Además, las caricaturas pueden ser instrumentos para politizar a la ciudadanía y vehículos para que sectores sociales amplios participen en la discusión pública. Esto se debe a que un buen cartón político es fácil de comprender para cualquiera (por eso los buenos cartonistas son escasos), su visualización implica poco tiempo (a diferencia de la lectura de una columna o un ensayo) y las imágenes son mecanismos muy potentes para transmitir mensajes (de ahí el famoso dicho “una imagen vale más que mil palabras”).
México tiene una larga tradición de caricaturistas. Inclusive, en periodos de fuerte represión política y escasa libertad de expresión, como el porfiriato o el régimen priista, la caricatura era de los pocos espacios para la crítica política, pues los cartonistas aprovechaban las bondades del género para cuestionar al poder sin necesidad de ser demasiado explícitos en sus críticas y burlas.
Es verdad que durante el régimen posrevolucionario también había un sinnúmero de caricaturistas al servicio del poder en turno, pero no es menos cierto que la caricatura desempeñó un papel importante en el proceso de apertura política y transición a la democracia en México. Los cartones de Eduardo Humberto del Río García, mejor conocido como Rius, y algunos de sus contemporáneos contribuyeron a debilitar el aura de inevitabilidad y omnipotencia del PRI, e invitaron a diversos sectores sociales a participar en estas burlas y desafíos al poder, lo que fomentó un mayor escrutinio público y una ciudadanía más crítica.
Curiosamente, los famosos moneros de La Jornada fueron parte de los caricaturistas que debilitaron al régimen priista y promovieron una cultura política más crítica frente al poder. Antonio Helguera (que en paz descanse), José Hernández y, sobre todo, Rafael Barajas, mejor conocido como “El Fisgón”, contribuyeron ampliamente a este movimiento.
Tras la caída del régimen priista, estos tres cartonistas mantuvieron posiciones críticas frente al poder. Cada uno de ellos tiene algunos cartones memorables, sobre todo aquéllos que criticaban férreamente la guerra contra el narcotráfico lanzada por Felipe Calderón. No obstante, al tiempo que seguían cuestionando al PAN y al PRI, se hicieron cada vez más cercanos a López Obrador, a quien no tocaban ni con el pétalo de una rosa y, por el contrario, exaltaban con cada vez mayor descaro.
Hoy, en el gobierno obradorista, tristemente los moneros desempeñan el indigno papel de aplaudidores del régimen y golpeadores de las oposiciones. Lo que ellos hacen ya no es caricatura política, sino propaganda. Nada queda de esos críticos que, con ingenio, valentía y humor satírico, se burlaban de los poderosos.