Para entender el cambio de régimen, es necesario comprender mejor qué fue la transición democrática de México, más allá de los lugares comunes que esgrimen sus arquitectos, convertidos en defensores incansables de su legado, y sus detractores, que la caricaturizan como el simple brazo político del neoliberalismo. Hay que realizar la autopsia correspondiente antes de entregar un certificado de muerte.
Una de las tareas pendientes es examinar la transición como proyecto político, no sólo como proceso político. Con proceso político me refiero al futuro que imaginaban los arquitectos de la transición: ¿por qué diseñaron las instituciones que diseñaron?, ¿por qué consideraban que esas instituciones era la quintaesencia de la democracia? y, más aún, ¿qué entendían por democracia?
La semana pasada, el senador del PRI, Manlio Fabio Beltrones, pronunció un discurso muy significativo para reflexionar sobre estas preguntas. Su intervención en la Cámara Alta, para pronunciarse en contra de la desaparición de los organismos autónomos, deja ver con nitidez la racionalidad detrás de las reformas de la transición, qué futuro político imaginaban sus arquitectos y qué entendían por democracia.
Primero, Beltrones declaró que El ogro filantrópico de Octavio Paz es la lectura que más marcó la vida de su generación. Escrito en los años 70, este ensayo (después convertido en libro junto con otros textos políticos de Paz) retrataba al régimen priista como una criatura extremadamente poderosa, intervencionista hasta el cansancio en la vida económica y social de las personas y restrictivo de las libertades individuales. Se trataba de un ogro porque era represivo con la disidencia, pero filantrópico porque construyó instituciones de bienestar social y redes clientelares para mantener cooptadas pero atendidas a sus bases.
A continuación, Beltrones dijo que, con la reforma para desaparecer a los organismos autónomos, el país estaba a punto de “revivir al ogro filantrópico” y “regresar al antiguo diseño con un Estado plural pequeño y un gobierno obeso y único”. De ahí, Beltrones pasó a hacer un recuento histórico de las reformas que promovieron los artífices de la transición para construir “un sistema de pesos y contrapesos” y “ciudadanizar” los organismos autónomos.
“Durante más de tres décadas”, dijo Beltrones, “legisladores de distintos partidos y con diversas ideologías trabajamos en conjunto para democratizar el Estado mexicano. Juntos creamos organismos constitucionales autónomos con el objetivo de regular, transparentar y vigilar la eficiencia del gobierno sea del partido que fuera”. Con ello, según Beltrones, se logró el “ensanchamiento del Estado plural y democrático” y la reducción del gobierno “centralista y unipersonal”.
Beltrones pronunció este discurso en el tono solemne y melancólico de los derrotados, como quien sabe que perdió una batalla política y es consciente de que el legado de su generación está a punto de ser demolido, pero aún así está orgulloso de ese legado y seguro de que su proyecto político era el mejor para México. Por eso, en uno de los puntos más nostálgicos de su discurso, se lamentó de que antes los legisladores de distintas fuerzas podían trabajar juntos, en un ambiente de pluralidad y consenso, pero ahora la voluntad del partido en el poder se impone.
Para Beltrones —y para los arquitectos de la transición— todo conflicto político era negativo y siempre debía procurarse el consenso. Un gobierno fuerte era intrínsecamente malo y poco confiable, por lo que había que buscar mecanismos para controlarlo. Y los organismos autónomos eran la solución a todos los problemas públicos porque los dirigían ciudadanos capaces y especializados, siguiendo criterios estrictamente técnicos.