Tras el previsible resultado del proceso para definir la candidatura presidencial de la coalición oficialista, Marcelo Ebrard ha decidido inconformarse, reclamando una serie de inequidades e incidencias que ponen muy en entredicho no solo la integridad del ejercicio y la autoproclamada superioridad ética del obradorismo, sino que pueden ser hasta constitutivas de delitos electorales. El excanciller da la impresión de haber emprendido ya una ruta de salida de Morena; sin embargo, ha sido cuidadoso en distinguir: se va del partido, cuyas trampas y maltratos no tolera más, pero no rompe con el presidente –al que, dice, sigue teniéndole “inmenso cariño”–. López Obrador ha acusado recibo y le ha dedicado, en aparente reciprocidad, palabras respetuosas, incluso amigables, aunque también inequívocas: “es una gente buena, un hombre muy preparado, tiene mucha experiencia política y es mi amigo, así lo considero. Como todos, está en libertad, completa. Hay que garantizar, siempre, el derecho a disentir”.
¿Se irá Ebrard a Movimiento Ciudadano?
Es un escenario extraño, incómodo, poblado de dobleces cortesanas, a medio camino entre el clamor del cura Hidalgo (“¡muera el mal gobierno, viva Fernando VII!”) y el elogio al Cid Campeador tras su destierro (“¡Dios, qué buen vasallo, si tuviese buen señor!”, aunque con la complicación añadida de que, para Ebrard, ese elogio proviene del propio señor que lo está empujando al destierro). ¿A dónde lo va a conducir esta escisión? ¿Qué está intentando hacer Marcelo? ¿Cuáles son sus opciones?
Una de las hipótesis más recurrentes durante los últimos días es la que lo ubica migrando a Movimiento Ciudadano, un partido con el que tiene sus vínculos de tiempo atrás, con el que comparte cierta persuasión progresista y que está, además, batallando con la definición de su candidatura presidencial. Aunque los costos de abandonar el barco obradorista podrían ser altos (sobre todo si Ebrard judicializa su pleito y lo lleva ante el Tribunal Electoral) y los beneficios inciertos, no es tan difícil visualizar a Ebrard queriendo aprovechar esa oportunidad para estar en la boleta del 2024 y tratar de reinventarse por última vez. Lo realmente difícil, por el contrario, es imaginar a Movimiento Ciudadano prestándose a ese arreglo. Me explico.
Movimiento Ciudadano no es partido de un solo hombre. Por poderosa que sea la voz de su fundador, Dante Delgado, en el rumbo del partido, lo cierto es que hay pluralidad, corrientes, otros liderazgos que le hacen contrapeso. Hace un par de años, por ejemplo, le echaron abajo la precandidatura de Roberto Palazuelos para gobernador de Quintana Roo, un aspirante que encuestaba bien, con relativa proyección y arraigo local, pero que resultó francamente imposible de digerir hacia dentro del partido. Suponiendo sin conceder que Delgado tuviera algún tipo de negociación o acuerdo con Ebrard, las resistencias internas no serían menores. Marcelo es un político profesional, un operador talentoso y de amplia trayectoria, pero no deja de ser (como apuntó Jorge Castañeda hace unos días), “el de Santa Fe, el de Camacho, el de Tláhuac, el de la Línea 12, el de los negocios con las pipas y las vacunas, el de los acuerdos ignominiosos con Trump, el de la Secretaría de Estado para el hijo de AMLO, el virtual vicepresidente de la 4T durante cinco años, el leal (y vergonzoso) segundo de AMLO durante casi todo el sexenio”.
El 2024, ya de por sí, ha generado intensos enfrentamientos que tienen a los naranjas al borde de una ruptura. El horno de Movimiento Ciudadano no está para semejante bollo. La hipotética incorporación de Marcelo y su grupo tendría implicaciones sobre la estrategia hacia el 2024, sobre la disputa en torno a candidaturas y sobre la correlación de fuerzas entre distintos grupos emecistas en un momento que lo último que requiere es otra fuente adicional de conflicto.
Finalmente, si de algo se precia MC es de su marca, de ser un partido con una imagen novedosa, diferente, que tiene el valor de ser uno de los pocos que suscita más opiniones positivas que negativas en un entorno de profundo rechazo a los partidos tradicionales. Rescatar a un político que recién perdió en el proceso interno de Morena y cuyo horizonte luce cada vez más reducido y oscuro, es abrirse un flanco de riesgo reputacional en un entorno particularmente polarizado de creciente escrutinio y animosidad en su contra.
Se entiende que a Ebrard pudiera convenirle explorar esa vía; pero para nada es evidente que MC vaya a querer o a poder recibirlo con los brazos abiertos.
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