Los pasos de Claudia Sheinbaum durante los primeros meses de su gobierno importan. No sólo por el conocido poder de las primeras impresiones, sino por los precedentes sustantivos que sentará en términos de prioridades, estilo, capacidad, de diferencias y semejanzas con su antecesor. Sheinbaum no es una desconocida, al contrario; pero, aun así, sus primeros meses en el cargo son una oportunidad para darse a conocer de nuevo, para volver a presentarse ante el país. Lo que haga y lo que diga comunicará una voluntad, marcará una pauta, trazará un rumbo.
Sheinbaum: un silencio y una negación
Este también es un momento, sin embargo, muy propicio para incurrir en sobreinterpretaciones. Para prestarle demasiada atención a frases o guiños que quizá no tengan otro motivo que cumplir una formalidad o llenar un espacio; para imaginarle sentidos profundos a detalles nimios o a declaraciones al vuelo; para querer escuchar señales donde más bien hay ruido. Cualquier término, inflexión o gesto está siendo sometido a un nivel de escrutinio absurdo, como si en cada uno de ellos estuvieran cifradas claves o revelaciones fundamentales respecto a la orientación del nuevo gobierno.
La dificultad para analizar lo que sucede durante estos primeros meses estriba, en suma, en que la coyuntura de la novedad hace que todo pueda ser potencialmente importante pero, a la larga, la mayoría de las cosas termina no importando tanto o teniendo, al menos, importancias muy desiguales.
En cualquier caso, cuando abunda la necesidad de mandar mensajes y abundan también las ganas de descifrarlos, lo que falta es prestarle atención a lo que se calla o, de plano, está negado. Para contrarrestar el sesgo informativo hacia lo que dice o afirma la flamante presidenta, tal vez valga la pena ponderar más cuidadosamente aquello que no dice o no admite. Porque ahí, al margen del vistoso juego de artificio de las expectativas iniciales, quizá está la desagradable oscuridad de las primeras capitulaciones.
Una de ellas tiene que ver con el mutismo de Sheinbaum a propósito de las desapariciones y los colectivos de víctimas. A juzgar por sus discursos, es como si jamás hubieran existido. No hay posicionamiento, no hay propuesta, no hay proyecto que les visibilice ni les atienda. Las madres buscadoras, por ejemplo, no figuran por ningún lado. Sheinbaum, quien no se cansa de alegar que hay que escribir presidenta con a porque “solo lo que se nombra, existe”, o que su gobierno será diferente porque ella es “madre y mujer”, no tiene para esas otras madres y mujeres ni la mínima deferencia de nombrarlas. Como presidenta presume que “no llego sola, llegamos todas”; pero ellas siguen solas, claramente no llegaron con ella.
Otra capitulación es la relativa al hecho de que las Fuerzas Armadas tienen más poder, más presupuesto, más responsabilidades, más presencia, pero Sheinbaum insiste en pretender que nos lo estamos imaginando. Quien diga que en México hay militarización, aseguró, “está totalmente equivocado”. Ya ni siquiera trata de persuadir con el argumento de que es un remedio temporal, como en sus tiempos trataron de hacerlo Calderón o Peña Nieto, o incluso un mal necesario, como hizo López Obrador; lo suyo ya es negacionismo puro y duro: eso contra lo que protestaba cuando era oposición, eso que la experiencia cotidiana corrobora todos los días, eso que está documentado por propios y extraños, no es cierto. No es así, no está pasando.
¿Qué significa que Sheinbaum comience su sexenio guardando silencio sobre desapariciones y víctimas? ¿Cómo interpretar que se inaugure en el poder negando la militarización?
____
Nota del editor: Las opiniones de este artículo son responsabilidad única del autor. Síguelo en la red X como @carlosbravoreg