La explicación de tantas disparidades es bien sencilla: Trump es impredecible y volátil. No hay una receta única para lidar con él. Por el contrario, lo que funcionó en el pasado puede fallar en el futuro, y lo que fue útil para el líder de cierto país puede resultar contraproducente para otro jefe de Estado.
Por eso, sostengo que uno de los mayores riesgos que implica Trump para el orden internacional y para México es la incertidumbre. Para el presidente electo de Estados Unidos, ningún acuerdo es definitivo, por lo que todo está sujeto a constante negociación, según lo que él considere beneficioso para sus fines en cada momento. Un día el T-MEC puede ser una herramienta útil para contrarrestar el poderío económico de China, pero al día siguiente el mismo tratado puede ser la llave que abre la puerta trasera a los flujos comerciales provenientes de Beijing y Shanghái.
Trump puede declarar que Justin Treadeau es un tipo formidable y, al día siguiente, decir en tono burlón que Canadá debería ser el estado número 51 de la Unión Americana. Un día puede expresar que México ha sido un gran socio en el combate de la “migración ilegal” y al día siguiente acusar al país de enviar deliberadamente a sus “criminales y enfermos mentales” para invadir Estados Unidos. Trump considera que las alianzas militares con Europa, Australia, Corea del Sur y Japón son estorbosas y costosas para Estados Unidos, pero eso no quita que se sienta con el poder de exigirles cuentas y demandar su colaboración.
Ése es Donald Trump, y algo que lo hace todavía más difícil de predecir es que sus decisiones no siempre están guiadas por principios racionales. No me refiero a principios abstractos como la libertad y la democracia, sino a consideraciones pragmáticas y estratégicas para impulsar la agenda de Estados Unidos en el mundo.
Sería falso decir que Trump jamás toma estas consideraciones en cuenta, pero no es exagerado aseverar que, en muchas ocasiones, Trump piensa antes en su beneficio personal y en el de su movimiento político que en el de su Estado en la arena internacional o el de su pueblo a nivel nacional. Además, a Trump le agrada demostrar su poder por el simple hecho de hacerlo. Muchas veces busca proyectar fortaleza y “lograr cosas espectaculares” frente a sus bases, y ya, nada más, ningún otro fin superior.
De ahí que debamos tomar en serio la amenaza de imponer aranceles a todos los productos provenientes de México. Quienes desestiman esta amenaza argumentan que la economía estadounidense saldría perdiendo si Estados Unidos impone aranceles a México y eso bastará para disuadir a Trump de tomar esta decisión. Puede ser que tengan razón, pero también es posible que la amenaza vaya en serio y que Trump esté dispuesto a pagar el costo político de imponer aranceles con tal de demostrar a sus bases que él sí es “duro con México” para que nuestro país “frene la migración ilegal y el tráfico de fentanilo”.
Otro escenario posible es que amenace constantemente con poner aranceles e incluso los establezca de manera temporal a determinados sectores en distintos momentos. Un caso hipotético: crecen los flujos migratorios en febrero, por lo que Trump impone un mes de aranceles altos al aguacate, a los automóviles y a las televisiones provenientes de México. Luego los retira y, ante sus bases, argumenta que la migración bajó (sea cierto o no) gracias a su dureza contra México.