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#ColumnaInvitada | Detrás de un gran hombre hay una gran mujer

Imaginemos las cosas, hallazgos, inventos y creaciones de las que nos hemos perdido por no dar una cancha igual y oportunidades parejas a las personas, con independencia de raza, de género y estatus.
lun 07 agosto 2023 05:59 AM
#ColumnaInvitada | Detrás de un gran hombre hay una gran mujer
Ser ignorada, olvidada o no reconocida constituye una forma de violencia sutil pero perversa que termina por silenciar, minimizar y borrar de la historia figuras tan merecedoras de reconocimiento, señala Alejandra Spitalier.

A lo largo de la historia, ¿cuántas grandes historias nos ha robado el patriarcado sobre mujeres talentosas y brillantes? Estamos hablando de mujeres cuyas aportaciones científicas, artísticas e ideológicas resultaron ser algunos hitos sin los cuales no concebiríamos el presente como lo hacemos, pero que su legado ha permanecido bajo la falsa autoría de algún hombre cercano a su vida.

No es de extrañar que estas mujeres tuvieran un protagonismo oculto. En la cosmovisión social de su momento era impensable reconocerles un lugar central; sus esfuerzos valieron en la medida en la que una persona de género masculino adoptara su trabajo como propio. Aquí unos ejemplos:

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A mediados del siglo XVIII nació un talento musical cuyas composiciones fueron a parar en la corte imperial de Viena: Mozart, Marie Anne Mozart. Anne se desarrolló artísticamente acompañada por su hermano menor, Wolfgang Amadeus; esto, hasta que ella cumplió 18 años y su padre consideró que era momento de que se dedicara a las labores del hogar. Las composiciones de Anne fueron parte del repertorio de su hermano, quien los interpretó durante sus conciertos.

A inicios del siglo XX, Mileva Marić se constituyó como alumna e investigadora destacada sobre el efecto fotoeléctrico de Phillip Lenard, base de la Teoría de la Relatividad. En 1903 Mileva se casó con Albert Einstein, a quien se le atribuye los logros de la gran teoría física. No obstante, en la década de los 80 se cuestionó fuertemente si los méritos eran exclusivamente del famoso científico; esto, tras revelar 43 cartas en las que Mileva hablaba con su esposo sobre la Teoría de la Relatividad en términos de "nuestro" trabajo.

Otro episodio lo encontramos en la década de los 50's, cuando Rosalind Franklin se encontraba desarrollando la estructura del ADN. Wilkins, un compañero de la universidad que conocía su trabajo, decidió invitar a Watson y Crick a escuchar la exposición de resultados de Franklin. En los meses consecuentes, sin el consentimiento de Rosalind, Wilkins les dio acceso a las imágenes que ella había obtenido de la estructura del ADN, dado que ellos llevaban más de un año sin lograrlo. Antes de que ella pudiera publicar sus resultados, Watson y Crick los publicaron con sus propias conclusiones. En 1962, Watson, Crick y Wilkins fueron acreedores del Premio Nobel de fisiología por la anterior hazaña.

En la misma lógica, se sabe que si bien Walter Keane se convirtió a finales de los años 60´s en uno de los artistas más famosos en Estados Unidos por sus retratos de niños, mujeres y animales de ojos grandes y tristes; lo cierto es que Margaret, su ex esposa, demostró en una audiencia dentro de juicio de autoría, que ella era quien podía replicar técnica y figuras y no así el supuesto autor de los cuadros.

La historia se repitió una y otra vez, y fue así como algunas mujeres extraordinarias como Lise Meitner, Chief-Shiung Wu, Katherine Johnson, Ada Lovelace, Jocelyn Bell Burner, Émilie du Châtelet, Harriet Taylor Mill, Hedy Lamarr no recibieron el crédito que merecían en vida. La mayoría de ellas, hasta la fecha, siguen a la sombra.

Estas injusticias demuestran no ser casos de excepción, sino que constituyen una forma de violencia sistemática. Ser ignorada, olvidada o no reconocida constituye una forma de violencia sutil pero perversa que termina por silenciar, minimizar y borrar de la historia figuras tan merecedoras de reconocimiento. Las mujeres como género nos hemos visto afectadas de ello, pero no puedo dejar de pensar en cómo la humanidad se ha visto mermada por esta visión machista.

Si los ejemplos ahora relatados son historias de logros ocultos, imaginemos todas las cosas, hallazgos, inventos y creaciones de las que nos hemos perdido por no dar una cancha igual y oportunidades parejas a las personas, con independencia de su raza, de su género, de su estatus.

A través de la historia, los movimientos feministas han alcanzado logros que nos benefician a todas y que ahora damos por sentado: la posibilidad de acceder a estudios superiores; de trabajar y de llegar a puestos de alta responsabilidad; de emanciparse económicamente de los padres y, después, esposos; de votar y ser votadas; de liberarse física y profesionalmente de los límites del hogar; y de acceder a premios y galardones que antes únicamente estaban reservados para los hombres.

Naturalmente, la mayoría de estos grandes logros colectivos nos anuncian a cada mujer "¡tú también puedes lograrlo!". Pero, si bien en la superficie la igualdad de género se anuncia como una realidad, lo cierto es que la estructura social en la que se cimienta esta promesa, en muchos aspectos nunca fue trastocada. Así son todos los movimientos sociales, primero se lucha por cambiar lo visible, lo evidente; después salen a la luz las particularidades invisibles que, de manera muy sútil, sostenían y, a la fecha, abogan por la continuación del status quo.

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Recientemente en el lenguaje anglosajón se estableció el término “male entitlement" para describir la legitimidad que sienten, en mayor o menor medida, la mayoría de los hombres para ocupar todos los espacios; para exigir, explicar (o mansplicar), hacer y deshacer sin cuestionarse, e, incluso, apropiarse de lo que por mérito propio no les corresponde. A falta de un término propio, en el lenguaje hispano "male entitlement" se traduce burdamente como "derecho de los hombres", pero lo cierto es que esto no es un derecho; es un sentir avalado y enseñado por la estructura social y el contexto histórico.

El privilegio masculino, en este contexto, implica que nunca se cuestione su inteligencia o sus cualificaciones debido a su género.

En contraste, a las mujeres se nos transmite desde la infancia el mensaje constante de que debemos "aguantar”, de soportar en silencio, complacer y no importunar. Se nos dice que nos ponemos "histéricas" cuando nos enojamos por razones legítimas; "difíciles" cuando manifestamos inconformidades; y que "estamos ocupando el lugar de un hombre" cuando, a pesar de la desigualdad estructural, logramos acceder a nuevos espacios y puestos que antes se conformaban únicamente por hombres heteronormados. Y nos lo creemos.

Para las mujeres, estos cuestionamientos, acompañados de prejuicios y estereotipos, fomentan y exacerban el sentimiento de no-pertenencia. Por esto el síndrome del impostor es mucho más común en mujeres que en hombres. A pesar de tener las cualificaciones necesarias, la mayoría de las mujeres constantemente se pregunta si las demás personas piensan que son un fraude.

Es momento de dar un paso adelante. Es momento de soltar prejuicios y roles asumidos. Que las mujeres cambiemos el rumbo de la historia no es excepcional; el silencio patriarcal lo hacía parecer así. No permitamos nunca más que estas historias queden borradas tras un pacto que aparentemente solo les favorece a ellos, pero que en realidad perjudica a todas las personas.

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Nota del editor: Alejandra Spitalier es Coordinadora de la ponencia del ministro Arturo Zaldívar. Siguela en Twitter . Las opiniones publicadas en esta columna corresponden exclusivamente a la autora.

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