Del legado que deja el gobierno de Andrés Manuel López Obrador se ha escrito ya mucho y se escribirá todavía más. Pero para esta columna, la última que publicaré en este espacio durante su sexenio, no quisiera ofrecer otra crítica, otro balance o resumen de ese legado. Quisiera, en su defecto, rescatar una impresión con la que me quedo --una entre tantas posibles-- de su sexenio. No es una impresión muy conocida, pero en lo personal me parece al mismo tiempo simple y profunda, sutil y poderosa; serena y desafiante. Me gusta, además, porque no se trata exactamente de López Obrador...
Una impresión del sexenio
La impresión proviene de un reportaje que publicó Kate Linthicum en Los Angeles Times el 22 de diciembre de 2022, en particular de los testimonios que recoge de varias personas a lo largo de un recorrido por las 140 millas del istmo de Tehuantepec, en Veracruz y Oaxaca.
Carmelo Morrugares, de Sayula de Alemán, es un hombre que tenía entonces 45 años y vendía cocos en una carretera recién repavimentada, lo que le había permitido duplicar su ingreso de 5 a 10 dólares al día. Su padre y su hija son beneficiarios de los apoyos que ofrece el gobierno federal. Todavía recuerda el día en que vio pasar la comitiva presidencial cuando iba en camino a supervisar la renovación de una vía del tren en la región. “Antes los presidentes se trasladaban en helicóptero, no en carro”, dijo. “Nunca habíamos tenido un líder tan cercano a la gente”.
Carlos Estrada tenía 63 años, trabajaba en una mina de sal cerca de Salina Cruz desde los 15. Siempre pensó que trabajaría hasta el último día de su vida, igual que su padre y su abuelo. Como casi el 60% de los mexicanos, trabaja en el sector informal y nunca ha cotizado para contar con una pensión que le permita retirarse. Pero gracias a los programas sociales de López Obrador, a partir de los 65 recibirá un apoyo equivalente a 300 dólares bimestrales. “Si Dios quiere y todavía estoy vivo para entonces, realmente los voy a disfrutar”.
Teresa Marín es jubilada de Pemex, cuando fue entrevistada tenía 60 años y vivía en Salina Cruz. Gracias a su pensión ha podido darse una vida de clase media. Tiene una camioneta plateada, con frecuencia sale a almorzar con sus amigas y hace poco se fue de vacaciones a Colombia. Agradece que, a pesar de ser la petrolera más endeudada del mundo, el presidente no deje naufragar a la empresa: “si Pemex desapareciera, esta se convertiría en una ciudad de esclavos ganando apenas el salario mínimo”. Pudo saludarlo en persona cuando hizo una gira por la zona y se detuvo en un puesto a comer gorditas y tomar un atole. “Él no es de la élite”, opina, “nosotros podemos identificarnos con él”.
Maurilio Galeana Alejo, originario de Boca del Monte, es un campesino septuagenario. Estaba parado en silencio frente a la tumba de su hijo, Amadeo, quien migró a Estados Unidos en los años 90: “No había nada que comer aquí”. Amadeo se fue a trabajar a Wisconsin y regresó en un ataúd casi 30 años después, murió de cáncer. Maurilio lamenta no haberlo conocido ya como adulto. Denuncia que los políticos mexicanos “se han chingado” a los pobres del campo, pero reconoce que López Obrador es diferente. Gracias al programa Sembrando Vida, asegura, “estamos menos jodidos que antes, este gobierno nos está dando más”.
Finalmente, en el malecón de Coatzacoalcos, Linthicum se topa con dos estudiantes, Jeremy Morales y Enrique Castañeda, quienes tienen poco más de 20 años. Conversa con ellos, les pregunta por qué es tan popular López Obrador. Castañeda le responde: “Es por el dinero. Todo el mundo conoce a alguien que está recibiendo apoyo”. Morales interviene: “Pero esa no es la manera de sacar al país adelante. No se acaba con la pobreza simplemente regalando dinero en efectivo”. Castañeda le replica: “¡Por lo menos no se lo está robando como los políticos de antes!”. Morales se ríe y concede: “Es verdad. Supongo que no hace falta mucho para que nos sintamos agradecidos”.
Esa es la cuestión: la vara estaba muy baja.
____
Nota del editor: Las opiniones de este artículo son responsabilidad única del autor. Síguelo en la red X como @carlosbravoreg