Sin entrar a detalles de la receta del guionista, puedo resumir esta construcción narrativa en un personaje atascado en lo ordinario, que inicia una búsqueda para lograr una satisfacción superior. Y es en ese momento cuando se encuentra con un catalizador que lo hace tomar una decisión aventurada.
El cambio de ruta se encuentra lleno de debates, de puntos de quiebre y no retorno, de detractores, sombras y dudas; incluso, de escenas en las que parece que el camino elegido fue incorrecto y que todo está perdido.
Es entonces cuando el valor y el compromiso permiten al estelar cruzar la prueba decisiva y lograr su meta. El mensaje es claro: si no te mueves y arriesgas, te detienes. Para salvar al gato hay que arriesgarse.
El pasado 7 de noviembre, Arturo Zaldívar presentó al presidente López Obrador su renuncia al cargo de Ministro de la Suprema Corte de Justicia de la Nación. Esto, adelantando prácticamente un año la culminación del periodo para el cual fue nombrado.
¿Por qué y para qué renuncia un año antes? Las respuestas las dejó por escrito y son de consulta pública. ¿Son o no causa grave, como lo exige el texto constitucional? Eso ya lo aceptó el presidente y le corresponde ahora al Senado emitir su opinión. Aquí no busco entrar a esos debates, que corresponden a otros espacios y tiempos.
Conocí a Arturo Zaldívar como profesor de la Escuela Libre de Derecho, cuando era yo alumna en el cuarto año de la carrera. Momento en el que me invitó a incorporarme en su despacho de litigio constitucional. Para mí, integrarme a su equipo era la mejor oportunidad laboral a la que podía aspirar. Un lugar de trabajo en el que claramente impulsaban a las mujeres, con condiciones amigables y flexibles; y, además, con los mejores asuntos a nivel nacional.
Así, tuve la oportunidad de tener un trabajo cómodo y estable dentro del cual comencé a proyectar mis planes a futuro. Transcurrieron poco más de 5 años de mi ingreso a su firma, cuando Zaldívar me compartió su interés por ocupar el cargo de Ministro de la Suprema Corte. Me compartió que, de darse el caso, me invitaría a integrar su ponencia. Mis planes y sueños estaban por romperse; mi comodidad y mis ingresos se antojaban frustrados; mi plan utópico de vida se tambaleaba.
Zaldívar me explicó que desde la Corte podríamos incidir de mejor forma en nuestro país; que podríamos construir criterios vanguardistas que permearan en la manera de entender la justicia constitucional; que podríamos defender más y mejores causas. Para Zaldívar, llegar a la Suprema Corte no suponía un mejor escenario económico; significaba algo más trascendental: la posibilidad de cambiar nuestro entorno y generar un país más justo e igualitario.
En 2009, sacrificando el confort y los privilegios de un despacho de élite, llegamos a la Suprema Corte de Justicia de la Nación. Desde el inicio integramos un equipo distinto, compuesto mayoritariamente por jóvenes y mujeres, con una forma de trabajo muy diferente a lo habitual. Con este equipo, y con nuestros objetivos en claro, comenzamos a dar batalla.
¡Y vaya que dimos la lucha! Durante años impulsamos los criterios que rompieron todos los paradigmas y que hoy siguen siendo los mejores referentes en materia de derechos humanos. El caso ABC, Florence Cassez, marihuana, aborto, matrimonio igualitario, doble jornada, cambio de apellidos, y un largo etcétera.
El tiempo le dio la razón. Ser Ministro de la Corte era una plataforma con mayor impacto y Zaldívar lo estaba aprovechando para hacer lo correcto. Para mí, ya estaba salvando al gato.
Pero la vida me tendría más sorpresas. Años después, tal y como sucedió en su despacho, me dijo que quería ser Presidente de la Suprema Corte y del Consejo de la Judicatura Federal. Me llené de dudas y le cuestioné las razones. Esta posibilidad de nuevo amenazaba mis planes de vida.