfrenta un problema más profundo: una adicción crónica a la mano de obra indocumentada. Como toda adicción, el primer paso para la rehabilitación es aceptar que existe una dependencia, pero en su delirio, Estados Unidos opta por negar la responsabilidad y demoniza al inmigrante, cuando el verdadero “parásito” es un sistema que atrae y se aprovecha de la necesidad de 11 millones de seres humanos que buscan un mejor porvenir para ellos y sus familias.

Hay quienes argumentan que si los trabajadores indocumentados desaparecieran, los estadounidenses nativos ocuparían sus puestos. Es posible, pero no sin condiciones. Exigirían mejores salarios, horarios justos y protecciones laborales que, en la mayoría de los casos, no existen para quienes carecen de documentos.

Para muchos migrantes estos trabajos representan más que un simple sueldo, son una oportunidad de salir adelante desde un lugar ajeno al propio aunque tengan que vivir en las sombras. Su humildad no es una cualidad intrínseca, sino el reflejo de una resiliencia forjada en la adversidad: enviar remesas, evitar conflictos por temor a la deportación y agradecer cualquier oportunidad. En contraste, un trabajador estadounidense con derechos plenos podría exigir más y con razón.

Pero más allá de los salarios y las condiciones laborales, hay algo que no se puede replicar fácilmente y eso es la actitud con la que los trabajadores indocumentados desempeñan sus oficios. No es sólo necesidad lo que los mueve, sino una profunda cultura del esfuerzo que transforma el trabajo más duro en un acto de dignidad. Esa es la diferencia entre un trabajador que ve el campo como un simple empleo y aquel que lo ve como una oportunidad para darle un mejor futuro a sus hijos o una vejez digna a sus padres.

Romantizar el "sacrificio" de los indocumentados es peligroso. Su entrega no es solamente una virtud, sino síntoma de un sistema que los explota mientras empleadores y consumidores se benefician de salarios bajos y mano de obra explotada. La solución no es elegir entre migrantes o nativos, sino repensar un modelo donde todo trabajo esencial sea tratado como tal: con salarios dignos, protección laboral y respeto.

La narrativa de que "nadie quiere hacer estos trabajos" es una profecía autocumplida. La verdadera pregunta debe ser: ¿están los estadounidenses dispuestos a pagar el precio justo por el alimento en las mesas o por el cuidado de sus hijos y adultos mayores? Honrar la contribución de los indocumentados no significa menospreciar a los trabajadores nacidos en el país, sino exigir reformas que dignifiquen el trabajo para todos.

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En una nación donde la presencia de trabajadores indocumentados es vital en sectores como la agricultura (17%), la construcción (13%), el servicio doméstico (22%) y la jardinería (21%) podría pensarse que las personas que desempeñan dichos empleos están plenamente integradas a la sociedad. La realidad es otra: viven en las sombras.¿Cómo puede alguien beneficiarse tanto de este segmento de la población y al mismo tiempo culparlo de todos los problemas del país? La respuesta es clara. En su adicción a la mano de obra indocumentada, Estados Unidos prefiere ignorar la realidad.

Mientras Estados Unidos no reconozca su dependencia estructural de los trabajadores sin papeles, seguirá estancado en el mismo círculo vicioso de explotación y xenofobia. Es hora de enfrentar los hechos y exigir políticas públicas que protejan a los indocumentados de la explotación que padecen. Legalización, salarios dignos y condiciones seguras no son utopías, son el cimiento de una economía que no debería depender del sufrimiento silencioso de millones.

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Nota del editor: Raúl P. Lomelí-Azoubel presidió MALDEF, organización de Defensa Legal a favor de los latinos en Estados Unidos, además de haber fundado Saber Es Poder, una organización que brinda ayuda e información a mexicanos y latinos en Estados Unidos. Fue condecorado con el Premio Otli, el máximo galardón que otorga el Gobierno de México a mexicanos destacados por sus servicios al país fuera de nuestras fronteras. Las opiniones publicadas en esta columna corresponden exclusivamente al autor.

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