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#ApuntesElectorales | Democracia de fachada

Los contrapesos en el poder se han ido diluyendo poco a poco, tenemos un Ejecutivo que cada día concentra más funciones y atribuciones, regresando al presidencialismo de la época dorada del priismo.
lun 02 septiembre 2024 06:05 AM
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Las reformas constitucionales, en discusión en el Congreso, eliminan a los órganos constitucionales autónomos y restructuran al Poder Judicial para que su columna vertebral sea la elección por voto popular de jueces, magistrados y ministros y la creación de un Tribunal Disciplinario que más bien tiene funciones de tribunal inquisidor, apunta Arturo Espinosa Silis.

La narrativa es decir que el país vive más democráticamente que hace 6 años, las libertades son mayores, las elecciones más limpias y la división de poderes se respeta, incluso ahora hasta vamos a poder elegir a los jueces, magistrados y ministros. El discurso es prometedor, pero solo es una fachada que busca impedir que veamos lo que realmente está detrás.

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El retroceso democrático es evidente. Los contrapesos en el poder se han ido diluyendo poco a poco, tenemos un Ejecutivo que cada día concentra más funciones y atribuciones, regresando al presidencialismo de la época dorada del priismo. El Legislativo es incapaz de ser un contrapeso, pues la voluntad presidencial es ominosamente acatada, no hay siquiera intención de contradecir de modo alguno a la presidencia, por el contrario, sus caprichos se cumplen y rápido.

El sistema de partidos ha perdido fuerza, aunque todavía tenemos seis partidos políticos nacionales, el más grande de ellos tiene como líder absoluto al presidente, otros dos son sus fieles escuderos que hacen el trabajo sucio. La oposición no vive sus mejores momentos, debilitada tras la aplastante victoria del 2 de junio, busca recuperar los rastros de lo que quedó. El histórico partido de la izquierda, de la transición democrática, se extinguió bajo los hierros de sus liderazgos, el que fue el partido hegemónico vive bajo el yugo de su nuevo líder que se ha aferrado a lo único que le queda de poder, los restos de su partido que también está en vías de extinción. La oposición viable descansa en los otros dos, quienes con algunos trastabilleos se están reagrupando para ver si logran a partir de una visión renovada de su dirigencia y a través de liderazgos con más vitalidad, recomponer el camino, aunque les cuesta trabajo.

Las elecciones fueron una simulación. Desde antes de iniciado formalmente el proceso electoral el cúmulo de irregularidades era evidente – campañas anticipadas, uso de recursos públicos, intervenciones constantes del presidente y sus compañeros – todo ello al amparo de la tolerancia de la autoridad electoral, cuya consigna parece que fue no tocar ni con el pétalo de una rosa al oficialismo. No solo se evitaron las sanciones o los señalamientos, sino que se entorpeció la función electoral para no evidenciar lo que ya todos sabíamos, las múltiples irregularidades. Al final, a pesar de los cientos o miles de juicios y recursos que se promovieron, los malabares jurídicos evitaron y justificaron la falta de integridad en la elección.

La democracia mexicana vive un franco retroceso. México tiene niveles democráticos de países como Kenia y Mongolia, estamos por debajo del desarrollo democrático de Guatemala u Honduras. Así lo evidencia el Índice de Desarrollo Democrático de V-Dem, el cual incluso hace referencia a nuestro país como una autocracia.

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El panorama tampoco es alentador, pues los contrapesos se seguirán eliminando, la presidencia seguirá concentrando funciones y atribuciones y los equilibrios debilitándose. Así lo evidencian las reformas constitucionales que están en discusión en el Congreso de la Unión, las cuales eliminan a los órganos constitucionales autónomos y restructuran al Poder Judicial para que su columna vertebral sea la elección por voto popular de jueces, magistrados y ministros y la creación de un Tribunal Disciplinario que más bien tiene funciones de tribunal inquisidor.

Al puro estilo de las autocracias actuales en las que se pinta una fachada democrática que ante el mundo no genere tanta alarma, pero detrás de ella se generan las condiciones para un poder sin contrapesos, ni equilibrios. Claro, hay que decirlo, esta obra no es de una sola persona, pues en un país tan grande y complejo como el nuestro, nada de esto podría darse si no existen cientos y miles de cómplices que contribuyen a la destrucción de la democracia.

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Nota del editor: Las opiniones de este artículo son responsabilidad única del autor.

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