Tiene su miga que aspiren a ser la primera presidenta de México pero que ninguna tenga una militancia decididamente feminista. Aunque las dos llevan más de 20 años dedicadas al servicio público, a Claudia Sheinbaum se le reconoce sobre todo como científica; a Xóchitl Gálvez, como empresaria. Ambas tienen posiciones que sin duda son susceptibles de caracterizarse como progresistas en materia de derechos reproductivos o diversidad sexual, pero ni una ni otra ha hecho su carrera política abanderando de manera explícita una agenda de políticas públicas con perspectiva de género. No fue la lucha de las mujeres ni otro liderazgo femenino lo que las llevó al poder, fue un hombre que las reclutó para que formaran parte de su gabinete: López Obrador, como Jefe de Gobierno de la Ciudad de México, para que Claudia fuera su secretaria de Medio Ambiente; Fox, como presidente de la República, para que Xóchitl fuera directora de la Oficina para el Desarrollo de los Pueblos Indígenas. En ese momento, diciembre del 2000, Claudia tenía 38 años; Xóchitl, 37.
Claudia y Xóchitl: ni mujeres tradicionales ni estereotipos feministas
Claudia viene de una familia de raíz judía, la de Xóchitl tiene orígenes otomíes. Claudia nació en la Ciudad de México; Xóchitl, en Tepatepec, Hidalgo. Claudia ha vivido siempre en la capital, salvo por los años que estuvo en Berkeley, California, haciendo su investigación doctoral. Xóchitl pasó su infancia en el medio rural y migró a la Ciudad de México para ir a la universidad. Ambas estudiaron en la UNAM durante la década de 1980. En esa época, Claudia participó en el movimiento del Consejo Estudiantil Universitario; Xóchitl trabajó primero como operadora telefónica y pasante en el Inegi. Después, Claudia tomaría el camino de la especialización académica; Xóchitl, el del emprendimiento empresarial. En los años 90, Claudia se afilió al PRD e ingresó como investigadora al Instituto de Ingeniería de la UNAM; Xóchitl, además de fundar una exitosa empresa de alta tecnología, creó una organización filantrópica para ayudar a niños y mujeres en regiones indígenas.
¿Cuánto significado histórico hay en esas dos trayectorias vitales que ahora, en el contexto de la sucesión presidencial, adquieren inusitada relevancia? No me interesa contrastarlas en clave identitaria, para escatimarle “mexicanidad” a la una o “indigeneidad” a la otra, tampoco ponderar sus méritos o privilegios para hacer proselitismo o crítica. Me parece interesante, más bien, reparar en algunas señales de cambio (social, político, cultural) que encarnan sus biografías.
Ninguna estudió para dedicarse a la función pública. Sus carreras no fueron derecho, economía ni ciencia política, las típicas; fueron física e ingeniería. Ninguna militó jamás en el PRI, ambas entraron a la política durante los años de la transición y como parte de las alternancias partidistas. A diferencia de tantos otros políticos formados en el régimen autoritario, ellas pertenecen 100% a la clase política de la democracia. Y tras aquella primera incursión de 2000 a 2006, ambas tuvieron experiencias, digamos, frustrantes: Sheinbaum como integrante del “gobierno legítimo” de López Obrador, Gálvez como candidata que perdió la elección para gobernadora de Hidalgo. Ninguna abandonó totalmente la política, pero ambas regresaron a lo suyo: Claudia a la academia, Xóchitl a su negocio. Y ya no fue sino hasta 2015-2018 que volvieron a probar suerte de tiempo completo en la política, ambas en la Ciudad de México: Claudia como delegada en Tlalpan; Xóchitl, en Miguel Hidalgo.
Son personas cuyas experiencias resultan muy distintas a las que impondría el rol tradicional de las mujeres; también son diferentes de los políticos tradicionales, cuya ambición de poder suele colonizar todo su horizonte de vida. Más allá de rivalidades y preferencias, hay algo diferente, novedoso, en el escenario que parece estarse configurando para enfrentar a estas dos mujeres que, en efecto, no se ajustan a lo que antes se esperaba de lo femenino, pero tampoco al molde habitual de las heroínas feministas ni a sus estereotipos. En ellas se hacen evidentes ciertas innovaciones, ciertos avances, incluso ciertas normalizaciones, de las que quizás no hemos acabado de caer en cuenta.
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