Hay mucho jaloneo en el campo oficialista por la aspiración de Omar García Harfuch a la Jefatura de Gobierno de la CDMX. El ex secretario de seguridad ciudadana durante la mayor parte de la administración de Claudia Sheinbaum es percibido como el favorito de la flamante candidata presidencial de Morena y es, además, quien aparece mejor ubicado en las encuestas: a mediados de agosto, Enkoll le daba 8 puntos de ventaja sobre la ex alcaldesa de Iztapalapa, Clara Brugada; la semana pasada, Buendía y Márquez le daban 13; y Poligrama , ayer, le daba 16. La seguridad pública es uno de los rubros que Sheinbaum presume como más exitosos de su gestión; eso eleva el perfil de García Harfuch y fortalece la viabilidad de su posible candidatura. Parecería, por ende, que todo cuadra… pero no. ¿Por qué?
García Harfuch y los límites del “claudismo”
De los múltiples críticas que se han manifestado en la conversación pública rescato básicamente tres. La primera es que García Harfuch no es un cuadro ni un dirigente que se haya forjado en el movimiento obradorista, ni siquiera puede decirse que haya formado parte de él (según reportó la prensa, solicitó su afiliación a Morena apenas el 22 de septiembre pasado). Tampoco se le identifica como una persona progresista o de izquierda. Los obradoristas no lo ven, en suma, como uno de ellos.
En segundo lugar, su experiencia como funcionario se circunscribe al ámbito de la seguridad pública. Nunca ha sido electo para ningún cargo; no tiene idea de políticas públicas ni una visión para la ciudad y carece, aseguran ya muy encarrerados sus detractores, de verdadera experiencia de gobierno (aparentemente su paso por el gabinete capitalino sería, en ese sentido, de chocolate). No es un líder político; es –y esto lo dicen sin siquiera tratar de disimular el desprecio que les provoca– un simple jefe de policía.
En tercer lugar, están sus antecedentes. Por el flanco familiar, es hijo de Javier García Paniagua, quien fue titular de la Dirección Federal de Seguridad durante el sexenio de José López Portillo; y nieto de Marcelino García Barragán, secretario de la Defensa en el gobierno de Gustavo Díaz Ordaz. Y por el flanco profesional, proviene de la Policía Federal, al mando de Genaro García Luna durante el sexenio de Felipe Calderón; y cuando la desaparición de los 43 estudiantes de Ayotzinapa, durante el gobierno de Enrique Peña Nieto, despachaba como coordinador estatal de la División Regional de Seguridad de la misma corporación en el estado de Guerrero. Está en duda el hecho de si participó, y cómo, en la manufactura de la llamada “verdad histórica” y en el encubrimiento del crimen. Sus orígenes y su trayectoria, a final de cuentas, generan mucha suspicacia cuando no franco repudio en el obradorismo.
La verosimilitud de todas esas críticas, sin embargo, está en entredicho. Porque ninguna se planteó con seriedad antes de que García Harfuch despuntara como aspirante; porque quienes las han formulado no recurren a ellas para objetar que pudiera ser secretario federal de seguridad si Sheinbaum ganara la presidencia; y porque la mayoría de las veces van acompañadas de expresiones de apoyo a su principal contrincante, Clara Brugada. Estamos, pues, menos ante un reparo genuino contra el personaje que ante un forcejeo relativo a la candidatura por la Jefatura de Gobierno de la CDMX.
La aspiración de García Harfuch representa la posibilidad de que Sheinbaum actúe con autonomía, escogiendo o al menos ayudando a sus más leales o favoritos, independientemente de las preferencias del presidente o del núcleo más duro de sus simpatizantes. Los ataques contra García Harfuch hacen visibles las resistencias, no tanto a la candidatura presidencial de Sheinbaum como tal, pero sí a la influencia que podría tratar de ejercer sobre los procesos, el programa, los perfiles, en fin, sobre la decisión de multitud de candidaturas al interior de Morena. Este es apenas el primero de muchos pulsos que vendrán en los próximos meses. Sus resultados irán definiendo la fisonomía y, sobre todo, el poder que terminará adquiriendo –o no– el “claudismo”.
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