Primero es importante entender el contexto de la polarización: el gabinete de Claudia Sheinbaum asume responsabilidades diferentes que las cámaras legislativas, a pesar de formar parte de la misma narrativa partidista que ha sido un sello de comunicación desde el gobierno de Andrés Manuel López Obrador. La austeridad y la unión de los valores de Morena permitieron que crecieran las audiencias cercanas a su ideología. El propósito de comunicación de los dirigentes de izquierda de proyectar congruencia entre sus discursos y acciones, en numerosas ocasiones de lo que va del sexenio, no se ha conseguido.
La historia actual es distinta con cohesión del partido. Morena enfrenta críticas constantes, porque la imagen de dirigentes como Andrés López Beltrán y Adán Augusto no se alinea con los propósitos del gobierno en turno. La incongruencia entre el discurso oficial y la conducta pública de ciertos personajes ha erosionado la narrativa de “superioridad ética” que Morena busca proyectar como gobierno, y ha abierto espacios para que la oposición capitalice el desgaste. El partido preponderante asume pérdidas en la aprobación cuando enfrenta crisis de identidad, porque controla la gran mayoría de puestos de representación popular, y la reputación del partido y la del gobierno se mimetizan.
En cuanto a redes sociales, los usuarios han señalado negativamente a Morena como conjunto político. La evaluación actual que emerge de plataformas digitales empieza a disentir con el sentimiento de recibimiento a Sheinbaum de hace un año. De acuerdo con datos de Brand24, las conferencias mañaneras generan más menciones negativas que positivas: el 84% de las interacciones en redes sociales sobre estas emisiones diarias son desfavorables.
El entusiasmo hacia Sheinbaum ahora es más neutral, y la gestión de la administración actual no necesariamente perpetúa el apoyo incondicional de los usuarios más cercanos con la ideología de Morena. En general, la popularidad del gobierno en su conjunto atravesó episodios que han reconfigurado la narrativa de aceptación longitudinal. Las crisis en materia de seguridad y los roces arancelarios con Estados Unidos han dividido las percepciones de los usuarios: por un lado, una base de apoyo que interpreta los desafíos del gobierno de Sheinbaum como inevitables en el contexto global; por otro lado, detractores que ven señales de improvisación o falta de control estratégico.
En redes sociales, este quiebre es aún más evidente. Si al inicio del sexenio las menciones sobre Sheinbaum eran mayoritariamente positivas o entusiastas, hoy el sentimiento se mueve hacia la crítica puntual. Plataformas como X y Facebook han amplificado casos que ponen en entredicho la coherencia del proyecto, y los usuarios más cercanos ideológicamente a Morena ya no reaccionan con el mismo respaldo incondicional. La conversación digital, más fragmentada, refleja una ciudadanía que hace una diferencia radical entre el liderazgo de la presidenta y el desempeño de su equipo, lo que podría ser señal de la separación entre aprobación personal hacia la presidenta y la aprobación institucional hacia su partido.
El reto para Sheinbaum y su gabinete será administrar esta dualidad: sostener la narrativa de eficiencia y cercanía que la catapultó al poder, mientras responde a un escrutinio interno y externo que ya no es indulgente. En un país donde la aprobación presidencial es un activo de gobernabilidad, la gestión de la imagen —tanto en la plaza pública como en la digital— se convierte en un frente político tan estratégico como la seguridad o la economía. La misma presidenta ha reprobado públicamente el comportamiento de integrantes de Morena que han sido señalados por ser incogruentes con los valores de austeridad e integridad.