Usted representa a las Abuelas de Plaza de Mayo. El nombre de este colectivo es sinónimo de valentía, dignidad, justicia, resistencia, solidaridad y esperanza.
No soy quién para cuestionarla a usted ni a ninguna de sus compañeras. La admiro profundamente y su legado habla por sí solo. Ha hecho más por los derechos humanos en América Latina que cualquier gobierno. Además, las Abuelas de Plaza de Mayo son un recordatorio constante de los crímenes de los que son capaces los gobiernos militaristas.
Y así como usted y sus compañeras merecen nuestra más profunda admiración, también las madres buscadoras mexicanas son, en mi opinión, las personas más admirables de México. Son de los pocos colectivos que tienen suficiente valor, entereza y determinación para ver a la cara al horror en que vivimos y mostrárnoslo al resto de los mexicanos, que estamos anestesiados, pasmados o, peor aún, indolentes frente a él.
Por eso, me parece importante aprovechar esta carta para desenmascarar a nuestro presidente frente a usted y frente al pueblo argentino. Tengo la impresión de que el presidente López Obrador —con quien usted se reunió y compartió una conferencia de prensa— mantiene una imagen de político sensible, pacifista, solidario y preocupado por los derechos humanos y la justicia, tanto en su país como en el resto de América Latina.
Esta imagen está muy alejada de la realidad. Lo cierto es que el presidente López Obrador es uno de los mandatarios más militaristas que ha tenido México en los últimos años. Nuestras Fuerzas Armadas se han empoderado bajo su gobierno de manera inusitada. Hoy, el Ejército controla la Guardia Nacional (la policía nacional, por decirlo así) y el Centro Nacional de Inteligencia (una institución de inteligencia, como lo dice su nombre, pero también de espionaje político), al tiempo que ejerce una enorme cantidad de recursos públicos y políticas de gobierno, con lo que se ha empoderado inmensamente en lo político y en lo económico.
Usted, más que nadie, conoce los riesgos de tener un gobierno apologista de las Fuerzas Armadas y que se vale de ellas para ejecutar gran parte de sus políticas y programas. Por si fuera poco, el presidente López Obrador ha encubierto a los militares que han espiado periodistas, activistas y defensores de derechos humanos, los mismos militares que han obstaculizado las investigaciones sobre las desapariciones forzadas cometidas en México durante la Guerra Sucia —que ocurrió de manera simultánea a la dictadura militar argentina— y sobre el caso Ayotzinapa.
Por otra parte, las violaciones a derechos humanos y la violencia no cesan en México y, en algunos rubros, han empeorado por actitudes o decisiones del presidente López Obrador. La lista es muy larga para enumerarla completa ahora, por lo que me limito a mencionar tres casos.
En primer lugar, los ataques y los asesinatos contra activistas y periodistas han aumentado de forma alarmante y, sin embargo, López Obrador continúa atacando a la prensa y los defensores cada día desde su conferencia matutina. En segundo término, la política migratoria de este gobierno criminaliza a las personas migrantes: tanto así que más de cuarenta personas murieron, bajo la mirada omisa de las autoridades, en el incendio de una “estación migratoria” (eufemismo para no decir prisión) en Ciudad Juárez. En tercer lugar, se calcula que más de 40,000 personas han sido víctimas de desaparición y desaparición forzada en lo que va del gobierno de López Obrador. En total, hay más de 100,000 personas desaparecidas en México.