A pesar de ello, los cambios que detonaron Ecobici y la infraestructura ciclista que acompañó al sistema no fueron entendidos, ni compartidos por todas las personas. Muchas de ellas se estacionaban en la ciclovía de Reforma -que no lucía tan llena como hoy-, otras se quejaban por perder el espacio o porque el gobierno invirtiera presupuesto público en movilidad en bicicleta.
De la noche a la mañana, los ciclistas dejamos de estar en una discusión de nicho para estar en el ojo de la discusión pública, con voces a favor, como la del entonces Gobierno del Distrito Federal del ITDP que promovía tanto las ciclovías, como el sistema de bicicletas compartidas, o de l@s bicitek@s, pioner@s del activismo ciclista. De las voces en contra quizá la más tristemente célebre fue la del comentarista Angel Verdugo, quien en un programa en vivo llamó a “aplastar” ciclistas, particularmente personas usuarias de Ecobici, ya que “son una plaga y se creen europeos, se creen franceses y que están en París, pero ignoran que son mexicanos con todo lo que ello implica… si ven esta nube de langostas (ciclistas), láncenles el vehículo de inmediato, no les den oportunidad de nada, aplástenlos para ver si así entienden”. No escuché a nadie más decirlo de una manera tan desagradable, pero estoy seguro de que su visión era ampliamente compartida.
Hablar de plaga de langostas era hablar de números muy grandes, los insectos que se comen las cosechas atacan por millones. Curiosamente sólo había 85 estaciones de Ecobici, con poco más de mil bicicletas y se hacían alrededor de 6,000 viajes al día. Aún así parecíamos una plaga, porque fue un salto cuántico, tanto en números como en visibilidad, particularmente en la zona central de la ciudad, la que concentra el mayor número de oportunidades laborales de la zona metropolitana, y la zona donde Ecobici dejó en claro que había que compartir el espacio y ofrecer soluciones a quienes queríamos movernos de manera ágil, segura y sin contaminar.
Pasó un tiempo y el revuelo que causó Ecobici se fue desvaneciendo, nadie nos declaró ganadores, pero vencimos en el debate público. Tan es así que un gobierno enfrentado con su antecesor, que inició Ecobici, mantuvo y creció el sistema. Mientras tanto, volvimos al nicho de las discusiones de movilidad y las “tías y tíos” que decían “¿te vas a ir en biciii?, es peligroso, ¿nooo?” o “Me chocan los ciclistas, sienten que las calles son suyas” y se convirtieron poco a poco en frases como “qué padre que no te gusta contaminar” o “vete en la bici, así llegas más rápido”.
Mientras se normalizaba el uso de la bicicleta, poco a poco (todavía abundan l@s anticiclistas, pero han perdido respaldo y respeto), muchas y muchos fuimos dejando Ecobici. Antes de cambiar a una bicicleta propia me pasaron algunas cosas con las bicicletas rojas, como las velocidades que no funcionaban, girando los pedales a 100 para avanzar a 10; o peor tantito: el asiento violador -a quienes también les ha pasado, saben a qué me refiero, a quienes no les ha pasado, piensen en un asiento de bici que voltea hacia arriba de golpe y se encaja en una parte sensible del cuerpo-.
A pesar del asiento violador y demás problemas de las bicis rojas, el crecimiento del número de estaciones, de bicicletas y de kilómetros de infraestructura ciclista segregada, así como de una operación realmente aceptable, Ecobici llegó a un récord de más de 37,000 viajes al día en 2017.
En el mismo año de 2017 yo terminé de despedirme de las bicicletas rojas cuando una compañera de trabajo perdió mi tarjeta (ya sé que no se deben prestar). Al no renovar mi tarjeta, pero no soltar mi bici, me di cuenta que había cambiado para siempre, no podía concebir mi vida sin las dos ruedas que me transportaban. Ya no me preguntaba cómo me iba a ir al trabajo, no me preguntaba cómo me iría a ver a mis amig@s y familia, simplemente tomaba mi bici. Ya no leía o trabajaba en mis trayectos, pero llegaba antes y más contento. Yo cambié y Ecobici me ayudó a hacerlo, a disfrutar más mi ciudad y mis recorridos.
En el presente, en 2023, veo a muchas y muchos que empezamos a rodar hace años. Me pregunto si también se iniciaron con Ecobici. Me identifico con estas personas, pienso que tienen historias similares. La literatura nos dice que los sistemas de bicicletas compartidas y la infraestructura ciclista segregada atraen a nuev@s ciclistas y en particular si ambas soluciones se combinan. No puedo dejar de pensar que la literatura tiene razón cuando veo a tantas personas en bicicleta a mi alrededor, muchísimas más que hace 13 años cuando las bicicletas compartidas empezaron a rodar en la Ciudad de México.