Donald Trump regresó a la Casa Blanca no sólo a cumplir sus promesas de campaña, sino que en pocas semanas ha ampliado su programa político y lo ha convertido en un ambicioso proyecto expansionista e imperialista. Cuestiones como la anexión de Canadá y Groenlandia, la recuperación del Canal de Panamá o el renombramiento del Golfo de México no estaban en su discurso de campaña y, sin embargo, los ha incorporado al programa de su presidencia.
México ante el fascismo expansionista de Trump
La opinión pública y la clase política de México se han mostrado desconcertadas y descolocadas ante esta situación. Y no es para menos. Hay hay que decirlo con toda claridad: en este momento, el país vecino de México es un imperio en decadencia —y por tanto, está actuando de manera desesperada y furibunda— con un líder fascista y expansionista, dispuesto a llevar hasta las últimas consecuencias un programa político que —según él— revitalizará a su nación, restaurará la hegemonía estadounidense y asegurará su continuidad.
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No exagero al decir que Donald Trump es un líder fascista. En su formidable libro Anatomía del fascismo, Robert Paxton define al fascismo como “una forma de conducta política caracterizada por una preocupación obsesiva por la decadencia de la comunidad, su humillación y victimización, y por cultos compensatorios de unidad, energía y pureza”.
A su vez, el intelectual italiano Umberto Eco argumentaba que algunas características centrales del fascismo son: el culto a la tradición y el rechazo a la modernidad; la irracionalidad y el enaltecimiento de la acción; la idea de que cualquier desacuerdo o disidencia es equiparable a una traición; el miedo a la diferencia y al otro; el ultranacionalismo y la xenofobia; la obsesión por las teorías de la conspiración, y un discurso que apela a un pasado nacional idílico y que convoca a una comunidad nacional excluyente a recuperar esa grandeza histórica. Es fácilmente observable que el trumpismo cumple con todas estas características.
Durante la primera presidencia de Trump, Hugo Garcimarín y Gibrán Ramírez sostuvieron, de manera atinada, que: “Antonio Gramsci, menciona que en las crisis capitalistas suelen darse dos opciones: por un lado, existe la posibilidad de aprovechar esa crisis para la transformación total del sistema; y por el otro, está la opción de que el régimen apacigüe los ánimos con ciertas modificaciones que garantizarán su preservación. A esto último se le denomina revolución pasiva, esto es, la capacidad del régimen para lograr una transformación que no le cueste su supervivencia después de un momento de alta movilización. Sin embargo, el mismo Gramsci explica que la forma radical de la revolución pasiva es el fascismo”.
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En aquella primera presidencia trumpista, Garciamarín y Reyes aseveraron, también con razón, que “Donald Trump es un personaje fascista (aunque el régimen todavía no lo sea, es decir, es un fascista sin fascismo)”. Esto es muy diferente en su segunda presidencia.
Hoy, en su regreso a la Casa Blanca, Trump ya cuenta con una base social fascista compuesta por sectores de todas las clases sociales de Estados Unidos. Por eso ganó el voto popular en la elección presidencial de noviembre y por lo mismo obtuvo resultados sobresalientes en grupos demográficos inesperados, como los latinos y los jóvenes.
Algo particularmente preocupante es que, en contraste con lo que ocurrió con su primera presidencia, buena parte de las élites de Estados Unidos se ha plegado ante el programa fascista de Trump. Y no sólo hablo de personajes a los que se les ha visto abiertamente cerca del presidente republicano, como los oligarcas tecnológicos Elon Musk, Mark Zuckerberg y Jeff Bezos. Me refiero, también, al empresariado tradicional.
El comunicado de prensa de la U.S. Chamber of Commerce en respuesta a los aranceles que Trump le impuso a Canadá, China y México fue una muestra patética de sumisión ante el tirano: “El Presidente está en lo correcto al enfocarse en problemas importantes como nuestra frontera deteriorada y el flagelo del fentanilo, pero la imposición de aranceles … no resolverá estos problemas y solo aumentará los precios para las familias estadounidenses y trastornará las cadenas de suministro”. En resumen, “apoyamos el programa fascista de Trump, siempre y cuando se siga permitiendo el libre comercio”.
Es importante que en México ganemos conciencia de lo que estamos viviendo y no lo minimicemos. Se trata de una nueva dinámica en la relación bilateral, en la que los argumentos y las razones que servían en la era de la integración comercial norteamericana ya no funcionarán. Trump responde a otros intereses y otros objetivos. Estamos ante un líder fascista y expansionista, con una agenda de reestructuración radical del orden internacional, que cuenta con el apoyo mayoritario de una sociedad dispuesta a respaldar su programa ultranacionalista e imperialista. Sus palabras y sus promesas van en serio. Su desprecio a México y su idea de que el mundo está en deuda con Estados Unidos acarrearán consecuencias reales y fatídicas. Hay que tomar esta amenaza en serio.
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Nota del editor: Jacques Coste ( @jacquescoste94 ) es internacionalista, historiador, consultor político y autor del libro Derechos humanos y política en México: La reforma constitucional de 2011 en perspectiva histórica (Instituto Mora y Tirant lo Blanch, 2022). Las opiniones publicadas en esta columna corresponden exclusivamente al autor.