Aclaremos: el resultado de las elecciones del pasado 2 de junio no implica un nuevo diseño institucional. Las instituciones son exactamente las mismas que antes. Lo que cambió fue la distribución de poder entre los partidos políticos. Pero el saldo que arrojaron las urnas significa que ahora una fuerza política, la coalición Morena, PVEM y PT, tendrá suficiente poder para cambiar unilateralmente el diseño institucional.
Mayorías y contrapesos 101
(El tema del tope a la sobrerrepresentación amerita una reflexión aparte, pues se trata de un asunto de interpretación constitucional que en última instancia quedará en manos de las autoridades electorales. Dadas las nuevas condiciones que imperan tanto en el Consejo General del INE como en la Sala Superior del TEPJF, lo más factible es que no prospere la tesis del “fraude a la Constitución”).
La democracia es el gobierno de la mayoría. De eso se trata, ahí radica su núcleo irreductible. Y en este caso una mayoría expresó con mucha claridad su preferencia. Más allá de la guerra de narrativas que se ha desatado en la opinión pública en torno al “mandato”, al “mensaje” o a la “irracionalidad” del electorado, los votos están ahí y son los que son. Siempre suscitarán múltiples lecturas, pero al final del día solo admiten una contabilidad.
(También están ahí, por cierto, todas las irregularidades que hubo durante las campañas. Aunque haya alegatos muy válidos, aspectos francamente impugnables del proceso electoral en su acepción más amplia, me parece que con ellos terminará pasando, lamentablemente, lo mismo que con el tema de la sobrerrepresentación).
Democracia, sin embargo, no es solo gobierno de la mayoría; también es gobierno limitado: por la separación de poderes, el estado de derecho, la protección de las minorías, el sistema de pesos y contrapesos. El principio de la mayoría resuelve la pregunta de quién gobierna, con qué legitimidad; los principios del gobierno limitado resuelven la cuestión de cómo se gobierna, en función de qué legalidad. Sin mayoría no hay democracia; sin límites no hay más que despotismo.
(Distingamos: no toda instancia que repruebe una acción del poder mayoritario, no todo actor que esté en desacuerdo con una decisión suya, no todo aquello que le represente una dificultad o un costo, constituye propiamente un límite. Una oposición sin poder, un gobierno extranjero que ve afectados sus intereses, una opinión pública adversa, unos mercados que castigan el tipo de cambio, una administración pública incompetente, la globalización o el crimen organizado no son, en estricto sentido, contrapesos. No es que sean irrelevantes, desde luego; es, más bien, que son otra cosa. Contrapeso son unos tribunales que pueden frenar un acto o una ley; contrapeso es una legislatura que puede llamar a cuentas a un funcionario, rechazar un nombramiento o modificar una iniciativa de reforma; contrapeso es una burocracia especializada que puede imponer una sanción o negar un permiso).
El meollo del escenario político mexicano en este momento es el riesgo de que la mayoría ganadora use el inmenso poder que obtuvo en las urnas no tanto para impulsar tal o cual agenda, sino para cambiar las reglas del juego. No es un problema de políticas públicas, pues, sino del tipo de régimen. Estamos justo ante lo que Adam Przeworski ha definido como el corazón de la amenaza populista a la democracia: “cuando los partidarios del gobierno en turno aceptan a sabiendas las medidas que éste adopta para erradicar las limitaciones constitucionales a su poder o para afianzarse en el cargo hasta que resulte casi imposible destituirlo”. Suena paradójico pero tiene su lógica. El apoyo de una mayoría democrática puede emplearse explícitamente para desactivar los límites que le impiden subvertir la democracia.
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