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Degradación y decadencia de los moneros del régimen

En el gobierno obradorista, los moneros desempeñan el indigno papel de aplaudidores del régimen y golpeadores de oposiciones. Lo que ellos hacen ya no es caricatura política, sino propaganda.
mié 04 octubre 2023 06:00 AM
Degradación y decadencia de los moneros del régimen
Los caricaturistas José Hernández y Rafael Pineda presentaron la conferencia “El oficio del Monero” en la FILU2023. Aprovecharon la conferencia para parodiar dos “serenatas”, una dedicada por los conservadores a López Obrador y otra, de Felipe Calderón a Genaro a García Luna.

La caricatura desempeña una función muy particular en la crítica política: se burla del poder, ironiza las decisiones de los poderosos y ridiculiza la imagen pública que quieren proyectar. No es una función trivial.

Por el contrario, los cartones políticos contribuyen a abrir nuevos canales para la crítica, la disidencia y el escrutinio público. Al mofarse de los poderosos, las caricaturas nos recuerdan que los políticos son seres terrenales, imperfectos, llenos de defectos; en una palabra: humanos, lo que contribuye a que los ciudadanos continúen juzgando y escrutando el actuar de los políticos y que no confíen ciegamente en los discursos que emiten los poderosos.

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Además, las caricaturas pueden ser instrumentos para politizar a la ciudadanía y vehículos para que sectores sociales amplios participen en la discusión pública. Esto se debe a que un buen cartón político es fácil de comprender para cualquiera (por eso los buenos cartonistas son escasos), su visualización implica poco tiempo (a diferencia de la lectura de una columna o un ensayo) y las imágenes son mecanismos muy potentes para transmitir mensajes (de ahí el famoso dicho “una imagen vale más que mil palabras”).

México tiene una larga tradición de caricaturistas. Inclusive, en periodos de fuerte represión política y escasa libertad de expresión, como el porfiriato o el régimen priista, la caricatura era de los pocos espacios para la crítica política, pues los cartonistas aprovechaban las bondades del género para cuestionar al poder sin necesidad de ser demasiado explícitos en sus críticas y burlas.

Es verdad que durante el régimen posrevolucionario también había un sinnúmero de caricaturistas al servicio del poder en turno, pero no es menos cierto que la caricatura desempeñó un papel importante en el proceso de apertura política y transición a la democracia en México. Los cartones de Eduardo Humberto del Río García, mejor conocido como Rius, y algunos de sus contemporáneos contribuyeron a debilitar el aura de inevitabilidad y omnipotencia del PRI, e invitaron a diversos sectores sociales a participar en estas burlas y desafíos al poder, lo que fomentó un mayor escrutinio público y una ciudadanía más crítica.

Curiosamente, los famosos moneros de La Jornada fueron parte de los caricaturistas que debilitaron al régimen priista y promovieron una cultura política más crítica frente al poder. Antonio Helguera (que en paz descanse), José Hernández y, sobre todo, Rafael Barajas, mejor conocido como “El Fisgón”, contribuyeron ampliamente a este movimiento.

Tras la caída del régimen priista, estos tres cartonistas mantuvieron posiciones críticas frente al poder. Cada uno de ellos tiene algunos cartones memorables, sobre todo aquéllos que criticaban férreamente la guerra contra el narcotráfico lanzada por Felipe Calderón. No obstante, al tiempo que seguían cuestionando al PAN y al PRI, se hicieron cada vez más cercanos a López Obrador, a quien no tocaban ni con el pétalo de una rosa y, por el contrario, exaltaban con cada vez mayor descaro.

Hoy, en el gobierno obradorista, tristemente los moneros desempeñan el indigno papel de aplaudidores del régimen y golpeadores de las oposiciones. Lo que ellos hacen ya no es caricatura política, sino propaganda. Nada queda de esos críticos que, con ingenio, valentía y humor satírico, se burlaban de los poderosos.

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Sin escrúpulo alguno, los moneros del régimen presumen que son “muy amigos” del presidente y militan en Morena, el partido en el poder. Sin empacho, levantan la mano a la candidata oficialista y celebran cada decisión de López Obrador. Peor aún, se atreven a burlarse y trivializar las causas de movimientos sociales con los que antes supuestamente se solidarizaban, como los familiares de los 43 normalistas desaparecidos en el llamado caso Ayotzinapa. Y, para colmo, se atrevieron a tildar de “golpistas” a los padres de niños con cáncer que se manifestaban para exigir los medicamentos que sus hijos necesitaban para sobrevivir.

Los moneros del régimen se han convertido en todo lo que criticaban: son pusilánimes frente al poder, se benefician de sus conexiones personales con el gobierno, desprecian a los movimientos sociales de raigambre popular, justifican el militarismo, celebran que el presidente se pliegue ante Donald Trump y minimizan la violencia y las desapariciones.

No conformes con eso, han deslegitimado y pervertido su oficio. Convirtieron a la caricatura, que era un vehículo para burlarse del poder y animar a otros a escrutar a los poderosos, en propaganda, es decir, un mecanismo para vitorear al gobierno y desacreditar a quienes lo cuestionan. Son una caricatura de sí mismos.

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Nota del editor: Jacques Coste (@jacquescoste94) es internacionalista, historiador, consultor político y autor del libro Derechos humanos y política en México: La reforma constitucional de 2011 en perspectiva histórica (Instituto Mora y Tirant lo Blanch, 2022).

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