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“¡Quita las manos!”

Esta es la mano dura en México, no es una extremidad del gobierno sino del crimen organizado. Un poder descentralizado, pero cada vez más ubicuo, que mata, desaparece y extorsiona todos los días.
mar 12 marzo 2024 07:30 AM
fuerzas armadas
Cuando el Estado abdica de su potestad legal para no cometer un derramamiento de sangre, ¿no está lavándose las manos frente al que cometen ilegalmente otros actores?, plantea Carlos Bravo Regidor.

Desde ayer circula un video que muestra a dos jóvenes golpeando a un par de hombres de mayor edad, presuntamente se trata de transportistas en Acapulco. A uno le bajan los pantalones y lo golpean en las nalgas con un bat plano; al otro lo sientan con violencia en una silla y lo tunden a bofetadas. Están en la calle, a la luz del día, entre una camioneta de transporte público de la que habrían bajado a las víctimas y una suerte de retén donde probablemente despachan los victimarios. Por instinto, el señor sentado en la silla se lleva las manos a la cara para protegerse de las bofetadas. “¡Quita las manos, a la verga!”, ordenan los jóvenes. Resignado, las baja y de inmediato le vuelven a pegar. Él gesticula y balbucea algo, pero los jóvenes no lo dejan hablar. “¡Baja las manos! ¡Veme a los ojos! ¡Cállate el hocico y escucha! A la hora que sales, a la hora que regresas, quiero reportes”, dice uno y ambos lo abofetean de nuevo. “¡Que no subas las manos, hijo de tu puta madre!”. El video , de escasos 45 segundos, termina con el sonido seco de otra serie de bofetadas y la imagen del señor tambaleándose; ya ni mete las manos pues apenas puede sostenerse de la silla para no desplomarse en el suelo.

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Esta es la mano dura realmente existente hoy en México, no es la de una extremidad del gobierno sino la de miles de brazos de la delincuencia organizada. Un poder descentralizado pero cada vez más ubicuo, que mata, desaparece y extorsiona todos los días. Que impone sus abusos por encima de cualquier ley, no respeta ningún derecho y, además, se sabe perfectamente impune. Pero un poder ante el cual parece que ya nadie puede plantear la necesidad de que el Estado ejerza la atribución que justifica su existencia –el monopolio legítimo de la violencia– sin que el partido del presidente y sus adeptos más desorbitados lo acusen de autocrático o represor: “ahí viene la extrema derecha”, “extrañan las masacres”, “quieren a su Bukele”… En fin, es como si la criminalidad estuviera apaleando a los mexicanos, bofetada tras bofetada, y al obradorismo solo se le ocurriera gritar “¡quiten las manos, calderonistas!”.

Hay algo abismalmente descompuesto cuando ya no es posible hablar con un mínimo de seriedad sobre el uso de la fuerza en una situación tan grave, tan crítica en materia de seguridad, como la que está atravesando México. Censurarlo como si fuera un sinónimo inequívoco de arbitrariedad política es cerrar los ojos frente a la inequívoca arbitrariedad criminal que prolifera en la ausencia del uso de la fuerza. Cuando el Estado abdica de su potestad legal para no cometer un derramamiento de sangre, ¿no está lavándose las manos frente al que cometen ilegalmente otros actores?

El oficialismo no se cansa de celebrar la popularidad de López Obrador en las encuestas, pero cuando las mismas encuestas registran que la inseguridad es el problema que más preocupa a la población, entonces se empeña en minimizarlo, en reprochar las herencias del pasado o en culpar a la prensa por “exagerar”. Y no importa que lo reiteren organizaciones de derechos humanos, movimientos de víctimas, organismos internacionales, gobiernos extranjeros, especialistas o medios de comunicación, nadie puede nombrar la realidad de la violencia sin el fundado temor de que el oficialismo lo fustigue como si fuera su enemigo político, aunque no lo sea. Que el presidente y sus huestes reaccionen como si la verdad fuera de oposición no puede significar sino que el suyo es un gobierno de mentiras.

Si les preocupa la posibilidad de una deriva antidemocrática, ¿por qué han hecho tan poco para luchar contra la que representa la violencia criminal? ¿Por qué insisten en no plantarle cara? ¿No han caído en la cuenta de que la falta de resultados en ese sentido es el mejor combustible para engendrar entre la población una creciente demanda por eso mismo que se supone les preocupa? ¿Acaso no impera ya en México, de hecho, una gobernanza criminal de mano dura? ¿De veras hay alguien que todavía crea que es viable enfrentarla sin meter las manos, predicando “humanismo”, sembrando árboles y repartiendo becas? Eso ya no es candidez, es crueldad.

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Nota del editor: Las opiniones de este artículo son responsabilidad única del autor. Síguelo en la red X como @carlosbravoreg

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