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#ColumnaInvitada | Querer morir es un derecho

Que nuestros deseos y nuestros juicios morales no nublen la capacidad de entender a las personas que sufren.
lun 26 junio 2023 06:00 AM
#ColumnaInvitada | Querer morir es un derecho
Un porcentaje de la población está en contra de cualquier tipo de intervención humana para concluir con la vida de una persona. Detrás de estos posicionamientos hay argumentos morales y religiosos, pero también mitos y prejuicios, señala Alejandra Spitalier.

Escribo esto desde la unidad de terapia intensiva de un hospital. Desde que mi abuela materna falleció hace 12 años, siempre he estado clara para apoyar el derecho a la muerte. Por lo menos, eso creía.

En aquella ocasión, mi madre discrepó de sus tres hermanos sobre si debían intubar a o no a mi abuela, quien estaba inconsciente y quien había estado regresando a urgencias de manera constante por insuficiencia respiratoria. Mi mamá desde entonces fue contundente: la vida se debía vivir en ciertas condiciones dignas, de lo contrario, era mejor evitar alargar un proceso doloroso. En 1984 mi abuelo paterno había sufrido un derrame intracraneal que le provocó una muerte cerebral; en aquel entonces mi madre pidió que lo desconectaran para poder donar sus demás órganos. Tal vez desde entonces la posición de mi mamá era la misma, pero yo tenía tres años y ni siquiera recuerdo el episodio.

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Sin embargo, en 2007 mi padre sufrió un accidente y cayó en coma. Fue intervenido medicamente y su vida se salvó. Tuvo un proceso muy largo y desgastante de “recuperación” en el cual, gracias a la inflamación del cerebro, tuvo cualquier cantidad de alteraciones. Mi madre fue en ese entonces quien se aferró a mantenerlo, vivo y a su lado. Nunca regresó a ser quien era antes. Sus nuevas condiciones de vida le obligaron a dejar de consumir las cantidades de alcohol que antes tomaba y ahora se le tenían que administrar muchos medicamentos, algunos de ellos lo tenían sedado gran parte del día. Duró 10 años así.

Ciertamente disminuido en su autonomía, los cuidados de mi madre le dieron una vida tranquila; tal vez por primera vez en toda su existencia. Ya no había golpes ni escándalos, no podía hacerlos. En su lugar, descubrimos a un hombre necesitado de mucho cariño y con cierta chispa. Durante ese tiempo fue una pareja, un padre y un abuelo amoroso. Falleció hace más de cinco años de causas naturales.

En muchas ocasiones las pacientes que acuden a un hospital padecen de enfermedades terminales o simplemente tienen una condición permanente que les genera dolor y merma su calidad de vida; se requieren tratamientos que ayudan, pero que claramente no representan una mejora en su estado de salud.

Estas personas no van a recuperar su vida previa; algunas de ellas ni siquiera pueden contemplar un futuro en el que sean autosuficientes o sin dolor. Esta última etapa de la vida se puede convertir en el peor infierno.

¿Hasta qué punto podemos pedirle a esa persona que se aferre a vivir?

La RAE define la eutanasia o “buena muerte” como la intervención deliberada para poner fin a la vida de un paciente sin perspectiva de cura o muerte sin sufrimiento físico. La eutanasia activa implica que un profesional de la salud administre intencionalmente una sustancia para provocar la muerte del paciente; en la eutanasia pasiva solamente se elimina la intervención médica que mantiene con vida a un paciente en estado terminal.

Por su parte, la CONAMED señala al “suicidio médicamente asistido” como la ayuda que da un médico a un paciente, proporcionando medios para acabar con su vida. En este caso es el médico quien proporciona al paciente un medicamento letal para que éste autónomamente realice la acción final.

Sin duda la situación que viven tanto pacientes como sus seres queridos al enfrentarse a estos dilemas no es sencilla. Un porcentaje de la población está en contra de cualquier tipo de intervención humana para concluir con la vida de una persona. Detrás de estos posicionamientos suelen encontrarse argumentos morales y religiosos, pero también mitos y prejuicios.

Este dilema tampoco es ajeno a la labor de los médicos. El juramento hipocrático -el cual realizan al terminar sus estudios- establece en términos generales que deben velar por la vida de los pacientes en todos los escenarios posibles. En sus inicios, este juramento establecía que no se debía administrar ningún fármaco mortal, aunque así se lo pidan los pacientes, ni se tomaría la iniciativa de sugerirlo.

Estas modificaciones me hacen recordar la epístola Melchor Ocampo. En su momento se entendía y justificaba su uso, pero las construcciones sociales del siglo XX obligaron a que, durante la celebración de los matrimonios civiles, su lectura se dejara de lado. La evolución de nuestra sociedad hace imperioso que este tipo de documentos se actualicen para hacerlos compatibles con nuestra realidad.

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La “voluntad anticipada” es una figura jurídica mediante la cual se permite -con ciertos requisitos legales- que una persona plasme en un documento sus deseos e intenciones respecto a si quiere o no ser sometida a medios, tratamientos o procedimientos médicos que pretendan prolongar su vida cuando se encuentre -si es que en algún momento sucede- en etapa terminal, y que médicamente sea imposible mantenerla naturalmente con vida.

En nuestro país está permitida y regulada la voluntad anticipada, no así la eutanasia activa que está prohibida y constituye un delito. Sin embargo, hay corrientes que cuestionan su legalización pues argumentan que impedirla atenta con el libre desarrollo de la personalidad y la dignidad humana. Es todo un debate y ahora lo entiendo con mayor consciencia.

¿Es necesario que el Estado prohíba estos temas o cada persona debería poder decidir libremente hasta cuándo desea vivir? ¿Es válido un consentimiento previo al respecto, sin saber qué condiciones se tendrán en el momento preciso en el que se deba tomar la decisión?

En 2021, la Corte Constitucional de Colombia extendió el derecho a la eutanasia a pacientes no terminales que tuvieran intenso sufrimiento físico o mental por lesiones corporales o enfermedades graves e incurables. México se ve aún lejano frente a este escenario.

No hay mayor acto de amor que plantearnos estos escenarios con empatía. Que nuestros deseos y nuestros juicios morales no nublen la capacidad de entender a las personas que sufren. Al fin y al cabo, amar debe ser un profundo acto de libertad.

Así, el derecho a la muerte vuelve a asomarse en mi vida; y es cuando me doy cuenta de que no lo tengo tan claro. Mi mamá acaba de sufrir una embolia, cuyas secuelas hoy me son desconocidas. No puede hablar, deglutir ni mover la mitad de su cuerpo.

Claro que todo esto es consecuencia de un evento muy reciente; existe la posibilidad de que se recupere y continúe su vida en condiciones dignas y tal vez hasta muy similares a las que tenía antes. Esperemos que sea así pero, si no, que cuando menos pueda expresar de nuevo la voluntad de ejercer su derecho a morir.

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Nota del editor: Alejandra Spitalier es Coordinadora de la ponencia del ministro Arturo Zaldívar. Siguela en Twitter . Las opiniones publicadas en esta columna corresponden exclusivamente a la autora.

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