Por otro lado, se evidenció la postura de la Cuarta Transformación, que sostiene que el voto mayoritario es fuente legítima y suficiente del poder político. Desde esta noción se considera que el respaldo popular en las urnas es suficiente para llevar a cabo las reformas propuestas, sin la necesidad de incluir a la oposición en el actual proceso de reconfiguración estatal.
La postura de Morena ve la democracia como un mandato claro para gobernar sin bloqueos, priorizando la acción rápida y la implementación directa del programa votado. La oposición, en cambio, defiende la necesidad de contrapesos, deliberación y la inclusión de voces disidentes para garantizar un sistema equilibrado y plural. Ninguna de estas visiones es errónea; ambas son válidas dentro de su propio contexto. El verdadero reto radica en comprender las ventajas y riesgos de cada enfoque. Si no se logra este entendimiento, el sistema político mexicano podría caer en un ciclo vicioso donde la polarización prevalezca, en lugar de encontrar un punto medio que equilibre la eficiencia con la representación democrática inclusiva.
¿De dónde vienen estas dos posturas?
Durante los últimos 30 años, la legitimidad democrática en México se construyó en torno a un discurso de desconcentración del poder que muchas personas adoptaron como referente deontológico de la democracia. Importa decir que este sistema, basado en la existencia de instituciones autónomas frente al poder presidencial, mecanismos contramayoritarios y la inclusión de la oposición en la gobernanza no fue diseñado por ser el modelo teóricamente perfecto, sino que surgió como la vía más fluida para la transición a una democracia más plural y competitiva a medida que el PRI perdía su hegemonía.
Conscientes de los riesgos que implicaba un cambio abrupto, los diseñadores del anterior esquema político optaron por un modelo que garantizara una apertura gradual y estable, evitando fracturas profundas. La primera piedra de este sistema se colocó en 1977, cuando el entonces secretario de gobernación recomendó al presidente José López Portillo reformar las reglas electorales. Con ello no solo se pretendía liberar presiones políticas, sino también ofrecer, al menos en apariencia, un marco de democracia plural, permitiendo la entrada de más voces a la arena política sin desestabilizar el dominio del régimen.
El hecho de que la democracia mexicana tuviera un "pecado original" al surgir como una concesión desde el poder no desmerece los logros de los grupos sociales ni el perfeccionamiento progresivo del sistema. Aunque este proceso comenzó como un acto de apertura controlada por las élites políticas, con el tiempo se convirtió en una gramática política aceptada por todos. Desde la recuperación de presidencias municipales por parte de la oposición, hasta la pérdida de mayorías legislativas en el Congreso federal y la alternancia presidencial en el año 2000, la democracia mexicana ha evolucionado hacia un régimen de contrapesos, apoyado en la creación de organismos autónomos y participación ciudadana.
No obstante, el más reciente cambio en la dinámica política de México (tras la elección de 2024) ha marcado una transición hacia un modelo de democracia basado en valores muy distintos a los que se imprimieron en el discurso de las últimas tres décadas. La consolidación de una mayoría calificada en el Congreso le permitirá al Poder Ejecutivo gobernar sin necesidad de construir consensos con la oposición (incluso sin consultarla). Este nuevo esquema que se legitima en el respaldo popular se enfoca en una rendición de cuentas vertical, donde se evalúa al gobierno por su capacidad para cumplir con lo prometido en campaña.
Ventajas y desventajas de cada concepción democrática
El modelo ‘consociacional’ de democracia, que prevaleció en México hasta 2018, se sustentaba en un entramado institucional que proporcionaba legitimidad a las decisiones políticas gracias a la inclusión de distintos partidos en la toma de decisiones públicas con el objetivo de preservar la estabilidad. Pero, aunque fomentaba la cooperación y prevenía la concentración de poder, también presentaba serias desventajas. La constante búsqueda de consensos diluía la responsabilidad política, y la democracia comenzaba a percibirse como un juego de élites donde el voto ciudadano perdía impacto, ya que todo se negociaba en el olimpo de las cúpulas partidistas. No en vano, Adam Przeworski ha advertido que cuando la democracia se reduce a un conjunto de reglas abstractas y negociaciones entre cúpulas partidistas, sin efectos tangibles en la vida cotidiana, pierde legitimidad
Ahora, si bien los modelos mayoritarios reflejan con mayor claridad la voluntad popular al permitir que los votantes vean implementadas las políticas que se les prometieron, esto no implica que estén libres de riesgo. Como advertía Alexis de Tocqueville, un gobierno electo por la mayoría puede volverse peligroso si no cuenta con controles adecuados. La historia de México, especialmente en el siglo XX, nos muestra cómo la concentración de poder en el ejecutivo erosionó libertades civiles y debilitó la representación democrática. Aunque este modelo permite una mayor eficacia al evitar bloqueos legislativos, su principal riesgo radica en la falta de contrapesos efectivos. Sin una oposición sólida ni instituciones fuertes como un Poder Judicial independiente, la concentración de poder puede amenazar el equilibrio democrático, algo que toda teoría democrática debe vigilar para garantizar su sostenibilidad a largo plazo.