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Apuntes sobre el primer debate

En la todavía joven tradición de los debates presidenciales en México este fue, de lejos, el peor: simultáneamente largo y apresurado, rígido y caótico, ambicioso y mediocre.
mié 10 abril 2024 06:07 AM
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Más que propiciar un contraste claro entre distintas visiones del país, el formato provocó una confusa retahíla de propuestas sin profundidad, considera Carlos Bravo Regidor.

El formato fue terrible. Demasiadas preguntas, demasiado específicas, sobre demasiados temas. Tuvieron casi dos horas y, aun así, siempre se sintió como si las candidatas y el candidato no tuvieran tiempo para contestar en forma, para explicar sus proyectos, para detallar los cómos. Más que propiciar un contraste claro entre distintas visiones del país, el formato provocó una confusa retahíla de propuestas sin profundidad. No hubo espacio para despliegues retóricos de altos vuelos, ningún tête-à-tête sustantivo, nada memorable (salvo por las fallas técnicas con los relojes, la sonrisa ansiosa de Máynez y los memes en las redes). En la todavía joven tradición de los debates presidenciales en México este fue, de lejos, el peor: simultáneamente largo y apresurado, rígido y caótico, ambicioso y mediocre.

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Sheinbaum salió, como le correspondía por su condición de puntera, a defender su ventaja. No improvisó ni corrió riesgos, se mantuvo muy apegada al libreto de su campaña: México está mejor que nunca, soy la candidata de la continuidad, vamos por el segundo piso de la transformación. Al hacerlo, demostró que entiende su papel y ha aprendido a cumplirlo con disciplina. Minimizó a sus rivales, evadió cuestionamientos, no cayó en provocaciones.

La complicación, sin embargo, es que México no está mejor que nunca, que la promesa de continuidad le impide reconocer que hay temas con malos resultados (salud, educación, transparencia, corrupción o violencia contra las mujeres) y que más construir un segundo piso, lo que hace falta es corregir el rumbo. Las preguntas de la ciudadanía no dejaron lugar a dudas en ese sentido: expresaban inquietudes, reclamaban soluciones. Cuando Gálvez le echó en cara su “negligencia criminal” y mencionó a las víctimas del Colegio Rébsamen, del desabasto de medicinas, del colapso del Metro en Tláhuac y de la mala gestión de la pandemia en la Ciudad de México, Sheinbaum no mostró asomo alguno de humildad ni de empatía. Su respuesta, por el contrario, fue envanecida y displicente: “es deleznable lucrar con el dolor de las personas”. Más que inspirar esperanza respecto a su victoria, su desempeño encarnó la arrogancia del triunfalismo. No les habló a los mexicanos de sus problemas, prefirió presumirles sus premios como Jefa de Gobierno. A diferencia de López Obrador en 2018, para ella la elección no es una gesta, es un trámite.

Gálvez necesitaba dar un golpe de efecto y redefinir la contienda, romper la inercia del “arroz cocido”. Y dio batalla, quizá no tanto con propuestas audaces sino con chispazos de agilidad, ingenio e indignación. Cuando Sheinbaum la tildó de mentirosa, se burló diciendo que dicha acusación “es más falsa que tu acento tabasqueño”. Al hablar sobre corrupción e impunidad, le echó en cara que más que “corcholata” su función era la de “tapadera de los sobres amarillos, de la casa gris, de SEGALMEX, de Rocío Nahle, de los hijos y amigos del presidente, de las casas de Bartlett". Y contra la imputación de lucrar con las víctimas, reviró “aquí no se lucra, se defiende a quienes buscan justicia”. No logró poner a Claudia a la defensiva, pero exhibió que no se defiende bien.

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Por momentos incomodó a Sheinbaum; no obstante, la verdad es que Gálvez también lució incómoda. Desencajada, ansiosa, frustrada. Algunas voces han señalado que no tuvo espontaneidad; otras, que estuvo muy desordenada. Tengo para mí que su debilidad fue, en todo caso, por falta de concentración. Xóchitl tiene historia de vida, tiene ideas, tiene críticas, tiene mensajes, pero carece de un arco narrativo más amplio que organice todo eso, que lo articule, le infunda un sentido de propósito y lo dote de credibilidad. Tuvo el de la reivindicación de las clases medias, luego el de vida, verdad y libertad, pero los abandonó y ahora solo le quedó el eslogan de “sin miedo”. En ausencia de un arco narrativo coherente y emocionante, la suya está condenada a ser una candidatura invertebrada, a merced del nerviosismo, la improvisación y las ocurrencias (suyas y de su entorno). Su debate, como su campaña, fue mucha táctica y nula estrategia.

Máynez llamó la atención, dio de qué hablar y seguramente mejoró su conocimiento entre el electorado. Si obtiene un porcentaje de votación igual o mayor al 5%, podrá irse con la satisfacción de haber cumplido la ingrata misión que le encomendó su partido.

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Nota del editor: Las opiniones de este artículo son responsabilidad única del autor. Síguelo en la red X como @carlosbravoreg

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