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La matadita, la desmadrosa y el presumido

Quizá ya es posible dar cuenta, a muy grandes rasgos, de cuál es el personaje, o mejor dicho el estereotipo, que proyecta cada uno de los candidatos.
mar 28 noviembre 2023 06:24 AM
Aspirantes en precampañas
Cada aspirante va definiendo "sus estereotipos".

Las precampañas para la Presidencia de la República arrancaron formalmente hace apenas una semana; sin embargo, el ensanchamiento de la distancia entre los tiempos legales y los tiempos políticos del proceso electoral ha hecho que esta nueva etapa se perciba no tanto como un momento inaugural, sino como el siguiente capítulo de una trama que inició mucho antes. Salvo por la irrupción de Samuel García, que se veía venir pero no era del todo segura, la verdad es que hasta el momento no hay mayores sorpresas ni novedades. Lo que prevalece son, sobre todo, inercias.

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Más que ofrecer una visión propia del futuro o presentar un conjunto de propuestas insignia que les permitan distinguirse y contrastar con el resto, los ahora precandidatos siguen en la labor de darse a conocer, de articular un discurso, de forjarse una imagen en la mente del electorado. Todavía les queda amplio espacio para crecer en ese sentido: según la encuesta de Buendía y Márquez publicada apenas ayer, a Claudia Sheinbaum aún no la reconoce el 29%, a Xóchitl Gálvez el 45% y a Samuel García el 61%.

La posibilidad de influir en las primeras impresiones de los votantes –que, según una multitud de investigaciones, influyen de manera muy significativa en la formación de las preferencias electorales– aún está en juego. La disputa por esos segmentos de la población que todavía no ubican bien a los candidatos se trata menos de persuadirlos y más de ganarse su disposición a escuchar, a confiar, en fin, a identificarse con ciertos rasgos de un candidato o candidata a un nivel más relacional, afectivo, incluso instintivo, digamos, que racional.

Faltan varios meses para que arranquen propiamente las campañas, pero quizá ya es posible dar cuenta, a muy grandes rasgos, de cuál es el personaje, o mejor dicho el estereotipo, que proyecta cada uno de los candidatos. Para describirlos me remito, como alguna vez lo hizo Enrique Peña Nieto (al final de este artículo ), a un salón de clases.

Claudia Sheinbaum es como la matadita del grupo. Es la que llegó más temprano y perfectamente relamida, la que se sentó hasta adelante y traía toda la tarea hecha. No se distrae, no platica, no se divierte. Saca las calificaciones más altas, no obstante, es insegura. Por un lado, es muy ordenada y precavida; por el otro, es demasiado predecible y poco creativa. Para resolver cualquier problema tiene que consultar al maestro; para hacer cualquier operación, se aprende una fórmula y la aplica. Estudia para los exámenes, pero no le gusta que le hagan preguntas que no conoce de antemano porque se pone nerviosa o se siente violentada. No se atreve a improvisar, no se siente cómoda haciéndolo. Su virtud es la disciplina y su defecto que no entusiasma (aunque como le va bien en las encuestas, ni falta le hace). Su pecado capital es la soberbia.

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Xóchitl Gálvez es la desmadrosa. Llegó a trompicones, rayando la hora. Se sienta en el centro, le encanta la chorcha, ser ajonjolí de todos los moles. No es mala alumna, sí aprende; el problema es que le falta estudiar más, confía demasiado en sí misma. No es bien hecha, pero sí bien intencionada. Sus apuntes son confusos, pero ella dice que así les entiende. Hace las tareas de último minuto, tarde y a las carreras; sin embargo, como es muy práctica e ingeniosa, suele salirse con la suya y no le va mal. Es respondona, no se lleva bien con el profesor, a veces hasta lo provoca deliberadamente para volverse más popular, aun a costa de ganarse cierta mala fama en la escuela. No le gusta que le digan cómo hacer las cosas, ni siquiera cuando no sabe qué hacer. Su virtud es la espontaneidad, su defecto es la desorganización. Su pecado capital es la pereza (entendida, según la RAE, como negligencia, tedio, tardanza o descuido).

Finalmente, Samuel García es el presumido de la clase. Llega tarde sin culpa, ni siquiera tratando de disimular; al contrario, se pavonea mientras camina hacia su lugar. Se sienta atrás y todo el tiempo fastidia a los que están delante suyo, haciéndoles bromas pesadas o alardeando de su coche, su novia o su dinero. Se siente el más listo, el más guapo, el más popular, pero lo cierto es que son pocos los que le hacen caso. No es un estudiante brillante que destaque por sus calificaciones o su elocuencia, sino brilloso, que siempre está buscando cómo llamar la atención. En ocasiones, la verdad sea dicha, lo consigue. Lo que le falta de sustancia le sobra de mercadotecnia. Más que disciplinado, es audaz; más que espontáneo, es intuitivo. Su virtud es la disrupción, su defecto es la frivolidad. Su pecado capital, obviamente, es la vanidad.

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Nota del editor: Las opiniones de este artículo son responsabilidad única del autor. Síguelo en la red X como @carlosbravoreg

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