¿A cuántas personas conoce usted que fueron obradoristas y ahora ya no lo son? Yo, a muchas. ¿Y a cuántas que no lo eran que se hayan vuelto obradoristas? Yo, a ninguna. El ejercicio es simple, aunque problemático, pues resulta muy susceptible de estar sesgado en función de preferencias políticas y burbujas sociales. No obstante, la pregunta puede ampliarse e ir más allá de las personas que conocemos directamente. Podemos replicar el ejercicio varias veces, tratando de contemplar círculos cada vez más grandes o lejanos al primero, con el fin de mitigar posibles sesgos. Yo lo hago y mis resultados son, siempre, idénticos: ubico a obradoristas que desertaron, no identifico conversos al obradorismo.
Desertores y conversos
No quisiera forzar la interpretación del dato, pero tampoco menospreciarlo. ¿Es anecdótico? Por supuesto. ¿Es irrelevante? Quizá no del todo. Tiene su interés, creo, que un gobierno que no se cansa de insistir en que está “transformando” al país día con día, que ha sido tan propenso al autobombo propagandístico, que tiene incluso uno que otro resultado positivo (por ejemplo, el aumento del salario mínimo o la reducción de la pobreza) por un lado haya perdido apoyos y, por el otro, no haya logrado persuadir a quienes no iniciaron el sexenio simpatizando con su causa.
Reviso el poll of polls de oraculus.mx para poner a prueba mi impresión y encuentro, de entrada, que la tendencia ha tenido tres momentos. El primero, de agosto de 2018 a febrero de 2019, donde la aprobación de López Obrador aumentó del 72 al 81% y la desaprobación se redujo del 22 (octubre) al 13%. El segundo, de entonces a marzo del 2020, cuando la aprobación cayó hasta el 61% y la desaprobación subió al 33%. Finalmente, el tercero, de abril de 2020 hasta agosto del 2023, donde hay relativamente pocas variaciones: la aprobación oscila entre el 60 y el 68% y la desaprobación entre 27 y 36%. En esa última etapa, que va de principios de la pandemia hasta el mes pasado, parece que el obradorismo no se ha encogido ni tampoco ensanchado, luce como si estuviera estático en esos porcentajes o, si acaso, con altibajos menores que casi podrían caer dentro del margen de error. En suma, ha conseguido conservar las adhesiones que tenía, pero no atraer a quienes no estaban con él. Corrijo, en consecuencia, mi lectura: en esa tercera etapa (de abril de 2020 a agosto del 2023) no hay tantos desertores como creía, pero ciertamente tampoco hay conversos. ¿Por qué?
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Pienso que una posible explicación es el carácter sectario de la comunicación del presidente y su movimiento, así como el contexto político que ese sectarismo ha contribuido a crear, sobre todo a partir de la pandemia. Y es que la comunicación obradorista está orientada exclusivamente hacia adentro: no informa ni convence más que a los de casa. A los de enfrente no los convoca ni los convida, solo los hostiliza. Sirve al propósito, entonces, de gobernar dividiendo, de reafirmar todo el tiempo la frontera que separa al “nosotros” del “ellos” y de mantenerlos movilizados mediante el enfrentamiento permanente. Cohesiona a su coalición, en suma, a partir de un antagonismo que no deja de alimentar, al que constantemente le busca nuevos flancos, que siempre tiene que escalar a un siguiente nivel, y luego a otro y otro más. El shock de la pandemia terminó de cristalizar la polarización provocada por ese estilo tan beligerante y detuvo las variaciones previas en cuanto a aprobación y desaprobación del presidente. Tuvo el efecto, en suma, de consolidar a la mayoría que ya estaba aglutinada en torno a López Obrador en marzo-abril de 2020 y de imprimirle a la catástrofe sanitaria un aire de cruzada política no tanto para encarar la emergencia (cuya gestión fue francamente desastrosa) sino para enfrentar a los críticos y detractores del gobierno. Y, en más de un sentido, ahí seguimos…
Los muchos detractores que percibo en mi entorno no parecen significativos, pero la falta de conversos tal vez sí. El obradorismo es fuerte por la cantidad mayoritaria y la intensidad afectiva de sus simpatizantes; es débil porque no tiene realmente hacia dónde crecer. A reserva, claro, de la eficacia de las innovaciones que puedan introducir las campañas electorales y de la credulidad del electorado, factores que nunca hay que subestimar.
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Nota del editor: Las opiniones de este artículo son responsabilidad única del autor.