Decir que el “fenómeno Xóchitl” es una ilusión no solo es equivocado, es deshonesto. Si fuera tan menor como afirman algunas plumas (que recuerdan aquella vieja etiqueta tuitera de #NoEsColumnaEsUnSpot), ¿para qué dedicarle espacio? El acto mismo de intentar minimizarlo constituye su propia refutación. Nadie ha escrito que Velasco o Aureoles son intrascendentes, no hace falta precisamente porque lo son. Xóchitl Gálvez ni siquiera figuraba en las encuestas de la contienda presidencial hace tres meses; hoy no solo ha contribuido a infundirle entusiasmo al electorado opositor, a hacer que se sacuda el derrotismo y la desmoralización, sino que encabeza su intención de voto.
El despegue de Xóchitl en perspectiva
Apenas a mediados de julio, la percepción de competencia era otra: 34% creía que las elecciones presidenciales de 2024 “las va a ganar Morena pero va a estar competido”, mientras 24% sostenía que “es incierto quién las va a ganar”; a finales de ese mismo mes, la primera respuesta bajó a 20% (-14) y la segunda subió a 36% (+12). Lo que explica semejante variación es el interés que logró despertar el proceso de la coalición opositora, sobre todo el efecto del ascenso de Xóchitl Gálvez en la contienda (los datos son de la encuesta de El Financiero del 8 de agosto ).
A principios de julio, en los careos entre aspirantes del Frente, Gálvez registraba 13% de las preferencias, estaba prácticamente empatada con Santiago Creel y Enrique De la Madrid, mientras que Beatriz Paredes alcanzaba 8%; a mediados de agosto, Gálvez ya tenía 26% (+13), Creel 20% (+7), De la Madrid 19% (+7) y Paredes 14% (+6). En contraste, en los careos entre los aspirantes obradoristas, a principios de junio Sheinbaum sumaba 28%, Ebrard 20% y Adán Augusto 12%; a mediados de agosto, Sheinbaum estaba en 32 (+4); Ebrard en 22 (+2) y Adán Augusto en el mismo 12% (los datos son de la encuesta de El Financiero del 16 de agosto ). Los movimientos en el campo del oficialismo caen dentro del margen de error (+/-4.4%); los del campo de la oposición, todos, lo rebasan. El contraste es muy claro: entre las “corcholatas” todo se mantuvo más o menos igual; entre los opositores sí hubo diferencia. Y la que más diferencia hizo fue Xóchitl (otras encuestas, por cierto, también apuntan más o menos en el mismo sentido: Enkoll , Parametría , Buendía y Márquez , etc.)
¿Qué significa eso? No que sea invencible, que vaya camino a una victoria apabullante ni nada por el estilo, para el 2 de junio de 2024 todavía falta mucho tiempo y Gálvez la tiene muy cuesta arriba; sí que hace falta poner su desempeño en perspectiva, sin hacer como si la fotografía más reciente equivaliera a toda la película. En términos comparativos, Claudia Sheinbaum lleva más de dos años en campaña, ayudada por todo el aparato y el presupuesto a disposición del oficialismo; Gálvez lleva poco más de dos meses, con un equipo y recursos muy limitados. Lo sorprendente no es la ventaja que le saca Claudia en los careos, es lo exitosa que ha sido Xóchitl para aglutinar tan rápida y orgánicamente a la mayoría del electorado de oposición.
Gálvez enfrenta, sin duda, múltiples desafíos: ganarle la candidatura a Beatriz Paredes, quien parece estar dando un estirón de último minuto; tratar de contrarrestar, o al menos eludir, la opinión predominantemente negativa que los mexicanos tienen de los partidos tradicionales; armar una campaña atractiva, disciplinada y eficaz; negociar plataforma, presupuesto y posiciones con tres partidos tan distintos como el PAN, el PRI y el PRD, además de la sociedad civil que se ha acercado a su causa; resistir los embates cotidianos del presidente y las maniobras, legales e ilegales, que el obradorismo desplegará en su contra; en fin, no la tiene nada fácil. Sin embargo, nada de eso obsta para desconocer el hecho de que su irrupción ha sido real y representa la principal novedad política de los últimos meses. Negarlo es más proselitismo que análisis.
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