Sin embargo, poco se menciona o reflexiona en el debate público sobre por qué estamos en esta situación, cómo llegamos a ella, y sobre todo qué debemos hacer para salir.
Uno de los factores más importantes en el éxito comunicacional del presidente, y en la aparente ausencia de voces opositoras, es precisamente el de los medios de comunicación.
Aquí, como en Estados Unidos, los medios se han equivocado visiblemente en sus estrategias, encumbrando ellos mismos a actores como Donald Trump, tanto en 2016 como actualmente; y a AMLO durante estos cinco años de gobierno.
En 2016, cuando Trump empezaba sus aspiraciones presidenciales, su presencia era a través de las redes sociales. Pero los medios se empeñaron en hablar diario de él, pensando que al criticarlo lo limitarían. Craso error que lo llevó a la presidencia.
Una equivocación crucial, que hoy siguen cometiendo los medios estadounidenses al hablar todo el tiempo de los problemas legales de Trump, creyendo que con eso lo harán caer, cuando en realidad lo único que logran es mantenerlo vigente, ayudando a su competitividad hacia 2024.
Dos errores fundamentales se cometieron los medios de Estados Unidos en 2016, y ahora. El primero fue olvidar el sabio refrán mexicano que versa “en política lo importante es que hablen de ti, aunque sea bien”.
El segundo, confundir el rol y alcance de las redes. Creer que las redes, por sí mismas, son un factor de comunicación, cuando en realidad el eco de las redes es tan amplio o limitado como lo sea la cobertura que los medios le den a esas redes.
Si los medios replican las discusiones de las redes se volverán realmente virales; si los medios ignoran las discusiones de las redes, su alcance será menor, encapsulado en círculos muy focalizados.
En México, si bien los medios han caído en la misma dinámica que lo hicieron los de Estados Unidos, el error y el pecado han sido distintos, e incluso más graves.
Muchos medios mexicanos desarrollaron una relación perversa con el poder durante, al menos, los tres sexenios de la alternancia, a partir de que hay un cambio de partido en el poder en el año 2000. Y de manera más turbia y evidente, en los sexenios de Calderón y Peña.
Esta relación perversa, consistente en vivir del erario público vía la muy generosa publicidad gubernamental, les permitió desarrollar redes federales y locales para sustentar sus ingresos.
En este contexto, los medios comenzaron a vender su cobertura de personajes políticos, cerrando todos los espacios para así incrementar el costo a quienes quisieran figurar mediáticamente. Vender la presencia y construir productos políticos, en lugar de cubrir a quienes realmente lo ameritaban o tenían algo relevante que aportar.
Adicionalmente, con este cierre de micrófonos a la clase política, abrieron los espacios para hablar sobre política a los presentadores y conductores de los medios, y a “líderes de opinión” o “analistas” cercanos a cada medio.
Es decir, silenciaron a las voces expertas de la política, para darle espacios de opinión pública a quienes poco o nada sabían de política, pero que seguían ciegamente las líneas de quienes mandaban en los medios.
Esto llevó a los medios mexicanos a tener un nivel de influencia en la política como en ningún otro país sucede. Y dejó a la discusión pública sin actores políticos de peso, concentrando el reflector en la figura presidencial y, en menor nivel, a los gobernadores en el ámbito local. Claro, a los que pagaban.