Un detalle importante es que, en la semana que anunció su intención de contender por la presidencia, Verástegui y Ricardo Salinas Pliego se encargaron de difundir fotos juntos, con mensajes como “estamos cocinando otras sorpresas, ya se enterarán después”. Además, en meses recientes, Verástegui y su movimiento han lanzado una fuerte campaña digital para decretar la muerte del PAN y argumentar que todos los partidos de México son de “extrema izquierda”.
En general, los periodistas y analistas aducen que en México la ultraderecha nunca ha sido fuerte para justificar por qué no consideran seria la candidatura de Verástegui. En efecto, en nuestro país, los movimientos de extrema derecha no ganaron tanta tracción social como en otros países de América Latina durante la segunda mitad del siglo XX.
Sin embargo, esto no quiere decir que no existieran. Más bien, eran grupos con cierto poder y bases sociales de un tamaño considerable (como El Yunque o los Tecos), sin llegar a representar un reto al régimen posrevolucionario de partido hegemónico y sin lograr quebrar los consensos que tenía este régimen con las élites y los grupos de poder más importantes del país.
Por otra parte, algunos miembros de El Yunque y otros grupos políticos de extrema derecha optaron por adherirse al PAN y terminaron por conformar el ala más dura de ese partido. Este hecho también contribuyó a que no se hayan conformado partidos o movimientos de extrema derecha con poder real en México durante las últimas décadas.
No obstante, pienso que ése no es motivo suficiente para confiarnos y pensar que el lance de Verástegui es inofensivo. Con esto, no quiero decir que este personaje tendría posibilidades reales de obtener la presidencia en 2024. De hecho, es probable que su candidatura ni siquiera alcance los dos dígitos en esta elección, pero lo preocupante viene después.
En primer lugar, Verástegui puede utilizar la campaña presidencial como vehículo para ganar exposición mediática, reconocimiento de nombre y presencia territorial. Asimismo, podría usar sus recorridos por el país para impulsar su agenda antiderechos en todos los estados y municipios que visite.
Esto ocurriría en un contexto en el que una sentencia de la Suprema Corte acaba de despenalizar el aborto en todo el país y en el que habrá dos candidatas presidenciales mujeres, a las cuales la ciudadanía les exigirá aclarar sus posiciones en temas como aborto, diversidad sexual o igualdad de género. Muy probablemente, las candidatas sean mucho más explícitas que sus antecesores hombres respecto a sus posiciones relativamente progresistas en estos temas.
En suma, estos temas tendrán un protagonismo inédito en las campañas presidenciales, y precisamente son los asuntos en torno a los cuales la ultraderecha construye su agenda, una agenda basada en la supuesta decadencia moral de las sociedades actuales, una agenda sustentada en la defensa de la “familia tradicional”, la “vida desde la concepción” y los papeles tradicionales de hombres y mujeres en la sociedad.